!De egos y celos en la Filbo 2019!

FILBO 1¡En Sincelejo me quedo!
– No voy a Filbo ni a recoger los pasos!

Por Alfonso HamburgerFILBO5
…Y me dejó el avión, como en el tema de Héctor Zuleta Díaz, pero sin carreras. Eso fue una de las noticias en la delegación de Sucre en la Feria internacional del Libro 32, que está por concluir en Bogotá. No se lo dije a nadie, solo a un atento funcionario del Fondo Mixto, pero se regó como pólvora. Algunos lo festejaron. Otros se preocuparon. Alguien me trató de in serio. Uno último dijo que yo era “Mister tranquilidad”. Más fresco que una lechuga. Por lo que supe, no me perdí nada extraordinario. Prefiero quedarme en Sincelejo, donde se pasa muy bien. Yo salgo a la calle y la gente no me deja andar. Me detienen para saludarme, para preguntarme, para darme palmaditas. Pocas veces me había dado cuenta de cuánto me quiere la gente de esta cara ciudad en la que estoy atrapado para siempre, a la que a veces critico fuerte, pero es que yo también la quiero mucho. Cuando salgo de la ciudad adelanto el boleto de regreso. Hace dos años fue lo mismo en la Filbo. Había apartado tiquete para cinco días y no resistí la tentación de regresarme en la primera oportunidad, un día antes de la fecha, pagando 150 mil pesos de multa en la línea aérea, pero me vine a sentir esa brisa fresca, a tomar una moto a la que no tengo que decirle la dirección: todos saben dónde vivo. Todos saben a qué me dedico y cómo hago las cosas.
Para quienes quieren el cuento completo, fue así: Mi libro Sábado de Gloria, de estilo confesional, un híbrido entre crónica y cuento, se presentaba a las cuatro de la tarde del viernes 26 en el pabellón cinco de Corferias, con el auspicio de Santa Bárbara Editores. Todo estaba previsto. La publicidad fue abundante. Alfonso Ávila, mi nuevo agente, editor y distribuidor, con quien tengo previsto editar mi próxima novela (seguramente se llamará La Negada, brebaje de amor y pena), me puso de primero. Le fallé. El avión decolaba en el aeropuerto Las Brujas de Corozal a las 11:27 minutos antes del meridiano. Tenía suficiente tiempo, después de levantarme a las cinco de la mañana. De seis a ocho hice Alma Mater. La maleta estaba hecha, con dos nuevas chaquetas Seven Seven, un buzo, una sudadera de noche y un pantalón negro de la misma marca. Me hice a la oferta de pague cuatro y lleve cinco. Nunca había comprado tanta ropa para clima frío. Hace dos años Jaime Vides me surtió de un remanente que le quedó cuando estuvo de reportero en Bogotá, pero algo pasado de moda. Para esos son los amigos.
A las ocho y media guardé mi palomo blanco en el parqueadero y le eché una ojeada de nostalgia, como si jamás lo fuese a ver otra vez. Estaba que me arrepentía del viaje. Uno no se puede mentir. No me gustan los tumultos. En una feria de esas, con más de 500 expositores, los libros se pierden en un mar de rostros amorfos. Hay grandes pancartas y afiches y yo no aparecía en ninguna. No me gusta ser anónimo ni pasar desapercibido. Vi cuando armaban el satad de Sucre por internet y por allí no vi ni a José Ramón Mercado y a otros célebres que brillaron por su ausencia. Tampoco vi mis libros. ¿Qué era lo que exhibían allí? Me acordé de la voz afligida y pesimista del poeta Ricardo Vergara Chavez, en Sucre Sucre, donde vaticinó que esa seria quizás la última vez que iría al macondo Sucreño. Tenemos que aterrizar, solo somos una brizna en la tempestad. No somos nada. Quizás para quienes iban a vivir la experiencia por primera vez, hasta el selfi valía la pena. ¿Yo que iba a hacer allá? ¿A ver pasar a los grandes? De todas maneras, arropé mi auto, me despedí de él y me fui al centro a poner una carta al correo, porque aún tenía tiempo de tomar el avión. Pero como les dije, ahora sé cuánto me quiere la gente en Sincelejo. No me dejan andar rápido. El Primero fue el Chino Narváez y después Manuel Morón, que me detuvieron a preguntarme por la elección del nuevo rector. No había caminado veinte pasos cuando me detuvo Libardo Arenas, el de la industria Tintos Doña Ludys, quien llevaba varios termos de manzanilla, chocolate y café. Me hizo que me tomara un vaso de canela fallo de azúcar, gratis, cortesía de su mujer. No me había terminado de tomar la canela cuando se me viene el arquitecto Don Arturo Hernández, tratando de atravesar la calle del Comercio, a la altura de la antigua Caja Agraria, para abrazarme y decirme que está escribiendo un folleto para testimoniar la belleza de la ciudad y cuyo prologo será mío. No permito que a su edad atraviese tan concurrida calle y le digo que espere. Yo atravieso y lo escucho, pero no deja irme. Me entretiene con su verbo sabio. Me zafo y voy a Servientrega. Pongo el correo a Bogotá, pensando en que la revista Semana por un artículo paga 500 mil pesos, pero hay que hacer una cuenta de cobro con ocho requisitos. Cruzo donde mi abogado. Soy víctima de la violencia, desplazado, y me lleva el proceso que no avanza. Tengo que ir al cajero de Davivienda para llevar dinero en efectivo, pero la cola es larga. Mientras hago la cola, frente a la Dian, me asalta el vendedor de Loterías. Al fin despierto, en medio de abrazos y saludos y me acuerdo del avión. Voy por la maleta. Apenas miro la hora me tiemblan las piernas. Tomo mi maletín pequeño con varios libros y la bolsa de Seven Seven con la ropa para frio. No pasan taxis. Pero el primero que detengo se niega a llevarme al aeropuerto. Le temen a la planilla y al peaje, dond ese gastan 21 mil pesos. El segundo me cobra 35 mil pesos. Tengo afán. Dele. Pero hay muchos trancones y el tipo se va por las Vacas, cruza por el Coliseo de Ferias, con varios semáforos, en vez de buscar rápido la troncal. Antes de llegar al peaje de Las Flores, voy entretenido en las redes sociales, entra una llamada de un funcionario del Fondo Mixto, me dice que si quiero un coctel para el lanzamiento. Y si no el coctel que desearía. No lo dudo, en vez de coctel que me compren libros. Nosotros somos vendedores de libros, no de cocteles. Me anuncia que habrá transmisión por Facebook Live. Caímos en otro trancón del peaje, donde la emisora dio las 10 Y 35 minutos. Aún teníamos tiempo. Le digo que acelere, pero el semáforo de la Esquina Caliente en Corozal demora un minuto. Es allí, en ese minuto, donde pierdo el avión. Después viene, saliendo de corozal una foto multa que detiene los autos a 40 kilómetros por hora, fatal. La entrada al aeropuerto está atestada de autos, como si se tratase de una celebración de fandango. Los autos no caben en los parqueaderos y tienen que detener en la avenida de entrada, repleta de árboles.
La emisora canta la hora al llegar al Aeropuerto. Eran las 10: 41 minutos. Veo que el avión de Avianca ya está en la bahía de pasajeros. Hay mucho movimiento supremo. Presiento algo. Suspiro. Le pago al chofer sin bajarme del taxi en el preciso momento en que entra una llamada de Alcibiades Melchor Monterrosa Ricardo, que es mi prueba de que llegué exactamente faltado 46 minutos para que decolara el avión. Entro precipitadamente a la cajilla de Chekin , no llevo sino cosas de mano, no perderé tiempo. El tipo de ojos colorados de toche me mira y enseguida me dice que el vuelo a Bogotá ha sido cerrado. Discuto con el tipo. Me dice que no puede hacer nada, que cierran en Bogotá. El tipo se ve victorioso, como el picotero que pone una champeta a todo volumen. No puedes pedirle un bolero o un jazz. Tiene el mando. Me da un número para que llame. Que me vaya por Montería, propone. Me responde una máquina. Por la rejilla veo como la gente sube al avión que me dejará.
Habían pasado 22 minutos desde la llamada de Alcibiades, quien quería un libro de encargo, cuando reacciono. Eran las 11: 02 minutos. Faltaban 25 para cerrar la puerta del avión. Saco cuenta y veo que si llegué a tiempo. El tipo, quien se declara jefe de vuelo me mintió. Le reclamo. Me dice que ellos manejan un reloj diferente al del usuario. Le anuncio que presentaré un reclamo a la compañía por maltrato al cliente. Nosotros abrimos y cerramos empresas según nos traten. Tenemos el mando. El hombre, con los ojos enrojecidos por el estrés laboral- seguro trabaja bajo presión y resultados- dice que el video dirá quien tiene la razón. Todo quedó grabado. Yo estoy seguro de que llegué a tiempo y que pudo embarcarme.
El señor, con cara de vigilante y ojos de estrés, quien se declaró el jefe de vuelos de Avianca, estaba aterrado cuando supo que yo era Hamburger, el periodista. Me repitió mi apellido varias veces, tratando de justificar su negligencia llamándome por mi bello nombre. O de pronto aquello de ser más papista que el papa, de su falta de sentido común, de insolidaridad con el cliente. No se iba a gastar un minuto tomándome los datos. No acostumbro a usar mi nombre para intimidar a nadie por mi condición de periodista, si paso por anónimo es mejor. Sin embargo, dado que esta nota será pública, estoy en todo el derecho de quejarme. No hacerlo es malo para la salud, aunque reclamar en este país no sirve para nada.
Lo cierto es que el monopolio es malo. Sin la competencia o incompetencia de Satena, esta compañía es mucho más cruel con los clientes, se afianza desde su posición dominante. De seguro, si es por seguridad, que los malosos, el día que van a cometer un delito o van a meter un arma o una bomba, se las pasan como a Pedro por su casa.
Las uvas estaban verdes. Me dijeron que la delegación de Sucre estaba partida en varios egos, en ese mar de rostros, donde todos somos anónimos. Un amigo me trajo gustoso y gratis a mi bella Sincelejo, donde he descubierto que me quieren más de lo que me merezco.

Alfonso Hamburger

Celebro la Gaita por que es el principio de la música.

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