Crónicas de la peste (III)
AL FILO DEL PEDAL.
– La aventura de un costeño huyendo del aburrimiento del confinamiento. Se vino solo de Bogotà en una bicicleta prestada. Es la historia de miles de personas obligadas a estar lejos de sus familiares en todas partes del mundo.
Por Alfonso Hamburger
En siete días, seis noches, una botella de agua, con una comida diaria, durmiendo en puentes, bombas de servicios, árboles y pantanos, y su mente puesta en su lejano pueblo, a más de mil kilómetros de Bogotá, Omar Martínez Guerrero se vino a Buenavista, Sucre, pedaleando en una vieja bicicleta. Vieja y prestada.
Omar, de 28 años, padre un niño de siete años y un bebé en gestación, el héroe de esta historia, dice que tuvo que hacerse invisible en los retenes de la policía y hablarle a su burrita de acero ( Le dice Niña), cuando ésta parecía flaquear, bajando los pantanos de Boyacá. Y ella, que recibió sòlo mantenimiento de aceite en sus balineros (la masa que dicen acá), lo escuchó, porque lo puso sano y salvo en su pueblo, huyéndole al estrés y al coronavirus, después de un confinamiento obligatorio de 46 días .
Buenavista es un pueblo perdido en las sabanas de Sucre, muy cercano del calor de Magangué, de donde llegaban las hordas de trashumantes que lo convirtieron en el pionero del trasteo electoral en el país. Salvo un gamonal que los administró con el sistema de vaca por leche por más de sesenta años y uno que otro músico que resalta su nombre, Buenavista siempre fue un pueblo con pocas noticias, aislado del camino que conduce al río, por lo que la proeza que ha hecho Omar Martínez Guerrero, ha sido celebrada en los medios de comunicación, en un pueblo de gente cálida y habladora por demás. De Buenavista son los hermanos Tuiràn, cuya cumbia es muy apetecida en México, el baladista Rodolfo Aicardy y el destacado periodista Silvio Cohen.
Buenavista, Sucre, foto Alfonso Hamburger
Allí nació Omar Martínez Guerrero, hijo de Carlos Martínez Martínez, 56 años, campesino dedicado a cuidar gallinas ponedoras y y Norelys Guerrero, 49 años, ama de casa, comerciante de bollos, guineos y fritos. Tiene una hermana mayor y uno menor. Sus padres, aunque no muy viejos y achacosos, fueron fundamentales en la decisión que tomó este joven para romper las cadenas del confinamiento y lanzarse a una aventura de locos. Nunca tuvo bicicleta, y de niño aprendió a escondidas de su primo Luis, que vive en Bogotá, y lo único que supo es que montar bicicleta es como montar la libertad.
Omar apenas estudió séptimo de Bachillerato, que había empezado a validar en Sincé, cuando su mujer salió embarazada por segunda vez, entonces se fue para Bogotá a buscar trabajo. Su hermana mayor, Oranis, de 29 años, se desempeñaba como colaboradora del servicio y perdió el empleo. Su hermano Sergio, de 25, quiere ser Policía.
Buenavista es un pueblo agropecuario con tradición ganadera y donde se ejerce la política con pasión. El desempleo, aunque tiene subregistros, es muy grande, pues los latifundios y la actividad ganadera en que se desenvuelve su economía es la que menos genera desarrollo. De modo que Omar se conectó a principios de año para ir a trabajar a Bogotá como obrero. En Buenavista dejó a su hijo de siete años, a su mujer esperando una niña y a sus padres. Llegó a Bogotá el cuatro de marzo e hizo contacto con una Bolsa de empleo. Una señora se ofreció ayudarlo, pero en la capital el día seis de marzo se confirmó el primer caso de coronavirus y todo se cayó. En los 46 días que estuvo confinado en Bogotá hubo comida para paliar el hambre, pero empezó a acosarlo el estrés y el olvido. Soñaba con el festival sabanero, con el suero, con la yuca harinosa, con la vaca por leche, con las lenguas bravas del pueblo, donde matan con la sinhueso, pero donde hace más de veinte años que no matan a tiros. La idea de volarse del confinamiento le empezó a rondar la cabeza desde el principio, pero no se atrevía, pues pensaba en que lo iban aponer preso. De su primo, donde estuvo confinado, no tiene quejas, pero dejaron de pagarle su sueldo y dos días antes de salir de Bogotá, ya no quedaba plata para comprar un huevo. El celular que tenía no tiene sistema de geo ubicación, de modo que se vino con el aparato del primo, quien lo ayudó a salir de la capital. Tomó la bicicleta a las cinco de la mañana del treinta de abril. Tenía 76 mil pesos en el bolsillo y algunas monedas sueltas en un morral de diez kilos de peso, con algunas mudas de ropa para el frío. Se puso un suéter, una cachucha y una pantaloneta.
Omar Martinez Guerrero, y La Niña, en que se vino de Bogotà.
A esa hora, mientras atravesaba las grandes avenidas de la capital, buscando una salida, ya no pensaba en la Policía, sòlo se acordó de Dios, a quien puso por delante. Le pidió que lo hiciera invisible ante el peligro. También se acordaba de su madre, que le había enviado dinero de la venta de bollos, guineos y fritos. La plata no había alcanzado para viajar ni en bus. Tenía que ser inteligente en el uso de esos recursos. Y así fue.
Los primeros pueblos que recuerda son Chía, Cundinamarca, y Mariquita( Tolima). Boyaca. A las siete de la noche de ese primer día, se detuvo a dormir en un páramo, bajo el rigor del frío y la chuzada de los mosquitos. Se echó la ropa que llevaba encima, pero nada. Ese otro día se levantó con ánimos, a las cinco de la mañana, como si en el mundo no pasara nada. En esas primeras veinticuatro horas tuvo su primer percance. El camino que había tomado, por Ubaté, no era el más recto. Su primo le indicó por teléfono que debía devolverse. Omar le dijo que para atrás ni para tomar impulso. Tenía previsto gastarse cuatro o cinco días, pero por allí iban a ser más. Siguió adelante, abriendo camino al andar. Cuando fallaba el celular se guiaba por las vallas de la carretera.
Omar empezó a hacer un repaso por la geografía nacional acordándose de las vueltas a Colombia que veía por Televisión o escuchaba por radio. Es seguidor de nuestros ciclistas y aunque no tiene a ninguno en particular como su ídolo, escucha las vueltas a España y Giros de Italia. Los admira.
Fue pasando parajes conocidos, siempre bajando, como Vélez, Santander, Puente Nacional, Landázuri , Cimitarra, Santander; Pelaya, Aguachica y San Alberto, donde ya sintió el rumor del acordeón vallenato; El Burro , Tamalameque donde sale una llorona loca, El banco, donde sintió el fragor de la Piragua de Guillermo Cubillos y sus canoas de Barenkas.
Casas solariegas de Buenavista, Sucre.( Foto Alfonso Hamburger)
No fue liso el tramo de más de mil kilómetros pedaleando a veces con los ojos cerrados, siempre solitario. En los páramos de Boyacá tuvo que trepar durante tres horas, con la bicicleta por delante, porque eran colinas muy escarpadas. En Aguachica, Cesar, de tierras calientes, las piernas empezaron a fallarle. Una noche se hizo amigo del celador de una estación de gasolina, quien le prestó un baño para ducharse y le dio gaseosa. Compraba una sola comida al día, la que distribuía en tres tandas, pero siempre se hidrataba. Tragaba más agua que comida.
Sòlo bajando los páramos, en Lezama, la bicicleta empezó a molestar. La llanta trasera sonaba muy feo.
–Niña, ponte seria porque estamos lejos, le decía a la bicicleta, con la que siempre venia dialogando.
Después de pasar por cinco departamentos, en Yatì, Bolívar, donde un tipo le ofreció comprarle la bicicleta, tuvo que tomar una trocha que lo llevara hasta Maganguè, porque el nuevo puente estaba cerrado. Pasó por San Miguel, La Victoria, El Piolo y Pinillos, hasta la tierra de La Gata, donde se sintió cerca de la tierra de Don Emiro Cerro, a un tiro de su destino.
Cruzó por centenares de puestos de control policial, pero era como si fuese invisible. Nunca se sintió mal ni presintió que estaba a punto de morir. La Policía sòlo detenía autos y motocicletas.
Cuando Salió de Bogotá, nunca pensó en policía.
-«Señor tú vas un paso delante de mí”, decía.
Al tocar tierras sabaneras, Omar Tenía su mente tranquila. Era el territorio de la infancia, donde cazaba iguanas y se zambullían en los arroyos. No pensaba que estaba infestado de Coronavirus.
Bien podría entrar libre. En Buenavista hay puestos de control con bioseguridad, de entrada y de salida. Su madre dio aviso a la Secretaria de Salud y a las diez de la mañana del último día (el séptimo), un médico lo esperaba para revisarlo, con el debido protocolo. La última noche había dormido en la región del Banco, bajo un frondoso palo de mango.
Buenavista, Sucre ( Foto Hamburger)
Ahora, pese a que se oyen comentarios por Buenavista, donde dicen que tiene Coronavirus (están esperando la prueba) Omar y sus familiares están aislados. Le pasan la comida por una hendija de la puerta, come, lava los platos, se lava las manos y usa tapaboca. El día se la pasa oyendo música, viendo televisión y esperando.
Ahora Omar es todo un personaje. Un héroe dentro de la pandemia. Lo único que quiere es tener una buena bicicleta. Le propuso a su primo que le vendiera La Niña, pero su pariente no la vende.
A su edad, 28 años, dice que ya no está para convertirse en ciclista profesional, pero quiere seguir montando hasta que esté viejo.
PD.
Sucre, según su himno, es un paraíso de belleza sin igual, pero con una clase dirigente muy cuestionada. Hasta el momento sòlo hay cuatro personas confirmadas con el virus, una de ellas sanada ya, dos de esos casos vinieron de Bogotá. Están aislados en San Luis de Sincé. Como en La Guajira, donde hasta la muerte les llega tarde, sòlo esperan en Sucre que la no presencia del coronavirus en forma masiva, no sea un signo de atraso, sino indicios de que las cosas van a ser diferentes.
La gente, lo mejor de Buenavista, Sucre.( foto Alfonso Hamburger)
Hermoso relato del aventurero Buenavistero. Solo me queda una duda en una entrevista que le hicieron a Rodolfo aicardy el comenta que había nacido en un pueblo de Sucre llamado nueva Granada que después pasaría ha ser galeras pero desde niño fue llevado para Magangué.
Don Ramiro, saludos. Tiene usted razòn, ademas creo que puse Ricardo. A Rodolfo se lo pelean esos pueblos, incluido Buenavista, que està en el Camino a Maganguè. Abrazos
Muchas gracias, mi querida Betty. Abrazos. Damele un saludo al poeta Cristo.