¡HISTORIA SAGRADA QUE RECUERDO ESCONDE!
-Llegaron los ojos de grillo!
Por Alfonso Hamburger.
Adolfo Pacheco canta la hamaca grande. Le hacen coro Alfonso Hamburger y Leonardo Gamarra. Parque comercial Guacari, Sincelejo, 30 de Agosto de 2018. ( Foto Jesús Aguas, Músicos de mi tierra).
Llegaron en una recua de doce mulos, atravesando pantanos, ríos, valles y montañas para penetrar a aquel pueblo mágico, en el que se estaba fermentando una de las culturas más auténticas del Caribe, con habitantes mestizos que tenían la tristeza del indio, la fuerza del negro, la habilidad y la poética del español, alzado en un relieve andino en donde los indios farotos se habían resguardado de la guerra, lo que les permitió hacer con mayor tranquilidad lo que más les gustaba: tejer hamacas y tocar unos palitos que tenían ojitos para ver y boquita para hablar.
El más avezado de la estirpe de los caras e huevos de pava se llamaba Laureano Pacheco y no se iba a salvar del espíritu burlón de los cerca de tres mil habitantes que ya habían en 1850 cuando llegaron, 74 años después en el mismo lugar donde un español que murió pobre, sin saber realmente lo que había hecho, delineó calles y carreras y trazó una plaza central a la usanza del estilo romano, con 80 familias y 440 almas. Apenas se apeó de su mulo, se sacudió los cadillos del pantalón y estiró los huesos, quienes se aglomeraron con los muleros vieron el color de sus ojos lo bautizaron como “Ojo de grillo”. Estaba blanco como un papel. Tenía las manos pecosas. Era enjuto y de carácter fuerte. Andaba por el mundo buscando una mujer para casarse y un pueblo donde fundar una nueva estirpe, porque las lejanas tierras de donde provenía, pese a ser interioranas, también hacían parte del viejo departamento del Magdalena y habían hecho parte de las ideas bolivarianas. Lo único que no los emparentaba era el acento, porque los niveles de desarrollo, una palabra realmente desprestigiada y la desconfianza, asolaban sus almas. Así como sus antepasados-engañados por la malicia indígena- se desquiciaron en la búsqueda de un dorado irreal, con el que los mantuvieron entretenidos mientras pasaba el temporal, la estirpe de los ojos de grillo, apenas buscaban paz y tranquilidad, sin saber que se iban a encontrar con otras fiebres que los seguirían desquiciando, porque cuando creían haber encontrado la mujer ideal- en torno de la que iba a girar el mundo- aparecía otra en el camino, sin abdicar al trono de su codicia.
Casi ciento setenta años después- 167 exactamente- en una conferencia en Ocaña, Santander, de donde había salido aquella recua de mulos, su bisnieto más aventajado, quien ya era considerado, “el ultimo juglar de Colombia”, lo que contrariaba su espíritu de longevidad porque aquello de «ultimo» parecía lapidario, diría que no eran propiamente verdes los ojos del bisabuelo, sino que tenía el color de las alas de los grillos saltamontes, que aparecían en los arroyos después de los aguaceros de mayo para desentumecer sus alas y entonar conciertos con las chicharras previas a la Semana Santa. Eran épocas en que los tiempos se anunciaban antes de llegar. Se llovían los trapillos para anunciar el verano. Se desbarrancaban los caminos para prever el invierno. Las hormigas arrieras atravesaban los caminos cargadas con hojas verdes. Las serpientes dejaban su piel en parajes impensados. Y el yacabó cantaba según si viniesen lluvias o veranos. Cantaba la guacharaca con aquella bullaranga de inviernos y en las montañas de María una araña tejía sobre dorado en medio de una explosión de colores festejando el nacimiento de la cumbia.
– ¡Apenas tengo 76 años, calculen ustedes!
Dijo el bisnieto mas aventajado, en medio de los festejos de la gente, porque el hombre tenía mucha gracia y con las primeras palabras, dueño de una seguridad provinciana, armado de micrófono, parecía un patriarca avezado.
Se acababan de abrir las cortinas del teatro. Estaba apoltronado y lúcido, con una cachucha bolchevicana en sus sienes, zapatos relucientes y una toalla enrollada en el cuello.
( Continuarà)