Crónicas de tierra caliente!

Tremendo calor en San Jacinto. Van dos días parejos. Gemelos. La brisa no ventea sino que es un fogaje caliente. Ha sido este un día tibión. Desesperante.

Por ALFONSO HAMBURGER.

Se fue la luz, llegó la caló y solo quedó el zumbido de la chicharra en el patio.

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Se fue la luz, llegó la caló y sólo quedó el agudo zumbido de la chicharra penando en el patio. Eran las ocho de la mañana del sexto día de este calor desesperante que me hace recordar a papá, quien siempre anheló, cuando vivíamos en Bajo Grande, una nevera para beber agua helada y un abanico para echarle fresco al mundo.

-! Este mundo se va a acabar en Candela!, decía.

Completamos seis días de este infierno anunciado. Y para colmo anunciaron un apagón de la luz entre siete de la mañana y cinco de la tarde. Ni en eso son puntuales. Pero el recibo si llega sin falta. Han subido la luz en un 37 por ciento estos españoles que nos siguen espoleando.

Acá, en este realismo del país de Cedrón, alguna vez aplazaron un eclipse, vea usted.

No sé si el zumbido de la chicharra está en mi desde la Semana Santa o está instalado en el patio desde siempre. No ladran ni los perros. No hay cacareo de gallinas ponedoras. Tampoco se oye un vallenato. Solo el carraspeo de un motor de gasolina en la lejanía, que se aleja con la brisa precaria. Se acrecienta mi soledad.

No se oyen pregones de pescado, lechuga, cebolla y ajo. Limones, zanahoria , papa, piña y remolacha,

Allí sigue el sonido ancestral de la chicharra. Alguien rastrilla unas varillas en la calle, alguien debe estar construyendo una casa. Ahora se oye el cuchicheo de comadres que lavan la ropa en el patio, mientras se ponen al día en los asuntos cotidianos, entre ellos la muerte, que ha sido como un lugar común después de la Pandemia. Murió otro hijo de Juvenal, el que cortaba la luz.

El verano es limpio. Todo se ahoga en un espejo brillante del cielo. Los tabacales en mi pensamiento de hojas muy verde llenan mi caney. Si no llueve en estos días se volarán las semillas y el mundo estará más loco que antes. Los campesinos reclaman la tierra que tuvieron algún día.

Ahora estoy poniendo un telegrama en el baño y alguien toca la puerta con desesperación. Entre abrir la puerta y seguir con los alivios de la digestión, primero es la salud y después lo que tú digas.

Por momentos se oye un pregón y la vida del pueblo se hila en medio de los sonidos del silencio, pero nunca decaen los sonidos agudos de la chicharra, que ahora parecen provenientes de los repliegues del alma.

San jacinto, mayo 9 de 2023.

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Hoy es jueves de caló. Debe ser el sexto o séptimo día del bochorno, no sé, no llevo la cuenta exacta, estas cuentas mías, que me las doy de artista, son muy intuitivas, no tienen nada que ver con el calendario gregoriano, de si es abril o si es mayo, que si son o no son días de cabañuelas, nada, soy sensible al frio y al calor y a lo que le pasa a la gante, nada más. Solo sé que un día que salí a almorzar sentí que el sol me quemaba, que la brisa apenas estaba quieta, que no se movía ni una sola hoja de los almendros y que apenas pegaba un fogaje caliente, como si un dinosaurio final estuviera respirando candela muy cerquita de donde yo iba, pateando piedrecillas y con las manos en los bolsillos.

La caló, que hoy ha tenido un respiro- nada es eterno en la vida- me ha agudizado el oído. En medio de la desolación que dejó la luz huidiza, estoy atento a todo lo que me traiga el ambiente, incluso de un tema nueva ola, donde R8 parte los pistones. Pero más allá de esa amalgama de sonidos ambientes, por encima de todo, suena el agudo timbre de la chicharra de Semana Santa. Es un sonido visceral, como si saliera del centro de la tierra, sumamente estereofónico, que no tiene un punto especifico, que no tiene un centro, apenas endulzado por una conversación de compadres, el cuchicheo de las lavadoras en el patio, la noticia queda de la muerte del hijo de Juvenal, el ladrido de un perro, el ruido del motor a diésel del camión que reparte la gaseosa y que no lo apagan nunca.

Hoy persiste el sonido agudo de la chicharra, que ayer se fue de largo hasta la media noche, pero hay una sensación de cabañuelas, con nubes que presagian lluvias- ya era hora que llegara un aguacero de Mayo a ver si cambia nuestro fatal destino-, pero ha surgido otro, aquel que contrariaba a papá, es una motosierra del vecino aleluya, con el que mi viejo hubo de enfrentarse, con tutela y todo, y hasta , con Juez de por medio, establecieron un horario para prender esos serruchos eléctricos para partir la madera. Creo que de doce a dos de la tarde debía haber silencio. Mi padre era celoso con los sonidos. Le gustaba el silencio. Nada de bulla y de esos picó escandalosos. No había como los temas de Alejo Duran, Juancho Polo y Andrés Landero. Y algunas rancheras gruesas, Enrique Diaz, y de los nuevos Farucho.

El caló ha despertado la chicharra eterna, la que parece provenir de las profundidades de la tierra, que suena por todas partes y no se encuentra en ninguna parte.

La chicharra sigue en los repliegues de mi alma, como si la llevara en mí, y creo, ahora que han aparecido las nubes y recordando al Pachequero, que sólo un aguacero de Mayo puede cambiar este fatal destino.

San Jacinto, Mayo 10 de 2023.

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Bajó un poco la caló, pero los amagos de lluvia fueron eso, lluvia de verano. El celaje se puso espeso por los lados de Frio Frio de Perros, la embocadura de Santiago y Las Palmas. Al mediodía alcanzaron a caer gotas calientes, como perdigones de guerra, que alegraron a la gente y salpicaron la tierra seca . Los últimos mangos del patio cayeron sobre el techo de zinc, en el baño, con un estropicio lánguido y pernicioso.

Para el resto de los mortales hoy es jueves, pero para este micro cosmos de la caló, esta especie de película que yace en mi , es como otro calendario, porque el calendario convencional me da saltos y saltos, porque es una medición que comenzó al mediodía de hace unos días, sin pensar en nada formal ni en el tiempo lineal. Puede ser que hoy, en que he vuelto a ver una salamanqueja tras el vidrio traslúcido del vidrio rugoso del baño , sea el mismo sueño de ayer, cíclico y repetido.

Hace tiempo que la salamanquesa dejó de cantar. Esta vez eran dos, que pude ver tras el vidrio, inmóviles, vigilantes, como apareadas. Apenas alcancé a tomarle fotos con mi celular a una, porque su compañera, con el mínimo movimiento de la toalla, se escondió tras la cortina. Pareciera que espiaban mi desnudez.

Estaba yo tirado sobre una estera, bocarriba, recibiendo el poco alivio del abanico de techo , cuando vi el reflejo del picaflor, saltando de flor en flor, en el jardín primaveral, con una maestría genial y aquella figura emergente, en medio del sopor de estos tiempos finales, fue como la reencarnación de Remedios La Bella, detenido en el aire, chupando las flores más bonitas. Y me acordé de Jorge Oñate, que fue mi amigo en sus últimos días , quien anhelaba ser como ese pajarillo, que no era más que saltar a la boca de la mujer amada.

También, en medio de la caló, surgió una mariposa negra, que era la verdadera simbiosis de la vida, que venía de ser un asqueroso gusano. Y no traía la mala hora, sino el anuncio de mejores tiempos y de la riqueza.

Antes, en el segundo cuarto, escuché un ruido sobre el hule. Era como una lluvia sobre un platanal, un ruido extraño, de miles de patas. Eran millones de hormigas, que iban invadiendo la habitación , entonces llamé a mi hermano mayor para que les echara fungicida. No sé de dónde salió tanta hormiga bravía, pero hoy sospecho que ellas solo anunciaban la llegada de esta caló de la que hoy todos están hablando.

La mudez de la salamanqueja, el estruendo de los mangos maduros sobre el baño, el aleteo de la mariposa negra de la suerte, la lluvia de hormigas y la elegancia del chupaflor y los amagos de invierno, se mezclaron apenas con el narrador argentino de la televisión en la casa del Jopy, el vecino goleador, que se entretiene mientras llegan los clientes ,gota a gota.

Sincelejo, Mayo 11 de 2023.

***

Mientras caían los últimos mangos de la cosecha, estremecidos por un viento de lluvia repentina que solo fue amagos, en medio de la caló de Mayo- ya perdí la cuenta de mi intuición – me acordé de los días lluviosos de Semana Santa. El patio, grande y herrumbroso- ya convertido en selva- estaba enchumbado, con varias matas de plátano que no podían con el peso de los racimos, las guanábanas que se caían sollitas y mostraban sus carnes blandas y una mata de veranera florecida, cuya caída iba a ser como el presagio de esta ola de calor.

Ya no hacía falta la mata de parra que atravesaba el primer pasillo, muerta hace treinta años por un mal de ojo mal curado, reemplazada por un techo de Eternit y opacada por una mata de veranera que daba envidia.

Lo único extraño a mi regreso, después de treinta años de aventura por el Caribe Sabanero, fue la presencia de un sapo extraño salido de repente de la selva en que se había convertido el patio. Habíamos disfrutado marzo con la llegada de la primavera y el homenaje tan sentido al maestro Adolfo Pacheco, que había hecho el milagro de unir la Fiesta del Pensamiento, sin exclusividad ni rencores.

Clausurada la fiesta en un rancho que se llama Frido, caminamos por esas calles de la infancia, después del almuerzo, Rosario Meléndez, Jaime Vides y yo. Había ambiente festivo. Era domingo. La gente se empinaba la botella en las cantinas o se asomaba en los billares entizando el taco. Caminábamos esquivando los charcos de aguas derramadas que salen de los patios. Amagaba el invierno. Al mediodía había caído un chaparrón. Llegamos hasta Santa Lucía, pero habían clausurado la actividad, de modo que mis compañeros se despidieron y quisieron regresar esa tarde a sus ciudades. Rosario se quedó en Yuca Asada en espera de un chance y yo fui a llevar a Jaime Vides a la carretera. No me terminó de contar la historia que me narraba, porque pasó una buseta y se fue para Sincelejo.

De repente quedé solo, en un vacío existencial. Estaba muy cansado. Le habíamos dado una vuelta al pueblo caminando. Fui a la inmensa casa de mis padres, inmensamente grande, inmensamente vacía, giré la llave y penetré por la amplia sala. Arreció la lluvia. Y de repente se hizo de noche. Me tiré de Bruce en uno de los cuartos con la ropa y los zapatos puestos para reposarme, con la idea de ir al cóctel de clausura más tarde, pero me quedé dormido con la puerta de la habitación abierta.

Me desperté más tarde. Llovía. Hacía frío. Y en los pieceros de la cama escuchaba como si alguien comiera crispetas, pero calculé que ese alguien estaba por los lados de la cocina. Calculé mal. El sonido estaba más cerca. Me levanté. Fui al baño, vacié todo el contenido de mi próstata de niño y cuando voltee la vista lo vi. Era un inmenso y extraño sapo bayo que se arrastraba con las patas traseras y parecía naufragar en el piso reluciente. Iba como extrañando la limpieza de la habitación, debajo de la cama, aún con la humedad de la lluvia en su piel. No hice nada. Lo dejé que siguiera explorando su nuevo mundo, cerré la puerta y me tiré a dormir hasta ese otro día.

No soñé que caminaba sobre un bosque de acacias como Santiago Nassar en la víspera del día que lo iban a matar ni tampoco que fui salpicado por cagada de pájaros. Nada. No sentí nada, ni soñé que el mundo se iba a acabar en candela. Fui una piedra más en el camino de los muertos, pero eso sí, aún tenía la imagen del sapo extraño, inmenso, bayo, como buscando salir del cuarto por los rincones, pero nada. Lo busqué palmo a palmo en los ocho metros cuadrados del cuarto y en los dos metros por uno del baño, en la nochera, en las patas de las camas, en las paredes y aquel extraño animal que llegó con la lluvia se había esfumado. Acaso era una bruja?

La noticia del sapo extraño, grande, bayo, de patas disparejas, que primero hizo bulla como si fuera persona para llamar la atención y que después caminó por debajo de la cama, deslizándose en el piso reluciente como explorando el cuarto, se registró en el grupo de WhatsApp y se extendió como pólvora en el resto de la familia. Hubo varios puntos de la discusión. Se había escapado por alguna parte. De pronto yo me había levantado dormido a orinar al patio en el platanal y el animal se había escapado. Se había escondido debajo del colchón o era realmente una bruja. En semana santa se iban a despejar dudas, mientras llegaban otros visitantes y la veranera se iba al piso en medio de un remolino, quizás anunciando estos ratos de extrema caló.

Sincelejo, mayo 12 de 2023.

CRÓNICA FINAL DE LA OLA DE CALÓ.

Nuestro querido pastor llegó con su familia integral- hermanos y hermanas en la fe, que os veneran- con mucha alegría el miércoles Santo por la mañana. El callejón de Mercedes se regocijó con la visita y se llenó de autos y motos.

Además de la fe y esa alegría desbordante, en medio de esa ventisca de invierno, nuestros hermanos y hermanas llegaron con hambre, después de dos horas de carretera. Pusieron a cocinar yuca y café con leche y mandaron a comprar suero donde José Ahuyama. Yo no me había levantado. Aún pereceaba en uno de los cuartos donde en una noche anterior se había alcanforado un extraño sapo, que parecía explorar la habitación con su caminado desigual y su piel llovida. Salí al encuentro y enseguida me invitaron al desayuno muy afables. Lo único malo fue el café con leche, que estaba frío como la nariz de un perrito, lo que para mí padre era como si le mentaran la madre. Vi que la felicidad no era completa y calculé que aquella hermana jamás vivió con mi papá. También supe que en algunos lugares se toman el café frío.

Ese grandioso día, con la inmensa casa llena de bendiciones, estaba de cumpleaños el maestro Rafael Pérez García, que me hizo meter en un lío cuando dije que con Yeison Landero, son el futuro de nuestro folklore. Se me olvidaron otros muy queridos e importantes, como Luis Eduardo Lora Lentino y Roy Rodríguez y Sofía Landero. Solo son gustos. Y a raíz de este cumpleaños armé el pretexto para irme para la calle, sobre la que soplaba una brisa de invierno.

Hernán Villa, el Corroncho, quien necesita una semana entera cuando viene al pueblo para visitar sus amigos, me ganó la delantera. Cuando llegué a casa del cumplementado, en el barrio San Francisco, por la sede del Adulto mayor, ya Hernán y su corroncha llevaban varios chistes y una canasta de frías volantonas. Los acompañaba Eduardo Caro, el rey del nuevo Veinte de Enero,celebrando el resbalón.

Allí inauguramos, con una foto inmortal para las redes sociales, el aviso del Alero de la Paloma, pintado al óleo y al amor por el maestro Miguel Salcedo Tapia.

Rafa se había preparado. Cuando intentamos ir a un restaurante por el almuerzo el artista nos llamó a manteles, con un mote de queso en totuma y cuchara de palo, en una escenografía natural, entre gaitas, tambores y guirnaldas.

Fue cuando comenzó el aguacerazo, el gran acueducto del pueblo. Fue un aguacero limpio, un poco disparejo, sin truenos, pero con una ventisca que destecho varias casas.

Mi auto, en la calle, no se veía bajo el fuerte aguacero, pero fue un milagro sacarlo del patio de mi casa. A esa hora un remolino de pocos segundos tiró al suelo la frondosa mata de veranera, que era la envidia de todos y que servía de garage. De no haber ido al cumpleaños, el auto hubiera sido aplastado por la inmensa veranera, que pesaba varias toneladas.

Son apenas ventiscas de la vida. Apenas estábamos haciendo tránsito a esta etapa exasperante de calor. El mono de Mercedes duró una semana entera cortando la veranera, que había quedado aplastada en el patio, sin dejar de florecer.

Ahora el patio luce más radiante e iluminado , eso sí con mucho calor, pero la veranera ya ha empezado a retoñar, como si la hubiese podado la mano divina de Dios.

De seguro, que a vuelta de un año, sus flores serán más bonitas.

San Jacinto conserva cosas del viejo pueblo de antaño, entre ellas el defecto de que se va la luz cuando llueve. Este domingo cuatro de junio no ha sido la excepción. Yo creo que cayeron más mililitros de lluvia que en el día del aguacerazo del mes de mayo. Eso sí fue caer agua. Con un poco de brisa. El cielo parecía que iba a colapsar. La brisa cimbraba los árboles que parecían hamacas. Empezó a llover poco después del desayuno. Y eran la una de la tarde y aún seguía ese pis pis y ronroneo de las gotas sobre los techos de palma y de zinc. La lluvia venía por los cuatro puntos cardinales, el cielo se puso oscuro y en los primeros diez minutos se fue la luz. No se escuchaba música por ningún lado, colapsaron los celulares y el tiempo se volvió plano. Entonces, al ronroneo de la lluvia sobre las techos de las casas y el rugido de una moto en la calle, se volvió a despertar el eco de la misma chicharra milenaria con su sonido estéreo del fin del mundo, agudo y misterioso, desde algún lado de las cosas. La misma que trajo la ola de calor ahora tirita de frío.

Hasta los celulares quedaron quietos.

CUANDO SE ACABA EL SUERO Y EL HAMBRE DUELE.

 

El muchacho de macilenta figura llegó a la tienda del barrio cuando el tendedero veía los titulares del noticiero de las siete de la noche y estaba a punto de cerrar el servicio, porque se había levantado a las tres de la madrugada a cortar la leche y preparar el suero.

El muchacho dudó en hacer el pedido, apenado cuando me vio y trató de evadirse, pero el tendedero, que ya estaba que se dormía, le preguntó que qué quería.

Yo traté de hacerme invisible, bajé la cabeza, cuando el muchacho, con su voz casi inaudible dijo, después de una duda eterna, dando toquecitos en la reja metálica:

–Vendame quinientos pesos de suero!

El muchacho tenía suerte. Hace ocho días otro hombre no halló el producto, que está escaso en el pueblo y se regresó cabisbajo.No hay suero, decía el dramático aviso de cartulina.Y a esa hora – ocho de la noche- ya no se consiguen tiendas abiertas en el Sitio. Uno porque la gente se acuesta con las gallinas y se levanta con los primeros cantos de los gallos. Otra porque en los últimos meses han circulado panfletos de grupos al margen de la ley que no quieren ver gente por las calles después de nueve de la noche.

El muchacho estaba con suerte, estaba apenado, pero no esperaba la respuesta grosera del tendero, tenía era pena por mi presencia.

– Te voy a hacer el favor, porque lo mínimo que vendo son mil pesos de suero! Advirtió el tendedero, fastidiado por el sueño. Quería desembarazarse.

El muchacho quería que se lo tragara la tierra, con la cabeza gacha y los ojos en un punto fijo.

Yo estuve a punto de decirle al tendero que le despachara dos mil pesos, que yo asumiría su costo, pero pensé que eso podría agravar la pena del muchacho.

El tendero entró a la tienda- porque estábamos en la sala – y hasta acá se oyó cuando destapó la olla, tomó un cucharón y empezó a revolver el suero y el muchacho tragó saliva seca, aún apenado por su pobreza.

Cuando el tendedero empezó a despachar los quinientos pesos de suero el agrio ,el fermento del producto, se esparció por toda la sala y yo vi en mi mente una olla de yuca para tarciar en el paladar del manjar que se anunciaba.

Vista así la escena, parece normal, pero en realidad, lo que vemos en el pueblo es una situación de hambre. Cuando cierran las tiendas a las siete de la noche y tú sales a buscar la liga, la situación se hace muy difícil, porque nadie te abre a venderte suero, que es el producto más práctico y barato para apaciguar las afugias del hambre.
Millones de personas el mundo padecen hambre.

La tierra produce alimentos para doce mil millones de personas y solo somos ocho mil millones de almas. Para dónde coge el resto de alimentos? Las riquezas que produce la naturaleza son muy mal repartidas.

Cada tres días nacen un millón de personas en la tierra.

El problema mundial del hambre y el cambio climático, son un dolor de cabeza para el hombre.

Cuento corto!

–Voy para Barranquilla, amor. Me puedes recibir en tu casa?

–Claro que sí, mi cielo, pero yo lo que tengo aquí es una hamaca.

— Mejor, recuerda que yo soy Sanjacintero. Nací en una hamaca.

— Listo, el miércoles vamos a un concierto de guitarras.

–Yo te acepto la hamaca, pero de noche gateo.

–Te vas a joder, amor, porque a mí se me durmió la libido.

–No importa. Yo te la despierto.

–Bueno.

A los tres días ella escribió:

— Ignoraste mi artículo viniste y no me llamaste

— Estuve viajando todo el tiempo y sin conexión. Además tú no tienes libido.

–jaja.

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Alfonso Hamburger

Celebro la Gaita por que es el principio de la música.

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