Las verdades de Adriano Salas.
– Por un Festival Sabanero con identidad.
Por Alfonso Hamburger
Me identifico plenamente con personas inteligentes, directas y sin rodeos, como el maestro Adriano Salas, quien le decía la verdad a la gente, para que no murieran engañados. Salas murió ciego. Le habían cortado las piernas, pero dejó una obra corta y monumental de la música en estilo vallenato. En San Jacinto, mientras reposaba en una hamaca que era de un hombre infiel que se le metía a una mujer ajena, un marido celoso lo golpeó creyéndolo el otro y lo dejó casi muerto. Después la diabetes terminó aquel trabajo letal, hasta sumirlo en las penumbras.
El compositor y meritorio investigador vallenato, Julio Oñate Martínez, conoció a Salas en circunstancias muy especiales. Aquella vez terminaba de tocar – porque Oñate tocaba algo de acordeón- en una caseta de Plato, Magdalena. Iba precisamente abriéndose paso en medio de la multitud, después de poner el acordeón en el estuche, cuando se tropezó con un viejo de gafas oscuras y malgeniado, quien lo paró en seco para decirle:
– ¡Amigo, usted toca menos que regular!
Martínez Oñate, que hasta el momento se creía buen acordeonista, empezó a dudar de sus cualidades, pero siguió de largo. Más adelante, preocupado por la frase, preguntó quién era el personaje tan directo. Le dijeron:
– Ese viejo tan sabio es Adriano Salas.
Eso de Salas me gusta. Uno no puede ir por el mundo creyendo lo que no es. Julio Oñate es consciente de ser un buen trabajador del vallenato, un señor investigador y excelente compositor, pero ese día comprendió que lo de él no era el acordeón, entonces se dedicó para lo que sirve realmente. De pronto con el acordeón pueda que anime a una pareja de cachacos y que hasta bailen con uno de sus sones, pero ya. El hombre sencillo es el que es consciente de lo que es.
Creo que esa actitud regañona de Salas, toda una autoridad en materia de folclor, es la que debemos asumir valerosamente en nuestro quehacer cotidiano. Y como periodistas debemos advertir cuando las cosas no van bien, porque todo palo no sirve para cuchara. En concreto, el Festival sabanero, anda al garete.
Y es de advertir, que el movimiento sabanero, que existe desde los tiempos de Los Corraleros de Majagual, que fue impulsado por Adolfo Pacheco con sus mensajes enviados en cofre de plata al pueblo vallenato, refrescado por la red de sabaneros militantes y retomado por otros valientes sabaneros, en estos momentos sigue dando tumbos en manos inciertas, en especie de comerciantes, advenedizos que no conocen nuestra esencia, oportunistas. Es mejor un movimiento remozado, con los pies en la tierra a caer en un grupo mercantilista y que se pueda repetir lo de Valledupar, en donde una familia se apoderó de todo, en detrimento de los verdaderos forjadores de aquella música.
La palabra desarrollo, tan desprestigiada, genera esa desconfianza latinoamericana, porque es inconsulto y vertical.
El festival sabanero debe enmarcar una ideología y quien lo dirija debe saber al menos diferenciar una caminata de un paseo. O de lo contrario…