EL MEJOR SISTEMA, PERO SIN EL BALÓN.
El fútbol de Colombia tuvo en la época del Bolillo Gómez, el mejor delantero del mundo, pero sin el balón. El problema era cuando le daban el balón. Así es nuestro sistema actual de salud.
UNO.
Escribo en mi celular mientras espero al médico. Es un sistema que me he ideado para matar el estrés de la espera. A mi edad sé que hay cosas que no puedo cambiar y que por lo menos debo disponer de dos y tres días para que el actual sistema de salud me atienda según la ley, que acá es de papel. Es una forma de hacer un reportaje de mí mismo, como si fuera yo una estrella de televisión, aprovechando que a mí me pesa la pluma, como dijo alguna vez la hija mayor de Gilberto Torres. Me temen. Soy malo y me tienen miedo, como decía el relojero del pueblo.
Y me gusta entrevistarme yo mismo, porque recojo los datos de la fuente primigenia, sin que me vengan a echar cuentos. Yo lo que siento es que al actual Gobierno le están dando un golpe de Estado blando. Desde 1990 no dan un golpe militar en América Latina, porque resultan ser antipopulares. En cambio, con las cinco estrategias de un golpe de Estado blando, que van desde el desprestigio con las fake news, voltear las instituciones desde dentro, hasta el sistema tortuga de algunas instituciones y el desorden en el incremento de precios, van creando una sensación de caos, hasta dormir a las masas, y hacer caer el régimen cuando apenas se trata de acomodar a doscientos años de otro caos, dominado por los expresidentes, que ahora son la cereza que le hacía faltaba al pastel.
Escribo en mi celular, sentado en la sala de espera de una IPS en el barrio La Ford, donde hace unos veinte años vivía la flor y nata de la sociedad Sincelejana, caída en desgracia por la política y la parapolítica, con más de 300 familias destruidas desde que se creó el Departamento de Sucre, hace 56 años, un ente territorial fallido, según dijera el ex gobernador Apolinar Díaz Callejas, quien murió sin honores en Bogotá. Cárcel, separaciones, ruinas, desprestigio, enfermedad, llenan los casos. Pero allí hay una fila haciendo turno, cogiéndose las redes sociales como los mejores cocineros, expertos en escuchar, cantantes, tapa huecos, barrenderos, amigos, brujos y malabaristas.
La Ford, en el Norte, como debe ser, fue el epicentro del poder. Allí nació, cuando no se había convertido en el barrio de Las Clínicas- el mejor negocio del mundo- la primera dama de la Nación, doña Verónica Alcocer García. Sus casas son monumentales, con doble garaje, amplias, con balcones, rampas, pero de calles sinuosas y estrechas, llenas de huecos. No fueron hechas esas casas para atender enfermos. No tienen parqueaderos. A algunas les han adaptado rampas para limitados físicos y otras fueron adaptadas de carrera- como el almacén fantasma de San Jacinto, de la noche a la mañana- para aprovechar el boom de las EPS e IPS, entre ellas algunas que se inventaron pacientes fantasmas- enfermos mentales- y otro sistema de facturación exótico,mucho antes de que surgiera la disputa de la cantante Shakira con el exfutbolista Girad Piqué.
De La Ford se fueron sus fundadores a las pajas de Venecia, llena de presos por cárcel y ricos nuevos que a duras penas se asoman en los clubes blancos. El único que no se mudó fue el ex senador Julio Cesar Guerra Tulena, que se dio como regalo de cumpleaños su propia muerte- estaba cumpliendo 82 años- y alcanzó a devolver el dinero de los libros más caros del mundo. Todo afuera es inseguro, por los huecos y por los atracos, por la inseguridad del tráfico caótico. Y porque los únicos bien protegidos son los policías, que cierran la calle de Miguel Nule, en el antiguo parque Rotario, donde levantaron un CAI. Resulta paradójico, que la Policía no proteja a los ciudadanos, sino que cierran las calles donde se instalan, para resguardar su propia inoperancia. Sucre ya lleva este año 104 homicidios. Más de mil quinientos casos de dengue. 68 por ciento de informalidad. Caímos al puesto 24 en competitividad. Y somos un departamento diferente.
En una de esas casas convertidas en clínicas de la noche a la mañana ( ahora les llaman IPS), creo que donde estaba el baño del servicio o la cocina, espero mi turno. Estoy contento porque la última vez me expidieron copia de mi cédula y no me cobraron. Los exámenes de laboratorio salieron bien. He recuperado el número de mis macrocitos y todos los elementos examinados están en la cantidad promedio. No tengo la preocupación del parqueo, porque logré poner el auto en un parqueadero cercano, pero dejé la llave con el celador, porque tampoco, como la IPS, no se hizo para parquear autos y para sacar el auto de atrás hay que mover los de adelante. De modo que hay que confiar en que el portero, celador y chofer no se sustraiga el computador portátil del baúl o los zapatos nuevos de mi hija menor. Aquí nada se planificó, ni Venecia, ni el Mercado del Papayo—ya en elcentro-—, ni las corralejas que se cayeron, ni las Clínicas. Ni los parqueaderos.
Siempre escribo mis impresiones de lo que veo. La salud ha ido cambiando a empujones, ha ido mejorando en el trajín del día a día, pero los pocos avances, ante el miedo de la reforma, de la noche a la mañana, se paralizaron. Hace unos meses comenté lo mal atendido que se sentían los clientes con una médica internista que no contestaba ni los saludos. ¡Qué mujer para farta!, que miraba al paciente como si el paciente la fuera a atracar. A duras penes escribía en un computador y ya. Como si atender al paciente fuera una limosna y no un mandato. El Gobierno paga por cada paciente inscrito. Su deber es atenderlos a todos y tratarlos con el mismo racero. Ya se la quitaron.
También cambiaron a la psicóloga. Aquí sí me fue de lo lindo. Salí de la consulta por pena a los otros pacientes. Es bonito cuando tu nombre dice algo. La doctora me cree barranquillero. Había visto un homónimo en la televisión. Es bueno, me dijo. ¿Qué es de usted ese periodista? Le dije que de pronto era un pariente, pero que el único Alfonso Hamburger original era yo. Charlamos de lo lindo. Era lo que hacía el papá de Héctor Abad Faciolince, el médico que mataron en Medellín y por el que escribió el libro “El Olvido que seremos”. El médico se gastaba una hora hablando con los pacientes de su vida y allí encontraba los datos para el diagnóstico exacto. La mayoría de las enfermedades no son somáticas, sino psíquicas. Lo único que diferencia al hombre de los animales es el reconocimiento como persona. Ellos tienen sexo, huelen, les da hambre, frío, calor, pero no reclaman reconocimiento. Nosotros sí.
Ahora esperaba en un pasillo estrecho, seguro que era el camino al patio, al médico internista. Era el número catorce. Acababa de entrar la señora de la ficha once. Allí todavía estaba la mala fama de la médica de ese consultorio. Mujer farta, extraviada en su ego y su incompetencia. El señor que llegó con el ficho 18 la recordaba de mala manera. Yo también. La aventé en un escrito anterior .El paciente con el ficho doce, cuando le dieron el turno, por poco no se levanta de la silla. Yo, que no soy bombero, sino periodista —y la labor del periodista no es apagar el fuego— me quedé sembrado en la silla a ver si no era capaz de levantarse. Era una mujer gorda con su papá. Ambos se fueron caminando lentamente, casi sin poder caminar. Si yo fuese Enrique Díaz les hubiese dicho “Vea, señora, póngase las pilas, porque así no amanece mañana”.
Llegó mi turno y entré. Habían cambiado a la doctora farta.
No se vayan, que esto se pone bueno.
(Continuará)