II foro por la paz (Crónica I)

Colonia del Sacramento, Uruguay, junio de 2015
Por: Miguel Mejía

Llegamos en ferry. Vemos asombrados al salir de la estación lo que después se confirmará en las próximas horas: en Colonia -una ciudad con 26000 habitantes- menos de la tercera parte de todas las bicis están amarradas con seguro en las calles. De las que lo están, su calibre es simbólico en comparación con los que usamos los ciclistas en Buenos Aires. La sensación de tranquilidad aumenta y se magnifica aún más al recorrer esas calles adoquinadas tan espectaculares. La muralla y el trazado de la plaza central confirman su origen no español. No es la cuadrícula que impuso a fuerza de espada y cruz la Colonia castellana, sino otra figura más accidentada que alberga en su centro una placa en portugués.

Caminamos un par de horas haciendo dedo. Quizás animado por la anécdota de dos argentinos que, haciendo lo mismo, fueron recogidos por un escarabajo azul. Sí, ese mismo. Fue noticia de imprenta. Nada más ni nada menos que el presidente de la República les abrió la puerta diciendo «suban muchachos» -mientras los turistas sentían un asombro que nosotros nos quedamos con las ganas de sentir… Terminamos comprando el pasaje. No pasó Pepe pero conocimos a un músico en la parada de ómnibus quien, emocionado, nos contó la anécdota del no que alguna vez le dio al mismísimo Zitarrosa. Gran hombre ese Henry. Nos tomó una foto mientras decía: «¿Puedo tomarles una foto? Dos colombianos cebando mate… ¡Y en Uruguay!». Más adelante, después de ver mujeres trabajando en taxis y en ómnibus de larga distancia, y de hablar sobre la ejemplar legalización de la marihuana en este país, Rubén dice una frase inolvidable: «viejo Migue, estamos en el futuro». Y sí. El Congreso uruguayo -llamado Palacio Legislativo- supera en décadas a sus pares latinoamericanos. Por no hablar de la declaración del divorcio en 1907 -donde solo la intención de divorciarse por parte de la mujer era suficiente- bajo el gobierno del presidente que -casualmente- da el nombre al polideportivo donde nos estamos hospedando, José Batlle y Ordóñez. Antecedió décadas a Colombia o Argentina (recién en el 54).
Montevideo. 5 de junio. Universidad de la República.

Antes de la apertura del foro hablamos con los uruguayos. De nuevo se sorprenden ante las preguntas sobre las condiciones de la educación universitaria -como normalmente sucede cuando alguien externo indaga con preguntas sobre un derecho considerado vital y universal. «¿Cuánto cuesta estudiar en la universidad pública? ¿Tuviste que presentar un examen de admisión? ¿Hay límite de cupos?» – le pregunté a una chica que leía. «¿Ha? – no entendía. Después de repetirle y de aclararle que yo venía de un país donde todas las respuestas a esas preguntas eran positivas, me dijo: «¡No, no hay que pagar! Es pública». Sí, acá va de nuevo como en Argentina, la educación universitaria cuando «es pública» significa eso literalmente: gratuita, sin examen de admisión y sin límite de cupo. Además, por más que lo niegue nuestra idiosincracia colombiana, esas condiciones permiten que el nivel académico siga siendo el más alto nivel, como efectivamente lo es.
Más datos. La Universidad de la República tiene aproximadamente 100.000 alumnos, la facultad de derecho 10.000. La oferta académica consiste de cinco carreras, Abogacía, Relaciones Internacionales, Relaciones Laborales, Notariado y Traductorado.

Apertura del foro

paz-colombia

En la mesa se encuentran dos miembros de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Violencias, el Dr. Víctor Manuel Moncayo, relator, y el Dr. Darío Fajardo, miembro de la misma. Comenta el intelectual argentino, Atilio Borón.
El primero, abre con una frase de «La Violencia en Colombia», de Fals Borda, Umaña Luna y Monseñor Guzmán. Frase que mantiene intacta su vigencia a pesar de ser escrita hace ya décadas. De forma muy clara diferenció dos formas de entender el Conflicto.

Quienes lo ven como una cuestión netamente criminal. «Son unos cuantos bandidos esos de la guerrilla». Otros, en cambio, -y más acertadamente, por supuesto- lo ven como una cuestión mucho más profunda, estructural, no solo del orden de lo criminal sino del orden político, económico, social y cultural. Habló del Estado como cómplice del paramilitarismo y de los aparatos de contrainteligencia quienes ven subversión incluso donde no la hay. Actuando, aun a sabiendas de ello, con toda severidad para revertir cualquier iniciativa que rompa -o al menos que siquiera lo intente- el status quo, el orden actual. Después de extenderse sobre la complejidad del Conflicto colombiano, continuó con una anécdota. Esa misma mañana, entrevistado por una radio argentina, le preguntaron por qué usaba el término «subversivo» al hablar del Conflicto Colombiano si ese mismo concepto había sido utilizado por las Fuerzas Militares en la última dictadura cívico-militar Argentina (1976-1983) en particular, y en todas las dictaduras del Cono Sur.

Responde. Respecto al concepto de «subversión», lo problematiza, lo teóriza, concluyendo -y siguiendo a Fals Borda- que, por un lado, la subversión en sí misma no es ni buena ni mala y, por el otro, que siempre está presente en todo lugar y en todo momento, mostrándose de diferentes formas. Desde organizaciones armadas de gran envergadura hasta una simple -y quizás pasajera- protesta por parte de alguien en la calle. Pero no se queda allí, va más allá. Invita a rescatar a la «subversión» en su sentido más humano, «más ultraísta». El público rompe en aplausos. Para concluir abordo uno de los temas más polémicos, un berenjenal laberíntico: la justicia transicional. «La justicia no debe ser la de los jueces, tiene que ser la de la justicia social. Con relaciones sociales nuevas, que respondan a una justicia social». Rompen de nuevo los aplausos y uno que otro cántico. Desde ya adelanto que no transcribiré cántico alguno, no porque los considere de bajo valor histórico o algo parecido. Simplemente porque oído no tengo para la palabra cantada. Aún hoy hay letras de canciones que no entiendo, y eso que son en español.

Le sigue el turno a Darío Fajardo. Autor del capítulo «Estudio sobre los orígenes del conflicto social armado, razones de su persistencia y sus efectos más profundos en la sociedad colombiana». Su línea es mucho más dura que la del relator que lo precedió. Establece que el paramilitarismo hace parte del dispositivo militar colombiano. Ambos constituyen «no una relación casual, sino una relación orgánica». La misma categorización aplicaría para los medios de comunicación hegemónicos: constituyen un arma de la guerra. Abre su intervención resaltando el efecto trasnacional del Conflicto, éste no se circunscribe únicamente al territorio nacional. Todo lo contrario. El radio de acción de la base militar Palenquero es directamente proporcional al radio de influencia del Conflicto: abarcaría toda América Latina e, incluso, África. Convertirse en la nueva Israel, seria el objetivo explícito de la derecha. Un gobierno militarizado subordinado al imperio estadounidense. Por si esto no fuera poco, continúa, hay una guerra económica contra Venezuela. El estado ha atentado, atenta y seguirá atentando al gobierno de Venezuela. Incluso citó el asesinato frustrado del presidente Chávez por parte de paramilitares – y por ende por parte del Estado colombiano que, según él, serían lo mismo. También citó el bombardeo a Ecuador y los intereses de Estados Unidos y de Brasil sobre la Amazonía. Algo que me llamó la atención fue las palabras que utilizó para referirse al bombardeó en el cual Alfonso Cano perdió la vida, «fue un espantoso incidente» -sentenció.

Después contó en modalidad anecdótica lo que el obispo de Cali había confirmado. Que Santos había ordenado el asesinato de Cano. Su captura no fue una opción. Más adelante, resalta el origen real y, por ende, la fuente de legitimidad de las reivindicaciones campesinas que se encuentran en la mesa de la Habana. Su origen no es en las FARC. Es una agenda que proviene del movimiento social, de la mayoría campesina. Semejante conjunto de peticiones y exigencias se materializó en un hecho concreto, el Foro Agrario en Bogotá, donde se reunieron el impresionante numero de, aproximadamente, 1200 organizaciones de base campesina. El tema siguiente que abordó fue el cese bilateral. Manifestó la necesidad de que se decretara inmediatamente dicho cese bilateral con la consiguiente detención de los bombardeos gubernamentales y el desmonte paramilitar.

Solo habló en estos dos actores armados omitiendo otro actor innegable -no importa desde la orilla ideológica desde donde se le mire- las acciones de las FARC. Es una omisión pasajera si responde a la naturaleza del discurso, de la oralidad -que permite olvidos e imprecisiones propias de una cultura escrita. Sin embargo, si no es así, evidencia poca objetividad al menos sobre este tema en particular. La segunda posibilidad adquiere más peso cuando sentencia que el cese unilateral de la guerrilla se rompió única y exclusivamente por culpa del gobierno. Debido a la presencia de una compañía militar antiguerrillera en territorio donde históricamente ha tenido presencia las FARC. en Buenos Aires, Cauca.

La culpabilidad otorgada a este grupo alzado en armas es producto del accionar de una de las armas del gobierno, los medios hegemónicos -artillería del intelecto-. Su omisión de nuevo dice más que sus palabras. No le contó a la audiencia -que probablemente en su mayoría no sabia detalles- las circunstancias particulares en las cuales se dio el ataque guerrillero. Las huellas de la guerra (bombas y bala) estaban dentro del polideportivo de la vereda donde la compañía estaba acampando -violando también, hay que decirlo, tratados internacionales-. Lo cual evidenciaría una emboscada que tuvo lugar mientras dormían. Información entregada por los militares -que podemos poner en cuestión como debe hacerse cuando de algo importante se trata- pero confirmada por autoridades locales indígenas y afrodescendientes. Otras consecuencias corren por cuenta del lector, no es intención de esta pretendida crónica, aunque pocas líneas antes ya haya violado este principio. Contradicción amparada por la flaqueza del escribidor. Continúo retomando -la pretendía y a la vez ficcional- impersonalidad. Darío Fajardo clasifica como «chantaje» la exigencia de Estados Unidos de ofrecerle a las FARC un cese bilateral únicamente si aceptan la justicia transicional. Por último, dice «somos laboratorio del neoliberalismo» y concluye su intervención explicando cómo el fenómeno del desplazamiento forzado es totalmente funcional al mercado de trabajo. Millones de desempleados posibilitan la flexibilización laboral y todas las formas de explotación.

En tercer lugar, cierra Atilio Borón. Académico argentino de la Universidad de Buenos Aires. A diferencia de lo anterior, esto será un punteo más que una crónica debido al agotamiento de la pluma táctil-. Le suma a las intervenciones que lo presidieron los negocios agroquímicos, la doctrina militar estadounidense del Comando Sur -errónea y peligrosa- la cual plantea que la presión militar es directamente proporcional a la velocidad de las negociaciones. A mayor presión militar, a mayor velocidad se desarrollarán las negociaciones. También citó la sentencia de la Corte Suprema de Justicia colombiana que dejó sin fundamento jurídico -pero que en la práctica nada ha cambiado- el acuerdo militar firmado por el presidente Uribe y el gobierno de EE.UU. Donde el Estado colombiano renunció a inspeccionar las bases militares. Varias consecuencias se derivan, sin embargo, la de mayor peso -incluso a nivel geopolítico planetario- sería la imposibilidad de poder afirmar categóricamente la no presencia de armas nucleares en América Latina. Concluye, antes de un estruendoso aplauso, que Estados Unidos -con su complejo armamentista a la vanguardia- no quiere la paz en Colombia.

Minutos después de su intervención, mientras entregaba sus libros, le pregunté ¿si EE.UU. no quiere la paz, por qué sectores de ese gobierno y un miembro de la crème de la crème de la élite bogotana está apostando su capital político a las negociaciones – ambiguamente al principio pero de forma más decidida, y quizás más coherente, desde el retiro del beligerante ministro de defensa Pinzón-? «Es una estrategia del gobierno» -respondió algo distraído por mi intromisión- Santos está obsesionado con el Nobel de Paz y está presionado por la población colombiana. Se despidió para atender, obviamente, cuestiones más importantes. Me quedé pensando. El primer argumento es obvio pero no me sirve. Está en el orden de lo biográfico.

¿Desde cuándo las ambiciones egoístas de un dirigente -de cualquiera, no es monopolio de éste- explica en su totalidad un fenómeno tan amplio como la vía negociada al Conflicto? ¿Acaso recurrir a esta ambición personal no le cerraría la puertas a la dimensión estructural, colectiva, social, cultural y política del fenómeno? El segundo me generó aún más preguntas. ¿Toda la población presiona al presidente para que haga la paz? No creo. Casi la mitad, o más -depende de las circunstancias del momento- son beligerantes. No consideran ni de lejos la salida negociada al conflicto. La única salida es la militar, la derrota total del enemigo.

Como dijo en Facebook un amigo (en un momento particular de exaltación patriótica): «Ésta es la única paloma que le vamos a dar a la guerrilla». La frase acompañaba una foto de un helicóptero militar. Por supuesto, que hablar de guerra desde una ciudad es muy fácil -donde la mayor inseguridad es el robo. En el campo es absolutamente diferente. Son muchos actores armados. El robo de bienes particulares es solo uno de tantos. También se roba la tierra, la casa, la familia, la vida. Habría que preguntarse si un campesino víctima directo de la guerra haría lo mismo frente a una pantalla . Incluso terminan siendo más uribistas que Uribe. Quien -ya obligado a proponer caminos de negociación- está hablando de reinsertar a «los muchachos de las FAR[C]», no a la cúpula.

Por: Miguel Mejía
mejiamigue19@gmail.com

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