Nieve Blanca
Autora: Lilia Miranda
Ilustraciones: Alejandro Manzanares.
Llamarme Nieve Blanca fue lo peor que me pudo pasar en mi puta vida. Mi mamá me puso ese nombre de mierda: Nieve Blanca. Yo… ni soy nieve, ni blanca. Soy una vaina rara entre café con leche y leche con café. ¿Y saben por qué nací así? ¿Con este color que no es ni lo uno, ni lo otro? Porque a mi mamá se le ocurrió casarse con un negro.
Un negro la salvó de quedarse solterona y la sacó de su pobreza de blanca con apellido. Mi mamá se sentía quedada. No había querido casarse con ninguno de los blancos que la pretendieron. Hombres sin nada en la cabeza ni en los bolsillos. Lo único que tenían para ofrecerle era apellido y herencias embolatadas.
Se le apareció mi papá: Negro profesional, trabajador, intelectual, mujeriego. No hubo noviazgo ni pendejadas de esas. Se casaron y enseguida mi mamá se llenó de hijos: 3 negritos, 2 negritas y una mulatica, que soy yo… Nieve Blanca. Gracias a mi papá, mis hermanos y yo tuvimos la oportunidad de migrar a Cartagena y salir de ese pueblo maluco, lleno de negros pobres y de blancos que comían mierda y eructaban pollo.
Mi mamá escuchó la historia de Blancanieves y me la describía como una mujer hermosa que murió por envenenamiento a manos de su madrastra y luego, por suerte, el beso de un príncipe la resucitó. Algo así como Jesús, que murió y resucitó. Luego un tal Lázaro lo encontró en su tumba vivito y coleando. “-Seguro que ese tal Lázaro también le daría un beso a Jesús”. Le dije un día a mi mamá.
–¡Niña!, ¿Cómo se te ocurre decir eso? -¡Te va a castigar Dios!
Además de llamarme Nieve Blanca, he sido la mulata, la ojona, la caderona, la de pelo churrusco, nariz aplastada y para rematar… mal hablada. ¿No les parece demasiada mierda para cargar encima?
– ¡Pobre, salió blanquita con cara de negra! Le decían a mi mamá.
Salí de Cartagena a los 13 años. Rumbo a un colegio prestigioso de Bogotá, donde me enseñarían a hablar inglés, me relacionaría con gente de bien, aprendería buenas costumbres.
Mi papá, médico reconocido en la ciudad y pueblos cercanos, se endeudó hasta la mierda grande para pagarme los 6 años de colegio, cursos de inglés en un instituto y la estadía en casa de unas primas de mi mamá. Unas primas blancas y creídas que siempre estaban hablando de apellidos, viendo novelas mexicanas, leyendo la Biblia y aparentando la plata que nunca tuvieron.
¡ Más limpias que la espalda de un frasco! Decía mi papá.
Él vendió una finquita que teníamos en el pueblo y pidió préstamos en varios bancos. Todo para que su hija, la que no le había salido negrita, llegara bien lejos. A mis hermanas, que salieron negras como él, las dejó en un buen colegio de monjas en Cartagena para que no se quejaran.
En Cartagena, ser blanca es lo mejor que a uno de mujer le puede pasar. Las blancas de mi barrio eran las hijas de “Nosequiencito”, venidas de algún pueblo, como yo. Ellas, las de piececitos suaves, sin callos, como los de Cenicienta. Las demás, las negras y mulatas, siempre teníamos la pata grande. Calzábamos talla 35 para arriba. A la que tenía el pie chiquito le decían: ¡Pero qué pies tan bonitos tienes… parecen de niña blanca!.
A las blancas de mi barrio, yo las veía como “la cochina mosca que te sale en la sopa” porque llaman la atención. Cuando llegué a Bogotá, la “cochina mosca en la sopa” terminé siendo yo. Por eso le reclamé a mi mamá el haberse casado con un negro. Yo empecé a querer ser blanca, como ella y como mis compañeras del colegio en Bogotá. Y tener el pelo liso. No esta mata de pelo que se convirtió en objeto de burla. Que pelo malo, pelo rucho, pelo 8,888, pelo maldita sea o pelo cuscú.
Tanta bruja malvada de los cuentos de hadas se me hicieron realidad en el colegio. ¡Péinate!, ¡Amárrate ese pelo que pareces una loca! ¿Y por qué no te lo alisas? Me decían las desgraciadas blanquitas estas.
¡Ah! y además de todo eso, me encontré con la dichosa palabra “puta”. Porque negra o mulata que se respete es puta o lo da al primero que se lo pida.
De eso me di cuenta cuando los chicos de grados superiores empezaron a echarme piropos así de la nada. ¡Qué negra bonita!, ¿Cuándo salimos a echar un polvito?, ¡Cómo lo meneas de rico! Y otras cosas peores que mejor ni les digo. Ustedes se las saben. Los hombres creen que las negras y mulatas nacimos calientes de la cintura para abajo.
Es que si mi mamá se hubiera casado con un morenito, al menos yo hubiera salido un poco más café con leche, pero más leche que café. Y en vez de Nieve Blanca, me hubiera puesto Cafecita de Leche.
Y bueno, llego a este colegio de niñas bien, blancas, estiradas, pelo liso, nariz parada, donde yo era el moco pegado a la pared y asumo de una vez por todas, que soy la casi blanca con cara de negra. ¿Ustedes creen que yo sabía que mi pelo era maluco? Nahh… ¿Qué estaría pensando mi papá al meterme en semejante colegio de mierda? ¿Demostrarle al barrio ese clase media para abajo de Cartagena que tenía con qué pagar ese puto colegio clasista, dizque de gente bien?
Un día, entrando al colegio, escuché que mis compañeras dijeron: ¡Ahí viene la mulata esa! Yo me hice la loca, la que no había escuchado. Pero por dentro las odié, las hijueputié con todas las ganas que me salían del alma. Yo sabía que no era ni blanca ni negra, pero… ¿Por qué esa costumbre de hacerme sentir como un culo? Investigué después y mi conclusión fue: “Mulata viene de mula. La mula no puede parir mulitos. Mula, animal que trabaja más que un negro flojo. María Mulata, ave de la Costa Caribe que se come todo lo que los turistas dejan en la mesa del restaurante”. Pensando en todo eso, ese día tomé la decisión de empezar a sentirme orgullosa de ser mulata, no les iba a dar el gusto de que me vieran molesta por ser lo que soy.
Es que yo sí que tenía cuerpo, eso de decirme mulata, eso era pura envidia. Desde que me llegó la primera regla mis caderas se agrandaron tanto, pero tanto, tanto, que ni con el puto uniforme de mierda las podía disimular. “Nalgá pará”, me decían las primas donde me tocó vivir. Y yo les contestaba: “A ustedes lo que no les mandaron abajo, se los mandaron arriba”. Ellas tenían las tetas grandes, las que yo deseaba tener.
Yo no era la más bonita, pero graciosa para caminar sí que sí. Mi cintura, mis tetas pequeñitas. No nos digamos mentiras: ¡Nací con cuerpo de negra y a mí me gustaba!. Bueno, un poco más de teta, tal vez. Me daba placer sentir que a los manes se les paraba la vaina con solo mirarme. ¿Sería verdad lo que le dijo un día mi abuela a mi mamá, que si se casaba con un negro, las hijas le saldrían más putas que las gallinas?
Los compañeros de mi colegio yo los veía tan blancos, que ni ganas de darles un beso me daba. Pero el chofer de mi ruta… ¡Uff! Ese blanquito sí que me gustaba. Un tipo mucho mayor que yo, con los ojos más hermosos y expresivos que jamás había visto. Me miraba de manera especial. Empecé a levantarme más temprano para peinarme mi pelo malo y verme más bonita para él. Cuando me montaba a la ruta, yo subía el primer escalón haciéndome la pendeja, dejando que la falda del uniforme se me subiera un poquito. Nos mirábamos y sentía que me desnudaba. Nos veíamos todo el tiempo por el espejo retrovisor.
A mis 13 años, empecé a sentir eso que llaman mariposas en el estómago. Pero para mí, eran todas las aves voladoras del universo. Si me preguntan, porque de verdad me preguntaron, que cómo yo llegué a conversar con el chofer de mi ruta, ponernos citas y todo lo demás, pues les diré que a mi papá se le ocurrió la idea de regalarme un celular dizque para tenerme controlada. En una de las tantas recogidas para llevarme al colegio, mi amado chofer se las ingenió para entregarme un papelito donde venía su número anotado. Me subí a la ruta, él tiro el papel al piso y yo lo recogí de una. Empezamos a tener conversaciones íntimas. Que me gustas mucho, que cómo estás de bonita y pendejadas de esas que a uno le mueven el piso. Y yo, pues con tanta novela mexicana que aprendí a ver en la casa de mis primas todas las tardes, empecé a soñar con mi príncipe encantado. Y pasó lo que tenía que pasar, pero eso no fue enseguida, eso fue al otro año, cuando cumplí 14 años.
Un día me escribe mi amado chofer y me dice que ya estaba cansado de hablar por celular, que nos viéramos para conversar de verdad, así, en vivo y en directo. Esa primera vez nos encontramos cerca de la casa, en el parque que me quedaba a dos cuadras. Luego, los encuentros se fueron haciendo más seguidos. Me decía que camináramos un poco más lejitos y me agarraba de la mano cuando no había nadie cerca. Luego, al pasar los días y semanas, nos íbamos alejando un poco más. Iban aumentando nuestros acercamientos. Besito va, besito viene. Para cada salida me tocaba inventarme un permiso. Decía que tenía tareas en grupo y mentiras de esas que uno le dice a los papás para que me dejaran salir y demorarme. Mis primas sólo decían: ¡Ajá, procura no demorarte!.
Los encuentros en el parque y los besitos empezaron a no ser suficientes. Siempre me exigía más y más. A veces se enojaba y a mí me daba miedo; me repetía que nadie debía saber nada de lo que hacíamos juntos, porque podrían separarnos. Hasta que un día me convenció para vernos “a solas”, como dicen en las telenovelas. Nos pusimos otra de nuestras citas. Yo inventé que iba hacer tareas en la casa de una compañera y hasta allá fue a recogerme en un taxi. Reconozco que estaba asustada y a la vez emocionada. Hubo un instante en que sentí que estaba saliendo con mi hermano mayor. No sé por qué en ese momento veía en sus ojos cierta lascivia, hasta se mordía la boca, pero preferí hacerme la loca.
Silencio en todo el trayecto, sus manos tocaban las mías y se deslizaban por mis muslos. Depronto me agarró la cabeza muy fuerte para que me agachara.
¿Yo qué carajos hago aquí? Pensé así de una.
Estábamos entrando a un lugar que se parecía al barrio del Chavo del Ocho. Nos bajamos, pagó el taxi y para dentro… Habitación con cama doble. Sentí un olor como de cloro revuelto con creolina. El corazón se me quería salir. “Jehová es mi pastor, nada me faltará”. Repetí esa frase varias veces, pero no sirvió de nada. Tal vez me faltó eso que llaman fe. Es que no sabía para qué carajos me ponía a rezar el Salmo 23, si yo estaba ahí de puro gusto.
Mi chofer empezó a consentirme como si fuera su hija. Me sobaba por todos lados, y yo: “que no”, que “quita las manos de mis tetas”. ¿Es que a las hijas no se le soban las tetas verdad? Y este tipo, digo yo, podía ser mi papá.
Ahí caí en cuenta: ¡¡¡Acabo de meterme en la mierda grande!!!. Y me dejé llevar. ¿Estaba enamorada no? ¿Entonces? Me quitó lo zapatos con tanta delicadeza, que me sentí como una bebé. Pidió media botella de aguardiente con limón y sal. Me sirvió en una copa pequeña y para agarrar fuerza me lo tomé de una.
En mi pueblo, aprendemos a probar el licor desde chiquitas. Con las celebraciones de nuestros cumpleaños, los invitados siempre son los mismos: La familia y los vecinos cercanos. Ponen música a todo volumen y los adultos toman hasta emborracharse. Trago que esté por ahí mal puesto, uno se lo toma. Eso de piñatas, bombas en las paredes… ¡Qué va!
¡Este man a mí no me iba a emborrachar! Así que le seguí el juego. Quiso quitarme toda la ropa, pero me dejé la blusa porque me daba pena no tener tetas.
Ver un hombre totalmente desnudo, a mi edad, no es tan fácil. Crece uno creyendo que Ken, el novio de la Barbie, no tiene mucho pipí y encuentro semejante cosa. Es emoción y susto a la vez.
Le entregué lo más valioso de mí. Eso suena a siglo pasado, pero eso fue lo que nos enseñaron en la familia. Siempre sentí que yo valía era por mi inteligencia, y perder esa telita, para mí, era como perder un arete o cualquier cosa sin fundamento. Ese día supe lo que era un condón, un orgasmo y el dolor con gusto. ¡Cuánto lo amé!
Y así pasaron uno, dos, tres, cuatro años, de salir a hacer tareas de mentiras. Él a veces me pedía que le enviara fotos desnuda. ¿Ustedes creen que se las envié?… Les dejo la duda. Lo que sí les aseguro es que mi meta era prepararme para viajar a Londres a terminar mi bachillerato, porque el colegio daba esa oportunidad a los mejores estudiantes y yo siempre me destaqué por mis notas. Mis papás estaban orgullosos y yo no pensaba cagarme en mi futuro.
Un día, nos cambiaron a la que nos cuidaba en la ruta. Era una vieja gorda, fea y amargada, que no era ninguna boba y no se demoró mucho en darse cuenta de que yo me chateaba con el chofer, que nos encontrábamos, que estábamos enamorados. Me arrancó el celular de las manos, leyó casi todo lo que nos escribíamos y se me armó el mierdero.
La chismosa, lo primero que hizo al llegar al colegio, fue contarle al rector. Llamaron a mis papás para que viajaran a Bogotá cuanto antes. El mierdero seguía creciendo; cuando ellos llegaron, ya me habían llevado donde la sicóloga del colegio y le propusieron a mi mamá dizque hacerme la prueba de virginidad. Por suerte mi mamá se negó porque yo le juré por todos los santos benditos que yo seguía como Dios me trajo al mundo: “Intacta y pura”. Que sí me había enamorado, pero que de la cintura para abajo… nada de nada.
La psicóloga me preguntaba que dónde te tocaba, que si te violó, que cómo te convenció, que porqué un chofer y no un compañero del colegio, que si yo sabía que era casado y con hijos y 20 años mayor que yo. Que cómo había sido mi niñez, que si mi mamá me había parido por parto natural o cesárea… jajaja.
Y el rector, que cómo hacíamos ahora, que el nombre del colegio en las noticias. Mi papá se presentó con un abogado. Para colmo, era negro y bajito, que por muy elegante y preparado que estaba, el rector ni lo mira y le dice: “Le presento al abogado de mi prestigioso colegio”: Un tipo blanco, alto, ojos azules, con unos zapatos brillantes, puntudos y mejor vestido que el abogado de mi papá. El de mi papá exige poner demanda por abuso de menores y el del colegio responde que mejor arreglemos las cosas, que a nadie le conviene un escándalo, que a la niña le van a dañar su futuro y no podrá ir a Londres a terminar sus estudios. Y mi mamá: Que a mi hija no me la van a estigmatizar, que ya ella me dijo que era virgen y yo le creo. Mi papá se emputó porque el rector se hacía el huevón diciéndole que cómo es que su hija, en vez de fijarse en uno de su edad y de su curso, mire cómo da el mal ejemplo en el colegio.
Pasa una semana de conversaciones entre los abogados y mi papá se da cuenta que el chofer sigue recogiéndome en la ruta del colegio. Va y se compra unos guantes de boxeo y una mañana sale conmigo a acompañarme, lo baja de la ruta y lo agarra a golpes. Mis primas tuvieron que salir a quitárselo porque estaba que lo mataba. Ese día no pude ir al colegio, pero al otro día para sorpresa mía: Un nuevo chofer estaba allí. Un señor viejo y feo. A mi amado lo habían despedido. Su esposa me llamó al celular rogándome que no lo denunciara, que tenían dos hijos que mantener y tá tá tá… lo de siempre.
Mi mamá no quería que perdiera mi puesto en el colegio de Londres, mi papá ya se había sacado el clavo dándole la golpiza al chofer, el rector no quería que su colegio fuera denunciado, la esposa de mi amado no quería que lo metieran a la cárcel. Así que todos nos pusimos de acuerdo y me largué feliz a Londres. Saqué las mejores notas del colegio y apliqué para estudiar medicina, con una beca que me cubría casi todos los gastos.
Me largué feliz a seguir estudiando y colorín colorado que el café con leche se ha enfriado.
Que buen relato, tiene secuencias y sucesos muy reales…. estupendo escrito! Felicitaciones a la escritora.
muy original y espontaneo como la escritora….. excelente
Muy original y espontaneo como la escritora.
Excelente relato! Mucho Amor💘, Humor 🤣 Racismo 🤍🖤
Y gran acierto de una verdadera realidad!!
Mis felicitaciones 💯Doña Lilia! 👏
Queda en evidencia cómo se normaliza el abuso a una menor de edad, cómo le despierta un adulto, el deseo a una niña. Los casos son así, y siguen pasando. Pobre Nieve Blanca, que refleja lo que muchas niñas han tenido que sufrir en silencio…
Me encantó!!
olgawittenbergtepper@gmail.com
Muy original y excelente,como la escritora, felicidades Doña Lilia,se caracteriza con la realidad, que viven muchas niñas.Yel racismo en toda la extensión.
Me encanta.
Muy entretenido, muestra de una forma cercana las vivencias de muchas mujeres y ese despertar de darnos cuenta que somos negras, no importa que tengas la piel un poco más “clarita”, también deja claro lo clasistas hasta la médula que somos. Espero leer muchos más cuentos de la autora.
Excelente relato. Habla con franqueza y sin aspavientos sobre esas vivencias de muchas adolescentes. Denota todas esas hipocresías de nuestra sociedad : racismo, violencia, abuso, clasicismo y mucho más, utilizando un lenguaje natural y directo.
Cuando las grandes historias ,se crean y ilumina la imaginación dentro de las creaciones artísticas,pueden encarnar los buenos cuentos…mis felicitaciones… muchos sueños se hacen realidad y no se dejan escapar narrados verdaderamente…. felicidades Lila Isabel….
Excelente historia. La disfrute mucho y si, los estereotipos que dan «valor » a lo blanco y estigmatizan y desvalorizan la negritud que incluso llevan a que se «sueñe» y se haga lo imposible x ser parte de ese «modelo» de belleza occidental, cosificado y nos lleva a negar y rechazar nuestra propia identidad. Gracias Lilia por este escrito.
Excelente modelo de «pintar con palabras» .
Felicidades!
Jajajaja. Bacano. Me encanta el desparpajo del relato que incluso me hizo recordar » Bullying de la época»( a la que me lo hizo no le fué muy bien)!!! Orgullo de ser la Negra esa!
En buena hora- felicidades.
Demasiado buenoo y realista ❤️..