!Los hombres sin Navidad!

Ivan2¡Festejos al hombre de la calle!

Desde lo alto, en el tercer piso del edificio Perna, miro el panorama de la calle que abajo oscurece en medio del ajetreo de la gente que camina para arriba y para abajo, preparándose para el día de velitas. Y en un rinconcito del pretil, en el centro odontológico de la Sabana, protegido por una reja pequeña, Iván Fuentes Paternina, parece un muñeco mejicano, con un gorro de papel triangular sobre su cabeza. Está sentado en el rincón, con las piernas cruzadas y mira indiferente al mundo agitado que prende velas y se mueve indiferente a su vida. Son apenas las seis de la tarde, pero ya se oyen disparos de Navidad. El hombre de la calle ya está recogido, en espera de recibir la noche sin ninguna esperanza. Las luces se prenden en la ciudad sin que lleven luz a su corazón. Su mundo es de tinieblas.
Bajo de mi confort y lo abordo. Cuando llego al lugar sus ojillos brillan.
Sabiéndose sucio, no me da la mano, sino que me hace chocar su puño cerrado.
– ¿Hola, que hiciste hoy?, le pregunto.

Abre su boca con lentitud, desvaría su mirada y responde lo mismo que ayer: nada. Y ese nada es nada, con una simplicidad de quien no espera nada. No espera nada de nadie, porque no hace nada ni tiene a nadie. Se sabe vivo porque respira. Y quizás porque lo estoy viendo que parpadea.
..Y que harás mañana? Y vuelve como la vaca al trigo o como el cántaro al rio: Responde nada.
Desconfiado por su respuesta le reitero la pregunta y me responde que hoy, día de velitas, estuvo en el parque principal, donde se sentó a ver pasar el mundo. Allí le dieron para un tinto y unas empanadas. Va gastando según le dan. Tiene algunos amigos de rutina, que llegan o no llegan, gente de la calle, con quien no se junta para nada.
– ¿Cuánto pesas?, le pregunto al verlo tan delgado. Dice que alguna vez pesó 49 kilos, pero que ahora no sabe, pueden ser unos 35.
Sus ojos ahora me buscan para preguntarme si tengo algún alimento. Le digo que no, busco en mis bolsillos y le doy unas monedas. Estira una de sus manos huesudas y sus ojos brillan más. Recuerdo en este instante el día que hablamos por primera vez, de madrugada. Es pulcro. Pidió su tinto y mientras lo puso en el piso, después del primer sorbo, sustrajo de la relojera un envoltijo de plástico, le soltó el nudo y sacó unas monedas. El día anterior había recibido dos mil pesos. Compró una empanada de 500 y un tinto del mismo precio. Acababa de pagar el primer tinto doble, un ripio, vaso plástico casi lleno y le quedan 500 para encarar el día. Luego irá al frente de los juzgados, donde exhibirá su miseria, sus ojos brillarán a cada mendrugo y algunos transeúntes le darán unas monedas. No espera más, con dos mil pesos le basta para pasar el día. No hará nada, porque necesita poco.

Alfonso Hamburger

Celebro la Gaita por que es el principio de la música.

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