El hombre cuya vida es caminar.
– Iván Fuentes Paternina, sin casa, sin hijos y sin mujer, decidió a los 34 años que su vida era caminar el mundo.
Cansado de trabajar sin ver resultados, hace más de veinte años, Iván Fuentes Paternina, decidió que su vida era coger carretera. No estaba loco, pero desde entonces no ha parado de caminar. Ha ido a pie ocho veces a Medellín, una a La Guajira, Barranquilla, Cartagena y Bogotá, donde el frio lo estaba matando y se vino. Su equipaje es una pequeña sarape y unos cartones.
El próximo doce de diciembre, este “hombre de la calle”, cumplirá 52 años y como todos los anteriores no tendrá motivos para celebrar ni quien le celebre un año más, que para él será uno menos de sufrimiento.
Iván, sentado en el pretil de la calle 23 con 18 esquina, donde todas las mañanas madruga a tomar tinto, ha necesitado de poco para vivir. Sus ojillos chinos a veces son insípidos y su voz es un hilo delgado, con algo de inteligencia. “Solo sufro de gripitas y hay mañanas en que el cuerpo no quiere darme para levantarme, me aflijo, pero calienta el sol y no puedo dejar que muera”.
Las únicas pertenencias de este hombre de macilenta figura, parsimonioso y de ojos tristes, son unos cartones, que atesora bajo el brazo como el mejor colchón y un sarape donde envuelve sus pocas cosas. De niño jamás le celebraron un cumpleaños. Tampoco ha celebrado un cumpleaños de adulto. Nadie se lo ha celebrado. Su vida, mientras estuvo en su natal Toluviejo, con sus padres y nueve hermanos, fue caminar al monte, una parcela incorada a seis kilómetros del casco urbano, donde su padre lo llevaba desde los cuatro años a hacer labores del campo. Nunca tuvo novias, más allá de las Marías Casquitos ( burras), con las que practicó sexos hasta los 25 años. Después nunca más, ni con mujer “porque cada quien tiene su energía” y él dice que no es que sea homosexual, pero no ha sido su prioridad.
Iván, como si todo lo tuviera resuelto en la vida, la que lleva sin afanes ni ambiciones, dice que la casa y un solar que dejaron sus padres en Toluviejo al morir, fueron vendidas por sus hermanos y a él no le dieron nada. Tampoco reclama a nadie por esa herencia.
A los 34 años, sin casa, sin mujer, sin hijos y sin nada en el bolsillo, decidió irse a caminar el mundo. Vive de lo que la gente le dé. Hay días que recoge 2.500 pesos y con eso compra el primer tinto del día y algún buñuelo o empanada. Es de poco comer y nunca se enferma. Ha sido revisado solo dos veces por un médico, una cuando le dio la viruela (de niño) y otra a los 21, cuando se lanzó a un pozo del arroyo desde quince metros de altura y calló de plano, lo que le provocó vómitos de sangre. Nada más. Dos veces ha tenido cédula de ciudadanía. La primera se desgastó y se le borraron los números. La otra le fue decomisada por un soldado en uno de sus tantos viajes en soledad. Ahora no tiene identificación ni ningún tipo de papeles, ni carta del Sisben ni de desplazado. Siempre anda solo. No se junta con otros hombres de la calle y lleva dos años durmiendo en un recodo de la calle 23 con carrera 18, diagonal de Avevillas, frente al Centro Odontológico de La Sabana. Allí, desde las tres de la mañana , parece una gallina que curucutea su nido, recoge sus cartones y se va a la esquina, donde espera que Fujimori, el tintero que ha colonizado la zona, le sirva su primer tinto doble, que saborea sin saber si habrá otro. Hoy es lunes y ayer El domingo no recogió un solo peso. Y de eso no se queja, sabe que la gente le da si quiere, sin presiones. El solo estira la mano y la mayoría de las veces ve pasar a la gente con aire de indiferencia, pero uno que otro se conduele y le da una moneda, que para Iván son como un regalo de Dios.
Una vez, caminando a Medellín, donde ha ido ocho veces y en cada viaje se gasta un mes, casi lo mata un camión en la carretera.
De sus hermanos, quienes le arrebataron su pequeña herencia, no sabe nada y poco le interesa, porque sabe que, desperdigados por alguna parte de la geografía nacional, ellos a duras penas tienen para cubrir sus compromisos.
Con la displicencia con la que sorbe el tinto mañanero, este hombre que dice haber cursado cuarto de Bachillerato, dice que no le interesa que lo recoja ninguna Fundación, porque los ponen a vender por las calles y los explotan.
Le advierto que si no quiere trabajar es porque es flojo y responde que trabajó duro desde los cuatro años hasta los 34 en el campo: atezaba un alambre de púas, hincaba una madrina de la cerca, fue picapedrero en las minas de su pueblo y caminó todos los días los seis kilómetros que separan a Toluviejo de la parcela de Incora de su padre, donde sembraban, pero que jamás vio resultado a su vida. Siempre fue un NN y vive sin saber que le espera, más allá de la muerte.
La ropa que lleva puesta esta vez tiene quince días de estrenada y no se acuerda cuando fue su ultimo baño, pero dice que ha establecido un sistema especial para no desprender grajo de sus axilas. Así de simple. Sus dientes, aunque nunca ha ido al odontólogo ni carga cepillo dental, los tiene intactos y su mirada brillante cuando se ríe, un poco inteligente, con esos bigoticos a lo Rafael Orozco, son sus rasgos sobresalientes. Iván ha asumido un movimiento slow, porque mientras la gente del común corre, él mira sentado como corren los demás. No tiene prisa ni angustia y sus días se juntan untos con los otros sin demasiadas expectativas.
Llegó diciembre, vienen las velitas y para Iván no hay fechas distintas a su soledad, mientras recoge sus cartones y ahora sí, se levanta sin agendas y sin propósitos más allá e saber que está vivo.
Excelente trabajo, como todos . La * figura *, nacio muerta. La personalidad que dibujas, no respalda su modo de ser.
Guste o no, es un perdedor.
Claro que de todo existe en la Vina del Senor. El tema es bueno, no nuevo ; por los cuatro costados del Parque, emblema de Sincelejo, se encuentran a tutiplen