El racismo campea en USA
Por: Pantaleón Narváez Arrieta
La implantación de la democracia es la justificación de los presidentes de Estados Unidos para declarar la guerra a otros países. Ellos se abrogan la condición de adalides, dado que la primera constitución política del mundo fue promulgada en su territorio en 1787. No obstante olvidan que sus derroteros son la separación de poderes, la elección de las autoridades por voto popular y la igualdad de los ciudadanos, aunque en esa época la esclavitud era una institución de la que se servían los potentados del sur para afianzar sus fortunas. Eso dividió el país entre los abogaran por abolirla y los que empeñaban en continuarla. De esa diferencia derivó que entre 1861 y 1865 los ejércitos de la confederación y los de la unión confrontaran en lo que se conoce la guerra de secesión.
Al fin ganaron los abolicionistas. Sin embargo, ello no representó la igualdad entre negros y blancos, sino que alentó la supremacía de los blancos, al punto que solo ellos contaban con el derecho al voto, en los buses los asientos de adelante solo podían ocuparlos los blancos, los propietarios de restaurantes y otros establecimientos contaban con autorización para impedir el ingreso de los hombres negros y los deportistas negros no podían competir en equipos de blancos, aunque su desempeño en la cancha superara al del resto.
Ese menosprecio fue rechazado por algunos blancos, no por filantropía, sino por visualizar el surgimiento de un negocio para lucrarse. Uno de ellos fue Branch Rickey, dirigente de los Dodger de Brooklin, quien contrató los servicios de Jack Roosevelt Robinson, provocando uno de los casos emblemáticos en la historia de la extinción de la segregación racial en el deporte: el debut del primer negro en la MLB. El hecho ocurrió el 15 de abril de 1947, pero a Jackie, como se le conoció en el mundo deportivo, lo abucheaban en los estadios, le ofendían con epítetos racistas y lo amenazaban. A pesar su irascibilidad, el deportista evitó las provocaciones y no solo continuó en su actividad, sino que se convirtió en uno de los mejores peloteros.
Pero la consagración de Robinson también incluyó su lucha por la abolición del marginamiento al que sometieron a los de su la raza, que comenzó cuando era segundo teniente del ejército y rehusó obedecer a un superior que le ordenó sentarse en la banca de atrás de un bus militar y se extendió después de retirarse del béisbol y convertirse en empresario y político, actividades que aprovechó para impulsar programas que mejoramiento de las viviendas de los negros y relacionarse con Martin Luther King, pastor bautista que lideró el movimiento de derechos civiles de los afroamericanos, como se conocen hoy los descendientes de los esclavos, a los que finalmente se les ha reconocido algunas garantías.
A pesar de ello, una minoría no ve bien que así suceda y atizan la intolerancia. La semana pasada se supo de la brutalidad con la que actuó un policía blanco al arrestar a Gerge Floyd. El oficial lo asfixió a plena luz del día y en plena calle de Mineapolis. Sus compañeros, también blancos, si bien no participaron, tampoco impidieron el asesinato. Este hecho desató protestas a lo largo y ancho de USA y la solidaridad de intelectuales, artistas y deportistas, permitiendo recordar a otro luchador por la igualdad: Mohamed Ali, quien se preguntó en una entrevista para la televisión, por qué Tarzán, siendo blanco era el rey de la selva africana, un territorio que pertenecía a los negros.
Que todavía haya supremasistas es grave, pero más que Donald Trump, en vez de reprochar a los autores del delito, se muestre indiferente y anuncie que reprimirá a los manifestantes que andan en las calles de las principales ciudades reclamando justicia, lo que denota que los dirigentes norteamericanos tienden más a apuntalar el autoritarismo que la democracia. Si no, ¿cómo explicar que el presidente patrocine con su silencio y amenazas la consumación de un ilícito? ¿No constituyen estas complacencias un marchitamiento del ideario de los padres fundadores? ¿Será que la extinción del racismo y la consagración de derechos y libertades en favor de los negros no es más que una falacia, a la que acuden los líderes cuando la ciudadanía, al reclamar en masa el cese de los maltratos, marginamientos e inequidades, pone en riesgo la tranquilidad de los poderosos?
Es hora, entonces, de despejar estas dudas y de que en ese país no solo se reconozca que los negros tienen valía cuando son deportistas de élite o músicos. No hacerlo confirmaría que sus dignatarios propendan por la intolerancia y la exclusión, como en los tiempos de la esclavitud.