SE BUSCA MUCHACHA PERDIDA EN SINCELEJO

Y sucedió lo que tanto temía. Les había contado en una crónica anterior que sufría con el sueño de que iba a llegar al restaurante donde Leída era una de las meseras y no la iba a encontrar. Este tipo de trabajos son casi informales. Esas pobres muchachas ganan a duras penas algo menos que el mínimo y cualquier día desaparecen sin dejar rastro. Le dije que me enamoré perdidamente de Leída, aquella muchacha de ojos oceánicos, 22 años , cara de muñeca y culito de avispa, que tragaba saliva cuando yo desayunaba, entonces la invitaba a que tomara un jugo, una empanada, porque no podía sentarse a mi lado, ante la vigilancia de los dueños del restaurante. Un día la vi besándose con el moto taxista que la llevaba en la madrugada. Fue un mal día para mí, porque derrame el café sobre mi vestido y boté las llaves. La impresión de verla colgada del cuello de aquel imberbe muchacho de madrugada, descalzo, me causó una gran tristeza. Ya antes otra muchacha de restaurante se había fugado con otro mototaxista. Ellos se aglomeraban en el restaurante donde era mesera y me la disputaban a rabiar.
Con Leída fue más difícil la acechanza. Al principio era huidiza. El primer día la vi como aturdida en su nuevo uniforme. Mientras me traía el pedido me la tragaba con esa mirada acosadora, intimidante. Un día le tomé fotos subrepticiamente con mi celular. Me dio pena cuando me descubrió, pero luego fue cediendo y al menos no la estorbaban mis miradas. Un día, como temía, desapareció del restaurante de las cinco ventanas. No fui capaz de preguntarle a sus compañeras, qué se había hecho. Pero no fue necesario, porque un día que caminaba por la calle Nariño, me la hallé parada en la puerta de un pequeño piqueteadero, donde vendía avenas, empanadas, deditos, buñuelos y papas embutidas. Fue allí donde la tuve contra la pared. Me volví asiduo del lugar. Allí pude saber su nombre, sus años, de sus sueños. Y vi que empezó a interesarse por mí. Fue cundo descubrí que en sus hermosos ojos pestáñanos había hambre. No tenía celular, según me dijo. Pero alguna vez iba por la calle hablando por uno de ellos. Quizás me lo había negado. Sin embargo seguí pagándole dos desayunos mientras iba a su piqueteadero. Uno para ella y uno para mí. Estudiaba de noche, su madre era separada y tenía un hijo menor de solo ocho años. Vivian alquilados. Con el tiempo tomamos confianza. Recibió mi tarjeta y la guardó en su regazo. Quedamos en vernos algún día, porque nadie sabía cuál es su suerte. Por algún tiempo dejé de frecuentar a aquel piqueteadero y mis intereses sentimentales divagaron por otros lares, hasta que un mes después, cuando regresé, tuve que mentirle cuando me reclamó la ausencia. Estaba de viaje, le dije.
Aquella vez me dijo que su novio era mototaxista y que ya le estaba comprando los chócoros. Le dije que no fuera loca, que primero buscara graduarse de auxiliar de farmacia, con lo que mejoraría su estatus. Y que después pensara en un marido. Mientras caminaba a la despensa en busca del desayuno, yo observaba sus nalguitas, sus senitos, y cuando regresaba con el pedido, sus ojos de hambre.
La última vez que la vi fue en el restaurante de las cinco ventanas, que era el principal de estas piqueteaderos de cachacos, gente que trabaja fuerte y hace plata. No pude sino mirarla, porque había mucho movimiento de comensales. Le clavé los ojos hasta el infinito de su trasero y la vi amplia, gruesa, como si por allí hubiese pasado algo extraño. Fue la última vez que la vi, porque al día siguiente pasé por la sucursal, en la calle Nariño, donde hallé a otra niña encargada del negocio. Tuve un pálpito como de gol fallido.
– Y la muchacha que trabaja aquí, le pregunté.
– Leída?
– Sí.
– Ella ya no trabaja acá.
– ¡Y eso, qué le pasó?
– Nada, que salió embarazada.
Aquel golpe fue tan duro como el día que la vi colgada del cuello de un joven moto taxista de madrugada. No sé de qué color me puse, pero seguí caminando, quizás en la búsqueda de otra muchacha que calmara mi sed de amor.

Alfonso Hamburger

Celebro la Gaita por que es el principio de la música.

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