!DE LIONEL A DYONNEL… UNA MARCA!

Antonio Suarwz, Oriana Angulo y Dyonel.

Nelson, Alcira y Dyionel
Nelson, Alcira y Dyonnel.
Nelson y Alcira.
Nelson y Alcira.

Modernamente clásicos.

UNO.

Arjona no es un pueblo. Arjona es un país. Así me lo enseñó en el bachillerato el profesor de matemáticas José Sepúlveda, cuyos recuerdos no mueren, especialmente cuando se ponía de espaldas y tiraba la tiza por encima de su humanidad para sortear el difícil compromiso de pasar al tablero y resolver un problema intrincado, una regla de tres o un logaritmo. Yo me escondía porque era malo para eso, pero había compañeros, como los hermanos Villadiego Lora, que se le abalanzaban a la tiza, para pasar al pizarrón. Por ello, cada vez que piso a Arjona, lo recuerdo y par él van mis saludos y mi crónica de Dyonnel.

Cuando llego a este país, a solo veinte minutos de Cartagena, me siento como si estuviese en casa. Como ahora, que me recibe en su residencia Nelson Velásquez y su señora Alcira Castro, una pareja feliz y con una visión de futuro memorable. Ellos están bajo la sombra de dos árboles, aquellos que no varían, pese a que la casa de dos pisos, con patio y traspatio, a través de los cuales se prestan la candela con los vecinos de Santa Lucía, ha ido cambiando. Unas mecedoras momposinas, ahora que se ha ido la última visita del domingo, se mecen para recibirnos con cervezas y bollo de mazorca biche con queso fresco. En este barrio hacen el mejor bollo de la región y Don Nelson ha dado en el clavo en ponernos a degustarlo. El motivo de la conversa es un gran proyecto de vida, una especie de empresa familiar que hoy es orgullo regional, Dyonel Velásquez, conocido como el pollito mono.

A sus veinte años, Dyonnel no solo es el mejor artista y el de mayor proyección de todo el viejo Bolívar Grande, sino que lo aparenta, como debe ser. Es un tipo bien puesto. Dyonel es el tipo- el joven, diría yo-, que está retratado en el afiche pegado en la pared, con unas gafas negrasde rockero, pero que no mima el acordeón en sus brazos. Más bien lo lleva adentro. Cualquier desprevenido pensaría que se trata de un jugador de tenis o de un modelo de estrato alto que mira a un costado, en posición de diálogo con la fama. Nada en el afiche lo delata como el juglar que es, un icono de la música vallenata con la misma esencia de los grandes juglares de siempre. Y la palabra vallenata no lo asusta ni la pone en la parte baja del afiche porque sí, sabiendo que también tiene esencia monte marina, sabanera, porque el joven ya es una marca. Y como marca sabe que debe llevar un comportamiento como tal. Lo es y parece serlo.

DOS.

Lo primero que Nelson me pregunta es por el clima y por el viaje. He llegado de San Jacinto después de aceptarle la invitación, con el productor Toño Suarez y Oriana Angulo, quienes habían dado la vuelta por Cartagena. Queremos hablar de esa marca y de su empoderamiento con los juglares de los Montes de María. He allí su acierto.
Antes, les digo, he tenido una comunión casi perfecta con este país de Arjona. Mientras esperaba a mis compañeros llegué al parque, frente a la Iglesia, donde pedí un jugo de zanahoria de mil pesos. También hay de 500. El vendedor resultò ser San Juanero, pero no sabe ni pío porqué a este pueblo lo pusieron Arjona, como si lo hubiese fundado Javier Cirujano Arjona, el cura de San Jacinto asesinado por la guerrilla. Soy fisgón y preguntón. Me siento más cerca del trono de la Iglesia, en la banca de madera, y hasta mi llega el rumor de la misa mañanera y veo las parejas impecablemente vestidas tomadas de la mano que van a rezar. Es bello y tranquilo el ambiente. El vendedor de Bonai me dice que lleva trece años en este pueblo. Vino del Valle del Cauca, primero a Cartagena. Se casó aquí, donde tiene dos hijos ya crecidos. Lástima, dice que por falta de vendedores se llevaron la sede a Turbaco, donde ahora tiene que ir por los pedidos. Nadie quiere vender helados en Arjona. Vende en los colegios y gana lo suficiente para vivir. Su mujer le lleva el almuerzo a los colegios y es religioso. En ese momento llegan los compañeros y una moto nos ha traído aquí, a esta casa que respira folclor y solidaridad familiar. El joven del afiche ahora se asoma. Viene a saludarnos con una sonrisa de artista. Un abrazo nos funde como viejos conocidos. El muchacho se creció, ya no es aquel niño rubio que barrió todos los festivales de acordeón del país y que me acompañó en una charla en el primer Festival de la Hamaca Grande, en un corregimiento de Cartagena que está casi llegando a Barranquilla, por la vía al mar. Estaba tan custodiado que Alcira, su madre, nos acompañó. Y fue tan versátil aquella vez que se dio el lujo de animar la charla en reemplazo del maestro Felipe Paternina. Como todo niño nacido en la sabana, esa vez hizo la demostración de los aires de aquí y de allá. Al principio había dudado, pero después no dejó duda de que estábamos ante un prodigio, una nueva marca.

TRES.

La historia de Dyonnel Velásquez hoy es conocida por casi todo el país y por fuera de su país de Arjona. A sus veinte años, con ocho semestres de abogacía, un conjunto organizado, dos producciones discográficas y muchos trofeos, este joven es un personaje aplomado, maduro, que tiene los pies en la tierra y sus manos en el acordeón.
Dyonnel es como Lionel. Como Lionel Messi. Sus vidas son un poco paralelas, uno con un balón y el otro con el acordeón. Es más, se confunden. Me confundieron. Confieso que no le había prestado mucha atención porque al principio creía que era igual a esos centenares jóvenes de ahora que luchan por ser reyes vallenatos y que dejan tirado los aires de sus ancestros tras una rutina agena. Me dicen que en Valledupar hay por lo menos 200 conjuntos vallenatos de la nueva ola, que practican cinco horas diarias y que podrían reemplazar si se lo pidieran, al conjunto de Silvestre Dongón o de Peter Manjarrez. Y eso no es malo. Bueno es el culantro, pero no tanto. Lo malo es que habiendo otras formas, siempre vayamos por lo mismo. Y como creía que Dyonel era lo mismo, en un programa radial que le hice, al principio le dije Lionel. Aún estaba confuso en mis torpezas iluminadas.
En este domingo sé que su padre Nelson es tan original como artífice de esta marca, que usó anacronismos para bautizar a sus dos hijos. Precisamente acababa de bajarse de su auto Sonel, el mayor, con su uniforme de veterinario, futbolista de los buenos, cuyo nombre es Nelson al revés. Y Dyonnel es lo mismo. Es la combinación de la primera silaba de Diógenes, que era el nombre del abuelo, con la primera de Nelson, su papá.
Y por supuesto, como toda marca, Don Nelson y Doña Alcira, de los Castro y de Los Guardo de este país, planificaron este proyecto de vida desde la mórula hasta el último cabello de sus hijos.
Puntualizo: estos dos jóvenes, solteros aun, son dos personas bendecidas, afortunadas. Sus padres los han llevado de la mano por el sendero de las buenas costumbres- ética y valores- y la disciplina, mientras los han visto crecer en medio de un patio, una terraza social ahora refaccionada y un traspatio en el que se ha desarrollado la vida del barrio. El patio de los Velázquez Castro en este barrio de nombre eufónico, ha sido el epicentro de Arjona, donde el Festival Bolivarense del acordeón, como el evento más antiguo después del festival vallenato, ha dejado frutos de integración regional: El pollito mono fue rey vallenato infantil en el 2008, después de haberse batido a pico y espuela por toda la región. Nunca se amilanó, ni le dio dolor de cabeza, ni tuvo flojera. Dyonnel desde niño quiso ser rey. Y sus padres fueron generosos, a veces en medio de las limitaciones. Lo primero fue conquistar la meca del vallenato, para después buscar las raíces sabaneras, la de la jugaría nuestra, sin dejar de tocar el vallenato tradicional.

CUATRO.

No ha sido fácil. Me dice el amoroso padre. Lyonel como joven ha sido tentado por la nueva ola, vive inmerso en la nueva ola, en la angustia de los festivales, le gusta la competencia, en donde las derrotas han sido retos, por ello la decisión de volver a la raíces sabaneras, se dio después de un debate y en medio de la consolidación de ese dúo del cantante y el acordeonista. Era un dúo monolítico, que si se rompía era a favor del cantante. Entonces se convirtió en uno solo, más complejo, siguiendo los versos de Landero, en el sentido que no es lo mismo el que toca y canta, que aquel que hace una u otra cosa.
Fue todo un proceso. Al principio, cuando iban a Valledupar, le cantaba Carlos Pereira, quien ahora es el corista más veterano de grupo, pero cayeron en cuenta que quien toca y canta goza de mayor jerarquía. Eso allá pesa. Incluso lo exigen por lo menos en una pieza. Fue donde buscaron profesores de canto, hasta lograr compactar una marca como las de antes, del que toca y canta. Era como volver a algo que habían roto Jorge Oñate con Miguel López, aparentemente para aguantar los ímpetus de Landero.
Por ello, la decisión de interpretar a juglares como Enrique Díaz, Adolfo Pacheco y Andrés Landero, en “Modernamente Clásicos”, ha sido lo mejor que les ha podido suceder. Hoy tienen la misión de combinar lo moderno con lo clásico, con una propuesta como pocas en el mercado. Y todo ha sido sin grandes capitales, solo con la ayuda de Dios y de los amigos.

CINCO.

Alcira, que trabaja en Cartagena, interviene. Bajo la batuta de un ser superior, a la familia todo se les ha ido dando. La doble calzada los ha acercado más a Cartagena y tanto su oficina como la Universidad Tecnologica, donde estudia el rey, está más cerca, en el barrio Ternera.
En Valledupar, donde el pueblo es tan querido y su gente es tan cálida, han tenido tropezones. En la categoría juvenil, que es muy fuerte, batallaron hasta el final y no se pudo. Veían a gente con muchas relaciones y dinero que manejaban sus influencias. Un día, al calor de una derrota injusta, Dyonel juró que no iba más. Ella sabía que era mentira, porque sabe que al pollo le gusta pelear, le gusta la competencia, y no se iba a aguantar. De modo que ese otro día, como estaba eliminado, se fueron de relax al balneario Hurtado. En la frialdad del Guatapuri, ya estaba planificando su salto a la categoría profesional, donde en su primera incursión fue semifinalista al año siguiente. Por lo menos superó a unos 70 participantes. El año próximo no competirá por ser rey de reyes, pero en el 2018, que compren trapo para la diarrea.

SEIS

Mientras se pone el uniforme para asistir al encuentro futbolero del domingo, donde pone sus 180 de estatura al servicio de una férrea defensa, Dyonnel saca al sol tres de sus más preciados trofeos: dos congos de oro del Carnaval de Barranquilla y una efigie de la leyenda vallenata. Su peso es descomunal, dice Toño. El primer congo como revelación del carnaval 2015, fue un proceso ganado a pulso, desde abajo. Y el doble congo 2016-como mejor interprete y como mejor conjunto- en el festival de orquestas y acordeones, fue nítido, por encima de Cayito Dangond y los hijos de Diomedes Díaz, presentados ruidosamente por los locutores. Pero se llevaron una sorpresa del que toca y canta y con una puya a bordo que estremeció los cimientos del escenario. Hoy, la marca Dyonnel, ya es una impronta del Carnaval de Barranquilla, donde tiene vida propia.
Dyonnel es práctico. Sabe que poner al sol tantos trofeos, nos iba a distraer de lo más importante. Son incontables. Su carrera, en medio de un mundo tan competido, apenas comienza. Don Nelson es consciente de que vendrá un nuevo manager y que su hijo debe radicarse en Bogotá, donde estudiará ingeniería musical y seguirá creciendo bajo la sonoridad sabanera, que no se deja contar, que no se deja acorralar por ritmos y estilos , porque sabe que en la exploración de nuevos sonidos , sin descuidar lo tradicional, estará el futuro. Lo explorará de arriba abajo y de abajo hacia arriba, mientras alista su garganta, el instrumento más completo con el que fue dotado el hombre.
La grabación del próximo video, con el escenario de la hamaca grande y el majestuoso cerro de Maco, seguirá de seguro incrementando esta marca.

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Desde el principio, Nelson y Alcira, supieron lo que querían para sus hijos. Y en la opción de cambiar el automóvil o de editar un libro que recogiera las memorias del pollito Mono, optaron por esta última. No faltaron quienes los trataran de locos. Cuando recibió un crédito de la Cooperativa del Magisterio- Nelson es docente pensionado- por veinte millones de pesos, alguien le propuso que en vez de libro, comprara un taxi, que era más rentable. Si le coge la caña a aquel consejo, muy seguramente el taxi no existiera, y la carrera de Dyonnel no fuese la misma. Es un libro digno de un rey. Redactado por el propio padre, a pasta dura y en una buena editorial, el libro del pollito Mono bellamente ilustrado con fotografías de todo el proceso, es una especie de memoria familiar y cultural de Arjona. Allí ya se estaba decantando una marca. Fue hecho con gusto.
Aunque la mayoría fueron regalados, cayeron esos libros en buenas manos, lo que fue multiplicando la impronta. En la tienda del Compae Chipuco de Valledupar se agotó la edición.
Y lo más diciente de esta obra es que fue escrita desde la óptica de un profesor que maneja la ética y los valores por encima de todo, por ello inculcó en sus hijos, que un triunfo sin méritos no es digno. De allí que los triunfos de Dyonel han sido guiados por Dios y por la limpieza en la competencia.
Espero verlo de nuevo en la Fiesta del Pensamiento de San Jacinto, donde tocó en el homenaje a Adolfo Pacheco con el entusiasmo de un aficionado y la certeza de un profesional.
Y como Lionel Messi, Dyonel sabe que lo único que quería era divertirse con algo que lo apasiona. Los triunfos llegarían después.

Alfonso Hamburger

Celebro la Gaita por que es el principio de la música.

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