Crónica viajera Corozal

En la Esquina Caliente de Corozal un hombre madruga a enlazar pasajeros, como cualquier pescador que tira su atarraya en el mar. Y el mar es amplio, sinuoso, desconocido, pero provee la comida.

-¿Te vistes el partido del Barcelona? Pregunta al grupo que espera en la bruma que los envuelve, mientras camina para recibir al joven que llega embutido en un abrigo, sin dejar de mirarlo:

El negro, de protuberante panza, emerge en la madrugada, donde se mueve como un perro de presa que marca su territorio. Corozal, Sucre, apenas resucita en medio de la neblina espesa de la Sierra Flor, que corta la figura del Garrochero  en su caballo arrecho, arruinada por un puente peatonal que ya nadie usa, en la plaza La Macarena, donde se jugaron los toros guapos hasta mediados del siglo XX, cuando la Perla de la Sabana era más colonial y su raza fungía avasallante y colonizadora. Hoy es una ciudad harapienta con una piedra que nadie quiere pisar, so pena de volverse amanerado.

Como nadie le responde, el Negro panzón vuelve a preguntar, buscando atrapar al joven que en ese momento desciende de un vehículo de plaza con el morral a la espalda.

  • Tú, Juan debes saber, tú que fuiste portero, que arquero que regala el palo culpa tiene de la derrota.
  • Fue un gol pendejo y una derrota jodida, asiente Juan, de macilenta figura ¡El Barca perdió miserablemente uno a cero¡

El regateo de los transportadores rompe la  languidez de la mañana neblinosa.  Van a ser las cinco y Vargas no llega. Se fue a Sincé, el pueblo cercano a buscar pasajeros para completar la carga. Los conductores buscan y rebuscan a sus clientes en sus casas, mientras los “reboleadores” van apilando al que llega, como si se tratase de una mercancía del abigarrado comercio tropical. Lo tiran, lo jalan, lo venden y hasta se dan puños por éste. Son estos unos tipos que reciben al que llega con cara de viajero y lo conducen al  bus, al jeep, a la buseta o a la vans que esté lista para la salida. La oferta es diversa, avasallante, disputada y bullanguera. El aroma a tinto mañanero, a fritos recién hervidos y  arroz  amanecido- recalentado, pelea con el olor  a gasolina y el rugir de motores somnolientos que tratan de levantar al mundo y que ahuyenta el canto de los gallos. En este amanecer no hay rebuzno de los burros ni ladrido de los perros. Solo el carraspeo de motores que civilizan y contaminan el ambiente.

  • Hey, mono, para Barranquilla, vía Calamar, grita el negro, con pinta del malo de la película.

Vargas, quien ha llegado con discreción a la  fervorosa esquina, sin pitar, sólo tiene dos pasajeros, una pareja de novios que fue a rescatar a Sincé, a unos 20 kilómetros, por una carretera delgada y solitaria.

El monito del morral, con una cachucha del portal  kienyke toma el puesto delantero, ante invitación de Vargas, con quien se había citado la noche anterior. El Monito trabaja en la radio y le hace publicidad a  su camioneta de transporte de pasajeros.

  • Espérame en Corozal, que voy a Sincé y faltando 15 minutos para las cinco te recojo en Brasilia, le dijo Vargas.

Pero a Vargas se lo han cogido las claras del día. No pegó un ojo anoche, preocupado por la situación. Completaba siete  días sin hacer un solo viaje. ¿El motivo? los pasajeros se alcanforaron. Nadie quiere viajar por estos días.  En la esquina caliente, mientras esperaba a Vargas, el monito contó diez busetas tipo vans, de  diez pasajeros, que llegaban vacías a buscar clientes para diversos destinos, especialmente Montería, Cartagena y Barranquilla vía Calamar. También pasó un bus de Torcoroma, de esos que recogen gallinas, pavos, vituallas, carne, suero y hasta razones de boca. En este tipo de buses, que van recogiendo y dejando bultos y pasajeros en todos los pueblos y veredas de la sabana, el pasaje vale 20 mil pesos a Barranquilla. Se gastan por lo menos seis horas de viaje. El chofer es capaz de desayunar en El Carmen de Bolívar, con toda tranquilidad, mientras los pasajeros se tuestan del calor ante el acecho de un enjambre de vendedores de fritos y  chucherías que le meten la palangana al cliente por los ojos, montones de azúcar y colesterol.  O es posible que se tome un tinto con la mujer de ocasión en San Juan Nepo. Claro, también hay oferta de climatizados, tipo ejecutivos, busetas pringa caras de Magangué que pasan atestadas de bultos en la parrilla y camionetas Chevrolet modelo 67 de Ovejas que reparten tortícolis en el cuello. Igual llegan enjambres de motos que se riegan por todas partes, mientras el “reboleador” insiste en que el Junior es un equipo fuerte entre los grandes y débil ante los chicos.

Vargas se suma a la tertulia mañanera, que ahora toca el tema del monumento al garrochero, opacado por el esperpento del puente inútil, que le quita la visual, la gallardía  y profundidad de campo. Al fin, después de media hora de  bulliciosa tertulia Vargas decide tomar el timón, rumbo a Barranquilla. Solo lleva tres pasajeros, lo que no le da el nivel de equilibrio económico. El negro se acerca a cobrarle el pasajero que llegó de Sincelejo, el monito de la mochila. Debe darle dos mil pesos, porque ese es su territorio y él lo vio primero. Desconoce que se trataba de una cita previa. Discuten, forcejean. Vargas le hace una pregunta al pasajero, quien confirma su estado de invitado. El pasajero se siente incomodo, como testigo de excepción de un  encuentro boxeril, de vida o muerte.

  • Esta vaina se la llevó pindanga, dice Vargas, mientras arranca, ya cuando viene el sol despuntando en la aurora, filtrándose entre los techos llovidos de sereno de luna.

Vargas empieza a sacar cuentas.  El negocio se fue a pique. Hace siete días solo le quedaron 18 mil pesos en su viaje habitual a Barranquilla.  Eran solo ocho mil las ganancias, pero de regreso trajo una encomienda por diez mil. Cuando le entregó la plata  a su mujer, sintió ganas de llorar. Ni la cuña por radio y televisión, el buen trato al pasajero y las tarjetas personales, las más rápidas del Oeste han causado efectos. Hay una sobre oferta de transporte, mientras suben los combustibles y los peajes y escasean los pasajeros. Nadie quiere viajar por estos días, señala.

  • Si viajan, pero en carros propios o más baratos, dice el pasajero.

Para ir a Barranquilla hay que echar cien mil pesos en combustible, pagar una planilla de 45 mil pesos, cuadrar a la Policía que monta retenes en varios puntos (Ovejas, Carmen de Bolívar, Los Palmitos), amén de los que operan en las calles de Barranquilla y Cartagena, que son peores. Además, hay cuatro peajes en los 220 kilómetros del trayecto. A ello se suman las 12 multa vallas, que son otro peligro si te distraen. Te pueden consumir los ahorros.

La gente se engolosinó con este negocio, que en la sabana llaman transporte puerta a puerta. Hoy siguen  cobrando los mismos 45 mil pesos de hace tres años  a Barranquilla. El pasajero es recogido en su casa y llevado a su casa.   A la gente le gustaba al principio, hace algunos años, porque la camioneta se llenaba rápido y en dos  horas y media estaba en  Barranquilla. Viajaba en aire acondicionado y la aguja del velocímetro no bajaba de 120 kilómetros por hora. Claro, cuando se chocan no se salva nadie, como ocurrió ya el año pasado en la vía a San Onofre. Los 9 pasajeros y el  chofer murieron en el acto sin decir ni pio, bajo un torrencial aguacero. El tipo no solo iba hablando por teléfono, sino con la preocupación de la cuota del vehículo.

Y la gente se engolosinó con el negocio porque hacían cuentas alegres. Diez pasajeros de ida y diez de venida, $800 mil  pesos. $ 24 millones al mes. Deducían gastos y quedaban 14 millones! sueldo de ministro!   Cesantías,  jubilaciones, lotes de ganado, casas,  pronto fueron convertidas en camionetas briosas que se tragaban las carreteras del país.  Adelantaban hasta en curvas y sólo se les veía el visaje. Claro, el negocio era bueno, pero si al volante iba el dueño. Si se lo daban a chofer de plaza, este comía pollo y el dueño yuca con suero. Cuando el negocio era rentable, generaba ganancias tan buenas que hasta podían pensar en un segundo carro. En una flota.

En menos de cinco años, por lo menos 400 de estos vehículos empezaron a zumbar en las carreteras de la Costa. Y con el negocio llegó la competencia desleal y a la Policía se le abrieron los ojos de la ambición cuando descubrieron que era ilegal. No están autorizados para  repartir o recoger pasajeros en la ciudad.  Los  transportadores formales empezaron a presionar.  Los $ 24 millones del cupo completo pronto se redujeron a  cenizas. Sólo fue una ilusión de pocos años. Para dejarlos operar, la Policía pedía plata en las ciudades. Entrar a las zonas céntricas y residenciales, como le gusta al pasajero, se convirtió en una aventura, en un suicidio económico. A veces caían en dos retenes policiales en el circuito, donde se quedaban las ganancias.

  • Yo no voy a seguir trabajando para la Policía, dice Justiniano Brito, quien se vino de la Guajira hace 25 años y maneja una camioneta propia en la ruta Sincelejo- Cartagena.

Brito bajó el pasaje a 30 mil pesos, pero lo primero que advierte al pasajero es que lo dejara en la terminal. No quiere trabajar para la Policía. El último día estalló cuando le quitaron 150 mil en dos peajes.

Brito acaba de arrancar para  Cartagena, tras discutir con el reboleador, a quien le entregó 5 mil pesos, producto de los cinco pasajeros que alcanzó a llevarle, de los 8 que regateó en la vía. El reboleador era un conductor práctico. Ahora no madruga, no paga peajes, no gasta llantas ni consume gasolina, tampoco se arriesga a un accidente. Allí, recogiendo pasajeros se hacen sus 50 mil pesos, se desocupa temprano y se va a rascarse la barriga a su casa. Cuando era conductor era el más mezquino con los reboleadores. Ahora sufre por lo que antes hacia sufrir, el regateo del precio. El mundo es redondo y va dando vueltas, Hoy yo, mañana tú.

Las transportadoras puerta a puerta utilizaron varias estrategias para superar la crisis por la sobreoferta. La publicidad radial y televisiva por canje, las tarjetas personales se volvieron tan briosas como las balas en el Oeste. La amabilidad, la atención esmerada, los buenos modales, los chistes y la música acorde con el pasajero, no valieron de nada.  Las camionetas tipo vans antes seguras y rápidas, empezaron a estrellarse.  El stress de los conductores es visible. Bailan terapia para casar el pasajero incierto. Acostumbrados a tener varias mujeres, los conductores están que venden sus carros para negociar mercancías o meterse a conseguirle pasajeros a los que queden en la vía.

Una de las estrategias fue compartir pasajeros. Vargas se unió con Mogollón.  El cara de Perro con Monterrosa y así sucesivamente. Si seguían viajando con medio cupo se iban a pique. Pero la estrategia tampoco funcionó. Se idearon  una regla para los turnos, según la hora de llegada y los pasajeros atrapados, pero tampoco, algunos no respetaban los pactos y le robaban pasajeros y turnos a otros. Hubo puños y patadas por un pasajero mercancía.

Camionetas que fueron adquiridas por a cien millones de pesos hoy las venden en $40 millones.  Algunas piensan que pagando deudas les pueden quedar $25 millones, para comprar ganado, poner una tienda u otro negocio  con el que mantener  la familia.

El paro camionero siguió acaparando la sintonía de las noticias, mientras estos transportadores informales de puerta a puerta, se siguen yendo a pique. Sencillamente, el negocio se estrelló.

Por: Alfonso Hamburger

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