El pueblo mas picante del mundo!

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José Fuentes Olivera, homenajeado en el 2017, con su amplia sonrisa.

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EL PINAL
Karla, la Venezolana que se impuso.
Picantes en exhibicion
Picantes en exhibicion
La multitud en el desfile de gala
La multitud en el desfile de gala

EL PIÑAL, EL PUEBLO MÁS PICANTE DEL CARIBE.

Por Alfonso Hamburger

El Piñal es el pueblo más picante del Caribe. Ubicado en toda la Troncal de Occidente, después de las prolongadas curvas de Ovejas, los transeúntes no parecen detenerse en nada en especial, pues el kilómetro y medio que lo conforma, suele pasarse de la misma manera que se transita en una carretera de afán, en donde las casas, los árboles, las iglesias, el cementerio, el parquecito y la gente, pasan a la inversa del viajero como una exhalación. Solo en el resalto que está en el vientre del barrio Abajo (también tiene barrio Arriba), donde los vehículos se ven ofertados por una serie de vendedores espontáneos, es que se puede apreciar una actividad que brota de esta tierra: la industria del picante. Aquí, precisamente, se desarrolla desde hace dieciséis años el festival de la Agroindustria y del Ají, que este año incluyó el tradicional concurso de canciones inéditas y por primera vez un reinado popular de comparsas, cuyas candidatas iban izadas en unos burros, o sea no eran carrozas sino burrosas, mientras la gente se aglomeraba, bailaba y gritaba. Todo se paralizó. Y las burrosas iban precedidos por tanques cascabeles de la Infantería de Marina, aprovechando estos tiempos de posconflicto.
Ubicado en el Municipio de Los Palmitos y con cerca de cuatro mil habitantes, El Piñal hace muchos años fue famoso por la presencia de un médico botánico ( el Brujo del Piñal), quien llegó a tener una nutrida clientela de todo Colombia y el mundo. Hoy es una leyenda. El médico Palencia diagnosticaba a sus pacientes con solo olerle los orines y llegó a extraer maleficios tan extraños que asombraron la medicina científica, pero un día la mala competencia acabó con el hechizo. Dos de sus ayudantes le copiaron mal sus secretos y montaron consultorios alternos. El turismo médico se inició por este pueblo, donde nació el maestro Lisandro Meza. Los consultorios no daban abasto y los habitantes prestaban sus casas como si fuesen hoteles. Los disidentes del brujo fueron más habilidosos en la oferta de sus servicios. Contrataban a los niños del pueblo para que estuvieran atentos a la llegada de los “turistas”. Una vez preguntaban por la casa del brujo, los niños los llevaban a la competencia. Con el tiempo los diagnósticos ni las medicinas fueron certeros. El negocio se acabó. El Doctor Palencia se fue a vivir al corregimiento de Hatilllo, vía a San Pedro, con una mujer a la que había curado. Dicen las malas lenguas que la misma mujer lo envenenó. Es una especie de leyenda.

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José Fuentes Olivera recupera su juventud ya lejana cuando se ríe. Tiene 67 años y unos ojos pequeños que se achican de felicidad cuando se le pregunta por su fama repentina. Lo mejor de su expresión es su sonrisa, que se abre como un sol cuando se le pregunta por Noelia, la mujer que le dio sus primera inspiración, inmortalizada en la voz y el acordeón de Enrique Díaz. Como la cosa con Noelia no funcionó tuvo la suerte de encontrarse con su amada esposa, oriunda de este pueblo cuya calle principal es la carretera. Aquí llegóa petición de ella, hace 38 años. Y de aquí no se quiere ir. Dice que El Piñal es un pueblo tranquilo, silencioso, se vive legal y todos lo quieren. En estos 38 años ha hecho de todo para vivir, mientras le sale una que otra canción. Compra terneros, vacas, cerdos y luego los vende. Pero desde hace unos 20 años hace lo que casi todos hacen en este pueblo, siembra ají y vende picante. De eso vive el 90 por ciento de la población.
José está muy feliz. Su felicidad se le ve muy fácil. En medio de las comparsas, precedidas de burrosas (carrosas impulsadas por unos burros) sobresale un afiche donde está su retrato: es la parte más emotiva del XVI Festival Agroindustrial del Ají Picante, que incluye un concurso de canciones inéditas, para provechar el inmenso potencial artístico de la sabana y sus alrededores. Mientras pasa el desfile, que ha paralizado el tráfico y las seis candidatas bailan frenéticamente sin más música que el griterío de la gente, José supervisa su fama. Está muy contento y dice ser un hombre feliz, porque todos en el pueblo lo quieren.
Desde la tienda de Elkin Causado, ya se divisa la tarima, donde se congregaran por lo menos cuatro mil personas, atraídos por los concursos del más comelón de pava de ají, canciones inéditas, exposición de talentos y desfile de las candidatas en vestidos elaborados por ellos mismos, alegóricos a la siembra. Todo el pueblo se ha movilizado a la fiesta, que recibe al alcalde de Los Palmitos, Álvaro Gómez Díaz y a toda su comitiva. Álvaro Causado Wilchez, está muy contento, como hijo de este pueblo y presidente del Consejo. Ha logrado la financiación del festival por parte del Municipio y cree que este es un evento que debe saberse en todo el mundo. Mediante esta exposición de talentos se promueve la cosecha, la apertura de mercados y difusión de la cultura popular. En las redes sociales, antagónicos a su política, le dan rejo, pero Causado dice que su respuesta es el trabajo y ponen el ocho cachete.

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El pueblo es largo y culebrero. Se inicia allá abajo, viniendo de Ovejas, saliendo de las curvas. Enseguida las casas van apareciendo a lado y lado de la vía. Lo que sigue es una iglesia católica, con una placita. Y al frente del primer resalto de la vía, las primeras ventas ambulantes de los productos de la tierra. Las botellas de miel de abeja y las de vinagre hecho con ajíes sembrados en las faldas posteriores, cuelgan de unas pitas, meciéndose al viento. Los vendedores aprovechan que los vehículos se detienen para ofertar sus productos. Además de miel y vinagres venden tajadas de patilla, mazorcas verdes, bollos y helados.
“Acá solo sembramos un cuarterón”, dice José Fuentes Olivera, mientras ve su propio afiche. Un cuarterón es un cuarto de hectárea, suficiente para tener cosecha todo el año, sin reguios , solo con la lluvia que viene del cielo. No se trata del ají gua gua o el chivato que nace silvestre y se apechicha en la orilla de los ranchos. No. Este es un ají vasco, que tiene cuatro modalidades y que igual pare cuatro veces al año. De modo que siempre hay cosecha.
La estrategia no es vender por grandes cantidades. Si siembran una hectárea por familia no les da abasto la mano de obra y tienen que venderlo a solo 500 pesos el kilo a los acaparadores. En cambio, vendido al menudeo, envasado en botellas que ellos mismos aliñan en forma de vinagres, les es más rentable.
Por lo menos mil familias viven de esta actividad.
“Cuando escasea la miel la traigo en barriles desde Montería, acá la envaso y la vendo en la carretera”, dice Never, uno de los fundadores del Festival. Never sostiene que no gana más porque el sol quema muy fuerte y a veces entrevera los días, para no matarse bajo el sol. Esta gente cuida su salud. Su madre, dice, vende un promedio de 30 mil pesos diarios y vive bien, sin inmutarse.
En promedio se gana 400 mil pesos en cada barril de miel. No le interese más. La gente acá no es ambiciosa de tener grandes empresas. Con el día a día se sienten bien. Así la van pasando, aunque estén al borde de una tragedia por los cambios climáticos y la volatilidad del mercado.

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Todos estos pueblos acaban de pasar el túnel oscuro de la guerra. La política y la politiquería los ha marcado. Las paredes aún están marcadas por los avisos de las últimas contiendas electorales, que han sido encarnizadas. El Piñal fue epicentro de muchas muertes, que dejaron secuelas en la gente. El festival del ají es como una zona de distensión, pero no dejan de presentarse celos de este tipo. Hoy la gente trata de olvidar la violencia sacando provecho del trabajo comunitario y se alegra que los visiten. La esperanza de cambio los sostiene.
Ante de adentrarme en el machucho de ají que me han brindado he querido caminar ese kilómetro y medio en que está diseñado el pueblo. Ahora comprendo por qué lo dividieron en barrio Arriba y barrio Abajo. Comienzo desde abajo, cerca de la iglesia y el resalto. Es de tarde y la gente está sentada en grupos en las puertas de sus casas. El relieve es agreste, colinas se alzan detrás de los patios herrumbrosos. El pueblo creció a lo largo de la carretera que sube, pero ahora los urbanizadores exploran hacia los costados. En el trayecto hay tres iglesias de diferentes tendencias, un cementerio en lo más alto y al final la tarima, ya hacia Sincelejo. La gente camina por la orilla de la vía y los autos pasan sin detenerse. El Piñal parece una carretera con casas a sus lados, pero más allá de ese silencio aparente, entre sus pliegues se agita una comunidad ardiente que vive del dulce de la miel y el picante de sus tierras. Son unas cuatro mil almas que disfrutan cada año del Festival del ají picante y la agroindustria, que por primera vez eligió a una venezolana, como la representante vital de sus querencias.

Alfonso Hamburger

Celebro la Gaita por que es el principio de la música.

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