San Jacinto, mi tierra linda, tiene tres eventos que marcan la ruta cultural del Caribe, La Fiesta del Pensamiento, el Festival Autóctono de Gaitas (entre los diez mejores del país) y La Fiesta de las calles, siendo ésta la concentración más democrática de la familia y los amigos, ese reencuentro vital, emotivo, con el espacio de la niñez y el abrazo social con la populía, en el tiempo más bonito del año, las novenas de Navidad.
Contaba el filósofo Numas Armando Gil Olivera, en mi programa de televisión Vox Populi, y avalado por el otro pensador de La Cuevita, Tomas Vásquez Arrieta, que los pensadores de siempre han esculcado sobre el tiempo, pero poco lo han hecho sobre el espacio, ese elemento vital del patio, de nuestra geografía, ese que demarca nuestros pasos, nuestro territorio, la calle, la plaza. Más que de un pueblo somos del patio de la casa, de la calle, decía Héctor Rojas Herazo.
Y en aquel programa, Numas sostenía que nuestra gente no le gusta caminar por las orillas, sino por el centro de la calle, práctica ahora amenazada por la irrupción de las motos. La gente orillera es matrera, como maíz de los costados en los caminos reales, pálido, llevado.
Pero la fiesta de las calles es otra cosa. Es un espacio vital de nuestra adolescencia, de nuestra niñez, es el reencuentro con los amigos, partiendo desde el 16 de diciembre, no de un solo sector, sino de todo el pueblo, porque hay que devolver la visita. Es ver como se visten las calles cual si fueran personas que van a una verbena, con la mejor pinta y la mejor disposición, con perendengues, guirnaldas y matas de monte, donde el plátano, y los diferentes especies vegetales, los bombillos, la música, el licor y el abrazo social, son un ingrediente mágico,
En nuestro bachillerato, final de los años 70, con Abel Viana Reyes, y el Comité Cívico Cultural, con quienes se inició el rescate de algunas tradiciones, en medio de la guerra que ya nos venía sacudiendo, se empezó a levantar la biblioteca, el museo, y la fiesta de las calles. Las verbenas con el Doble Poder y Los Betos, igual con David Henríquez, en la mejor fecha (sábado de gloria), se pudo abrir este espacio sin dueño, que hoy rescata, gracias a Dios.
Detrás de esta fiesta sublime, donde los jóvenes de la época se disputaban el perendengue de oro, hay otras tradiciones como el bautizo de muñeca, que poco entendí y otras, como la gaita y todos sus derivados musicales.
Me da mucha nostalgia recordar la fiesta de las calles de 1982, a mi cuarto semestre de periodismo, cuando un día antes de comenzar el evento, 15 de diciembre a las siete de la mañana, un bus de la línea Murillo me atropelló en Barranquilla. Era mi último examen en la Universidad y la maleta ya estaba hecha para tomar el bus de Quito. El bus me fracturo el tercio superior de la cabeza del fémur de la pierna izquierda, matando mis ilusiones de ser futbolista profesional. Nací el mismo día que Carlos Isquia, del Junior. Lo cierto que aquella tragedia, un día antes de tales fiestas, fue una tragedia, porque por la radio anunciaron mi muerte. Me lloraron, entre otros, además de mis familiares, Néstor Arias, Junior Muños, La Conavi, Dayro el Pechón, Javier Arrieta, Luis Migue Ortiz, Los Avendaño Martínez, y todos los integrantes de Atlético Viña, Lucho Traste, los compañeros de Estudiantes del Pio, cuatro veces campeones juveniles de futbol, Los Arrieta Díaz y mucha gente. Amanecieron enmaicenados sobre el poste de la luz, esperando mi velorio.
Pero yerba mala no la mata verano, seguí viviendo para poder contar las memorias del Caribe. Por aquellos tiempos habían muerto varios gaiteros, entre ellos Juan Lara. No le quedó otro remedio a José, su hermano, que despercudir los palitos de la gaita, que estaban archivados en el entre palma del rancho. El sordo José delego el tambor en sus hijos y tuvo que rebuscar en la memoria todo el repertorio de Juan, porque se vinieron las fiestas de las calles y no había quien animara la aurora. Se tomó varios “buches” (así le decía al trago de ron profundo) y nos fuimos por esas calles de madrugada a animar la fiesta. Allí José Lara volvió a revivir con su estirpe ( Colilo, Juan y los otros) todo ese pero de la tradición. José no fue inferior a su legado.
Los gaiteros habían hallado, a punta de buche para resistir, un espacio que había sido espantado por los males de los tiempos, la guerra, y la indiferencia.
La Fiesta de las calles es el mejor espacio de la familia, en el mejor tiempo del mundo.
Fotos cortesía, grupo Macumbe, Abel Viana Retes de Faceboock