Acabo de bajarme de mi caballo. Mejor dicho de mi yegua tordilla que alguna vez fue blanca: un animal percudido del oficio, un poco pajarera y trotona, al lado de Marialis, que le encantan los animales, quien iba en otra yegua blanca. Nos dieron tremeda chuliada en Miraflores, ya de noche, cuando la gente se asomó a ver la tremenda cabalgata del retorno que se ha hecho por novena vez en la tierra de la hamaca grande. Iban gentes de todas partes y animales sencillos- como el mío y de Marialis- y otros muy finos, montados por forasteros atraídos por la publicidad de las redes sociales.
San Jacinto ha sido epicentro de muchas cosas buenas. Además de haber parido al primer alcalde costeño en gobernar a Bogotá, tambièn fue epicentro de la ganaderia. Aqui los Matera, que despuès se alojaron en Barranquilla con su frigorifico Camaguey, tuvieron una de las ganaderías mas desarrolladas del Caribe. Por Bajo Grande, entró la civilización, el primer automotor y el primer semental de Ganado cebú. Había una fábrica de hielo y otra de jabón. Era mi pueblo un cruce de caminos que vino a darle a Colombia muchas cosas buenas. Mucho talento, música y artesanías.
Y la gente se preguntará qué tengo que ver yo y mi familia con la ganadería? Y mas aún cuando me he gozado la cabalgata, en una tarde muy cálida, en la que los amigos me gritaban de todo. Recuerdo el piropo que me lanzaron:
– ¿Mira Pocho, dónde dejaste los calambucos?
La pregunta era para la yegua, trotona y con varios meses de embarazo, digna de mucha carga y de poca gracia.
– Reitero que la gente se preguntará, qué tiene que ver Pocho Hamburger con los caballos, lo mismo que mi familia, especialmente Henry, quien impulsa este evento.
Pues resulta que nos criamos en Bajo Grande, donde mi padre era dueño de una organizada ganadería, que llegó a tener tres haciendas regulares. De los gitanos adquirió un caballo de paso fino, al que bautizó el chumbo, que a su vez tuvo un hijo llamado el chumbito. Había otro al que le decíamos El Careto, otro El Perrero- quizás por lo flaco- El Lito, Albertico, la Burra vieja y el Do-jopo, entre otros. Entre todos sobresalía el Chumbo, que se jarreaba solo y murió de un viaje largo. De mi abuelo Wife se recuerda el cascón, que estuvo a punto de morir después de un viaje de diez leguas a Zambano. También recuerdo La Cortezana, llamada así porque se la compró mi padre a un señor de apellido Cortez.
Quizás el viaje mas feliz de mi vida, de retorno a la esencia de mi niñez-el campo- fue el que hice en una tarde de 1971 o 72, a Bajogrande, a bordo de El Chumbo. Fue un solo galope de felicidad a la infancia eternal.
Me habían enviado a San Jacinto a cursar el cuarto año de primaria al colegio General Santander. Las condiciones eran muy diferentes. Mientras en Bajo Grande era el hijo mimado de la maestra ( mi madre), en San Jacinto era un desconocido, bajograndero ( excluidos de las eltites), persona de corregimiento. Aparte del clima tenso del colegio, la parte mas difícil eran las condiciones económicas de mis abuelos maternos, Alberto Fernandez y Teresa Vasquez, quienes vivían en la orilla del Cañito, en una casita de palma de dos piezas ( cuarto y sala) y un corredor caliente techado en Zinc, un patio herrumbroso recostado al arroyo, y una curracha de palma donde tenían a Saul Castellar, medio hermano de mi abuela. Saul era loco y terminó ahorcandose. Lo metían en un cepo para aguantarlo, porque no habían clínicas de rehabilitación . O eran tan pobres que jamás pensaron en ello. Se volvió loco porque no tenia donde fesfogar su inteligencia. Además de mis abuelos, que ya eran de la tercera edad, compartíamos la humilde vivienda con Manuel, hermano de mi abuelo, un señor asmático y que no dejaba de toser y echaba unos escupitajos verdes en el piso. Además, abuela había recogido a dos nietos huérfanos, Jorge Luis ( que vive en Galapa) y me defendía del matoneo en La General Santander. La decían el perra. Y Saulito, que jamás quiso estudiar.
Proveniente de la libertad de vivir en la casa mas grande de Bajo Grande, que tenia una tienda, nevera de gas, picó, habitaciones espaciosas y tres corrales de ganado, aquella casa estrecha y llena de limitaciones, me enfermó. Me llevaron de 10 años al Hospital Monte Carmelo, con una presunta apendicitis que había fingido. Yo me las di de enfermo para precipitar mi retorno. Una vez me dieron de alta mi padre, que no era muy gustoso del estudio sino de que sus hijos le ayudáramos con la ganadería, me dio la noticia de que me iba para Bajo Grande y para ello me dio el mejor caballo: El chumbito.
Hice mi entrada triunfal a Bajo Grande ya casi de noche. El caballo se conocía las cinco leguas de memoria, que cubrió en uno solo envión de felicidad. A la llegada el pueblo reposaba la jarana del día en las puertas cogiendo fresco y la muchachera pateaba balón en las calles.
Claro, mientras el resto de chicos jugaba la chimarra o el ven tu voy yo, a mi me habían conminado a escuchar el bachillerato por radio . Allí fue donde terminé mi primaria y le tomé el gusto a la radio. Lo demás esta por escribirse.