! Rosa Severiche, instrumento de Dios para sus milagros!

ROSA SEVERICHE

Banner_ECA_pago(1068px150px)Los milagros de Rosa Severiche.

Por Alfonso Hamburger

Se puso a bordar un mantel con sus manos hacendosas hasta perder la noción del tiempo, como si en cada puntada se levantaran sus sueños, cual manada de pájaros que eclipsa los arrozales de La Mojana. Fue un vecino quien la sustrajo de aquel frenesí:
– ¿Doña Rosa y usted sabe qué hora es?
Allí terminó de despertarse, bajo el aire denso de la tierra arisca. Puso el mantel de ama de casa en un lado y vio la hora. Eran las once de la noche. Se le había olvidado inspeccionar las cinco canoas en la orilla del caño, con las que generaba trabajo para los pobres. Se asomó en la puerta de la casa grande, levantó la mirada y vio aquella noche sin luna, aplastante, sobre Sucre- Sucre. Caminó a través de un sendero oscuro, bajo un bosque de mangos encajonado sobre los desagües que iban al río, entre sardineles, cuando vio aquella luz maravillosa casi indescriptible alumbrando sus pasos. Era una luz de este lado pero como de otro mundo, que le daba una sensación de tranquilidad. Azul. Ella la siguió poseída por un halo divino, hasta que se deshizo en las aguas quietas del río, que estaban rumorosas. Mágicas. Todo su cuerpo se estremeció como un temblor de tierra, en medio del cabeceo sereno de las canoas.
Regresó a casa presurosa y le contó a Chico Rodríguez, con quien se había casado tres años antes, pero éste no le creyó, pensando que eran vainas de ella. Rosa, Rosalba, como él le decía, no durmió en el resto de la noche. Aquella luz divina, aquel camino de luz, empezó a irradiarle la vida, entonces se consagró a trabajar por los pobres y por los enfermos con mayor devoción. Esa ha sido su vida, que hoy llega a los 94 años. Con ese nombre, sin un letrero que lo delatara, bautizó su tienda, convertida desde entonces en un Oasis.
Sucre Sucre, que fue un emporio de riquezas al principio de los tiempos, había empezado a padecer la inclemencia de las inundaciones y de la pobreza, después que el cura José de Gabaldá abriera la boca del Cauca, en 1936. Los hijos legítimos se fueron de la región y les correspondió a los bastardos luchar contra la fuerza de la naturaleza, que los fue convirtiendo en seres anfibios, atravesados por el maleficio y las hechicerías. Por las aguas salidas de madre. Gabriel García Márquez, quien coincidió en esos tiempos, narra que había pacientes que llegaban al consultorio de su padre, Eligio, para que los sacaran animales que llevaban en el estómago como un maleficio. Vivian preñeces de empautos.
Ella se llama Rosa Seviche Prasca y él le decía Rosalba- como a la de la canción- y él se llamaba Francisco Rodríguez Arrieta, pero le decían Chico. Se conocieron en el colegio de Sucre ye se enamoraron entre miradas y papelitos, hasta que vino la negación. A ella que solo llegó hasta quinto de primaria, la enviaron a San Luis de Sincé, para separarla de aquel amor imposible. A él se lo llevaron para el cuartel, pero ella se las ingeniaba para enviarle cartas con un comisionista de ganado que iba con frecuencia a la sabana. El en cambio, le dejaba los papelitos en los mangos o se los lanzaba por la ventana.
Eran tiempos del barato en los bailes. Dos muchachos se daban de trompadas por ella en el pueblo de Juan Arias, cuando apareció el muchacho de regreso. Chico había venido del Cartel para casarse con ella, que apenas tenía 19 años.
Se instalaron en una casa grande que se llevó el rio, con un patio donde había 200 gallinas, todas al servicio de los pobres. Las gallinas ponían en los patios vecinos y los vecinos se presentaban con canastos de polluelos para incrementar la cría. Chico, de 22 años, descuajaba montes dormidos y sembraba muchas hectáreas de arroz. Ella por su parte, hizo un armario que llenó de medicinas para curar a los enfermos. Se armó de un vademécum. A la par, vendía de todo en la tienda de la luz. Se iba en canoa con poca plata y traía carene, panela, café y todo lo necesario. Allí nacieron sus 14 hijos, nueve varones y cinco hembras. Las dos primeras nacieron con una exactitud matemática, el mismo día, con una diferencia de dos años. Después vinieron unos tras otros, en hilera, hasta que Dios la premió con un par de mellos, que fueron los últimos, antes de tomar la valerosa decisión de venirse a Sincelejo.

Los milagros.

Después de la luz del Sagrado Corazón que la transformó totalmente y le dio unas manos prodigiosas, empezaron los milagros. Una noche se presentó una familia muy pobre en canoa. Fueron a pedirle para el ataúd del niño que había sido desahuciado por la ciencia. Tenía una hinchazón tan grande, que no cabía en la silla donde fue sentado. Ella miró su cuerpo y lanzó la palabra con poder. “Yo lo curo”. Tomó dos inyecciones del armario y cuando iba a hacerlo, Chico le advirtió que si estaba desahuciado no lo hiciera, porque si moría le echarían la culpa. Ella procedió. Después fue al patio y mató un pollo. Empezaron a darle caldo puro de pollo criollo y se lo llevaron. El niño duró dos días orinando. A los tres días, cuando lo llevaron a control, ya estaba sano. Después surgieron una serie de milagros que se fueron extendiendo por la comarca de boca en boca, entonces su fama fue en su tierra y fuera de ella. Un día sus manos mágicas salvaron a un hombre atacado por un tigre, hasta que una mañana, vio cómo su marido afilaba los machetes y se los iba entregando a sus hijos. Cuando los vio en fila india rumbo a la rosa, ella puso el grito en el cielo. Sus hijos no habían sido paridos para entregárselos al monte. Ellos tenían que estudiar. Sus suegros, que solo habían educado a los hombres, tenían sus bienes. Tenían de todo en Sucre. Eran los acomodados. Fue donde ella se reveló. Dejó aquel paraíso embrujado y se fue a Cartagena, lejos, donde Chicho no estorbara su proyecto. Tomaron un Johnson y lo cargaron de hijos y de ilusiones. Avituallados llegaron a su destino.
Todo se le iba dando como Dios quiso. La señora que le había alquilado la casa en Cartagena murió y el negocio se vino al suelo. Llegó entonces a Sincelejo, sin saberlo, en plenas fiestas del 20 de Enero, ocho años antes de que Sucre se convirtiera en Departamento, con sus trece hijos, hace 58 años y aquí halló la gloria. En medio del “enredapita” de las fiestas, su máximo interés era conseguir primero un colegio para sus hijos mayores y una casa. Fue al colegio Simón Araujo, pero como eran las fiestas no había atención. Sin embargo, en el vecindario había una parranda en la que estaba el rector y algunos profesores. Tocó la puerta y cuál no sería su sorpresa, que la mujer que la recibió se llevó las manos a la cabeza y gritó:
– Rosa Severiche y tú por aquí!

Era una de las tantas personas a quien había servido como sierva de Dios. A la semana siguiente, sus hijos estaban matriculados. Hoy todos son profesionales.

Aquella vez Sincelejo era pequeño, pero no conocía a nadie. De modo que mientras caminaba las calles iba viendo las casas a ver cuál iba a ser la de ella. Le preguntó a un señor en una esquina quién alquilaba una casa y casualmente era el propietario de una, pero que solo iba a ser desocupada la otra semana. Hicieron el pacto verbal y se dieron la mano. Se fue a Sucre a aliñar otras cosas. Estando allá recibió el marconigrama: “casa desocupada, arriendo corriendo”. Las cosas se arreglaba de palabra, entonces se mudó En el barrio Chacury hizo historia su presencia durante 25 años, hasta que una moto se la llevó por delante.
La casa grande.
La casa no parece una casa. Más bien es como un museo de Dios, como una iglesia donde ella oficia en medio de pinturas de gran colorido y santos del tamaño natural, rosarios tallados a mano, muebles y adornos que hacen de esta mansión para el disfrute todo un ritual a la vida. Tiene seis habitaciones en la planta alta y abajo es esa especie de museo donde todo está bien puesto. A los 94 años, Rosa Severiche- le encanta este apellido tan sonoro- cumple su ritual de vida con una energía desbordante. Sus hijos son unas celebridades y ella baja y sube las escaleras como si fuera una quinceañera, por lo menos quince veces al día. Su sacerdocio tiene puntales y servidores. Tiene un horario rígido de comida y de rezos, especialmente por su hijo Rogelio, asesinado en un episodio oscuro de la vida de Sucre y con quien conversa diariamente mediante unas oraciones que hace inmancablemente en un ritual de madia noche, antes de entregarse a los brazos de Morfeo.
Su cumpleaños es todo un ritual en el que hay que apartar cupo con antelación, porque hasta su propia casa se queda chiquita. De Hecho, la vida de Rosa Severiche apenas empieza a escribirse en el macondo infinito del que Gabo solo contó una ínfima parte.

Alfonso Hamburger

Celebro la Gaita por que es el principio de la música.

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