Por: Amaury Pérez Banquet
La mañana del 25 de enero de 2006, a pocas horas de la ceremonia en que la cadete, Lina Maritza Zapata, sería ascendida a alférez, su cuerpo apareció en los dormitorios de la Escuela de Cadetes de Policía General Santander donde al parecer se suicidó.
El cadete que la encontró sufrió un ataque de risa propia de desquiciados. Y no era para menos. Hacía apenas un par de semanas había estado celebrando con Lina su cumpleaños número 21. “Voy a llegar a ser general y dirigiré la Policial Nacional de Colombia”, le había dicho ella, luego de la segunda copa.
De manera que esa mañana del 25 de enero de 2006, el cadete que encontró a Lina sin vida, en medio de la conmoción que le causó la triste escena, reportó el hecho a un mayor que estaba de turno, y éste se apresuró a contárselo a sus superiores. Extrañamente, los que estaban al mando de la Escuela General Santander, no acudieron al CTI de la fiscalía para que relazaran el debido proceso, sino que llamaron a un experto en balística de la Sijín, de la misma institución. En ese instante, el manejo del caso se volvió un tanto turbio.
Al parecer la escena fue alterada, y no es un juicio apresurado, puesto que se puede soportar teniendo en cuenta los siguientes hechos: el patrón de manchas de sangre no coincidía con la posición en que fue encontrado el cuerpo; el arma cayó a varios centímetros del borde superior del pie izquierdo y ella era diestra; el orificio de la bala, entró por el parietal derecho, pero curiosamente, en la mano derecha Lina tenía un sable, es decir, en la misma mano con que presuntamente se disparó. Ella cayó en posición cubito dorsal, como quien dice, contra el piso. Esto indica claramente que el sable no habría respondido a la ley de gravedad. Cuando la fiscalía llegó a la Escuela, se dio cuenta de que se había alterado la escena, y por tal motivo no les fue posible certificar el “suicidio”.
Inicialmente, los familiares de Lina no sospecharon nada. Confiaron ciegamente en el informe que rindió la policía, y la historia quedó así durante mucho tiempo. Pero como era de esperar, la madre de Lina se impacientó luego de varios meses de un luto intenso. Como los altos mandos de la Escuela General Santander no le daban una explicación convincente, decidió buscar al cadete que había encontrado a su hija sin vida. Fue éste quien le informó que en la Escuela había una red de prostitución homosexual, que se conocía como “la comunidad del anillo”.
Desde luego, la policía niega que tal comunidad haya existido. De hecho, si alguien va a la Cámara de Comercio no encuentra una razón social con ese nombre, pero hay suficiente evidencia de que varias promociones de cadetes de la Escuela pertenecieron a ella o conocen de su clandestina existencia. La madre de Lina formuló una queja ante la Procuraduría porque fue informada de que su hija había muerto por haberse enterado de esa red después de que un compañero de curso le revelara detalles sobre la misma.
De acuerdo con las declaraciones judiciales de varios muchachos con visibles inclinaciones femeninas que pertenecieron a la red, había un listado de más de 300 personas de la comunidad. Los muchachos afirmaron que eran llevados fuera de la Escuela, irregularmente, a prestar servicio al estadio y que de allí los trasladaban al Congreso a darse gusto por delante y por detrás. Un coronel de la Policía figuraba como El Instigador de toda la operación, y era el mismo quien los escogía; les daba dinero y los colmaba de regalos. Esta aberrante historia que tenía muchos testigos dentro del proceso, se archivó, pese a los testimonios, en la Procuraduría.
Aparentemente llevaban a los muchachos, como si se tratara de un ramillete de putitas vírgenes, al Congreso de la Republica, para ofrecerles favores sexuales a varios parlamentarios que no disimulaban sus ataques de dentera cuando los veían entrar. “El mío es el tercero”, decía uno de los parlamentarios. “El mío es el quinto”, decía otro. “A mi déjenme a cualquiera, porque todos están divinos”, decía otro. Por supuesto, todavía queda mucho terreno por descubrir, pero lo que se sabe por fuentes no formales es que habría jugosas ofertas de cadetes a congresistas, empresarios e incluso a grupos de autodefensa.
Sin lugar a dudas esto es un escándalo de gran magnitud. Los testigos han afirmado que el coronel instigador tenía un ayudante experto en la materia, también oficial, que hacía la avanzada en la Escuela a cualquier hora del día cuando necesitaban muchachos, y que sus jefes inmediatos estaban al tanto de la existencia de esa red, cómo operaba y cuándo se necesitaba sacarlos de la Escuela, saturados de perfume fino.
El instigador gozaba de un enorme poder para hacer lo que quisiera sin oposición de nadie. Él era la persona que hacía lobby a nombre de la Policía en el Congreso para que aprobaran los ascensos de los oficiales.
Conocía a los senadores, sus extrañas inclinaciones, y el manejo interno del Parlamento. Uno de los que estaba en turno para ascenso era, precisamente, el entonces director de la Escuela. El coordinador de la red, que no tenía cargo alguno en la Escuela, iba casi todas las tardes a la institución sin que nadie le preguntara a qué. Llegaba a la plazoleta de comidas, al mejor estilo de una proxeneta moderna, abría su lujosa camioneta y empezaba a entregar regalos y a preguntar por el nombre de los muchachos que, según él, cumplían con el perfil que exigían los congresistas y los demás clientes.
La comunidad del anilló reinó en todo su esplendor, sin interrupción alguna, por casi una década. Para ser más preciso, su vida útil data desde comienzos del año 2000 hasta mediados del 2008; es decir, la red de prostitución homosexual operó dos años más después de la muerte de Lina Maritza. Extrañamente, la Fiscalía también cerró la investigación sobre la muerte de Lina Maritza Zapata, en marzo de 2011, no obstante, que sus mismos investigadores certificaron que hubo alteración de la escena, lo que ya de por sí constituye un delito, igual que la incitación a la prostitución.
Para fortuna de la memoria de Lina, su familia obtuvo una nueva evidencia mediante la declaración de un oficial retirado que decidió darle una entrevista sentida. El oficial aseguró, sin rodeos, que cuando pertenecía a la Escuela vio a un mayor, que más tarde se convirtió en coronel, prendiéndole fuego al uniforme y a las prendas íntimas de la cadete después de encontrado su cuerpo.
Y que cuando ese mayor se dio cuenta de que el declarante estaba observándolo, le dijo, un tanto nervioso, que estaba quemando la ropa por órdenes del director de la Escuela, y que éste le había pedido absoluta confidencialidad. Esa declaración le fue entregada a la Fiscalía en junio de 2013 y por eso se reabrió la investigación.
Hay varios uniformados que tuvieron mucho que ver con esos hechos, entre quienes pertenecieron a la comunidad del anillo, que entonces eran cadetes o alférez, y que ahora siguen siendo oficiales activos. Algunos de ellos, que contaron bajo juramento cómo operaba la red y quién la organizaba, luego se apresuraron a adelantar cursos para ascender.
La duda es si estos personajes, que aún siguen activos, se retractarán en vista de que ahora están más comprometidos con la institución. Quizá sí, pero el problema para ellos es que en materia penal uno no puede estar diciendo una cosa hoy y otra mañana, teniendo en cuenta que lo que se afirma bajo la gravedad del juramento tiene consecuencias penales. Además, las afirmaciones que hicieron, y que están en el proceso desde enero de 2006, son claras, contundentes y precisas.
Los declarantes no dicen qué hicieron o a cambio de qué recibieron dádivas. Sin embargo, es evidente que sabían de qué se trataba y a cuál actividad se iban a enfrentar. Y que la consintieron por necesidad, porque se sintieron presionados, por el poder de quien los instigaba o por las circunstancias que se vivían en la Escuela de Cadetes.
Dentro de las declaraciones de uno de los oficiales que perteneció a la comunidad del anillo, dice que el coronel lo obligaba a que le ayudara con otros compañeros, como por ejemplo: el alto de pectorales firmes y de ojos claros, para que tuviera relaciones sexuales con él. Los muchachos aceptaban, ya fuera porque también tenían inclinaciones homosexuales, o porque, según el instigador, esas actividades eran el camino para reinar.
Entre los oficiales de mayor rango hubo uno que se atrevió a denunciar los escándalos en la Escuela, pero desafortunadamente tuvo un final triste. A partir del momento en que habló se le presentaron problemas y obstáculos en su carrera: lo trasladaron a un lugar alejado, lo involucraron después en un episodio que al parecer fue preparado por la Inteligencia de la Policía como retaliación y terminó condenado por secuestro.
A estas alturas del camino, cuando los mandos han cambiado, es difícil adelantar una investigación sería sobre los escándalos en la Escuela General Santander. La Policía Nacional ha ofrecido por diferentes medios su colaboración para que esta situación se aclare de una vez por todas. Pero también se encuentran muchas contradicciones entre lo que dicen unos y otros. Uno de la cúpula aseguró que la comunidad del anillo es un cuento, algo así como un mito, pero el mismo director de la Policía Nacional admitió su existencia.
Por otra parte, ha llegado mucha información reciente y se tienen fuentes que han ofrecido audios, fotografías, videos y otros elementos probatorios. La gente, que en su momento se consideró agredida y que no habló por temor, quiere hacerlo ahora. El objetivo de todo esto no solo es que se determine la gravedad de lo que sucedió con la red de prostitución, sino, es si esa red tuvo relación directa con la muerte de Lina Maritza.
Desafortunadamente la investigación sobre la muerte de Lina Maritza ha estado rodeada de amenazas e intimidaciones hacia la familia de la cadete, del abogado que lleva el caso, y de algunos posibles testigos. El proceso tiene unos episodios un tanto oscuros, rodeados casi siempre por la atmosfera de la fatalidad. El cadete que encontró a Lina sin vida, fue trasladada de la Escuela General Santander a la Presidencia de la República pocos días después. Y luego, estando en una comisión fuera de Bogotá, apareció sin vida con una herida de arma de fuego, presuntamente en un hecho accidental. Es un incidente inexplicable puesto que ese uniformado era un experto en el manejo de armas.
Días antes del supuesto accidente, el oficial se había contactado con la familia de Lina para decirle que había decidido aportar información muy valiosa. Al parecer les iba a hablar sobre un catálogo con fotos de los maricas de la Escuela General Santander, y los precios en que se tasaban…
Sin darse cuenta en qué momento, Lina cayó en el laberinto putrefacto de la comunidad del anillo. Ella está muerta, y junto con el cadete con quien brindó el día que cumplió 21 años, aún siguen observando desde el otro lado de la barrera, lo que queda de las relaciones excrementales que comenzaron en la mal llamada comunidad del anillo.
Bogotá, febrero 17 de 2016.