¡Bajó grande, arrasado por soldados del Gobierno!

foto-bajo-grandePostal-bajo-grandeBajo grande no volverá jamás, dice con cierta nostalgia Julio Anillo. Está de pie frente al sardinel, en la parte baja y por momentos creo que le hace falta un brazo. Tiene las manos agarradas detrás, en la espalda baja y del brazo derecho solo se le ve la manga de la camisa. Eso me asustó, porque creía que había perdido un brazo en la guerra que atravesamos. Sus ojos le brillan cuando habla de Bajo Grande, cuyas casas fueron arrumadas por un buldócer oficial.

Los paramilitares sanguinarios que mataron a cuatro muchachos un octubre lluvioso, le prendieron fuego a las casas, las que no ardieron lo suficiente porque el invierno se había posado sobre los ensilles de Culo Alzado y Arroz con Gallo, desde hacía tres días. De modo que las casas que quedaron en pie, semi chamuscadas, fueron derribadas por los soldados del Gobierno y luego convertidas en ceniza. Convirtieron el pueblo en un campamento, donde han hallado minas quiebra patas y bombas. No se sabe qué tipo eran esos, que embestían las casas con las maquinas, las arrumaban y después prendían fuego. Se salvaron pocas. Salvo la iglesia y unas que otras, quedaron para señalar que allí alguna vez hubo un pueblo feliz, enjundioso, sano, que hacia sus fiestas y que fue el escenario de la novela “Ataque de Frio de Perros”. Para colmo, el arroyo se anegó y donde estaba la placita de Korina se hizo un playón. Se perdieron las calles y caminos.

Y pensar, dice Julio, que aquel fue en sus mejores tiempos, el pueblo más maravilloso del mundo, donde todos se querían. Después de una larga parranda se podía amanecer sin un peso en el bolsillo, pero alguien les fiaba una mano de yuca, unos arenques o unas libras de cerdo. Todos sabían que Juancho Vázquez había venido una cerda bien gorda y que tenía plata. Allí llegaba Julio Anillo y Juancho descontaba la plata que tenía reservada para otra cosa.

También sabía que Antonio Arroyo se había ido madrugado para Zambrano, de donde debía llegar en su burro a las diez de la mañana, cargado con pescado. Siempre traía lo más barato; unas arencas saladas y de variedad de puyas, que se fritaban y se comían con yuca nueva, toda una delicia. Y Antonio, quien era un hombre de pocas palabras, no le negaba sus arencas saladas a nadie. Esa era la felicidad de vivir en Bajo Grande.

Anillo se lamenta de haber vendido, hace 18 años, a Bagatela, la finca que heredó de la familia, unas ochenta hectáreas, a millón de pesos. Con el dinero adquirió una pequeña parcela en la región de caño negro, donde tiene unas vaquillas y una rosa. El problema es que el predio parece que entró en discusión en el proceso de restitución de tierra. Obvio, si eso sucede, el propio Gobierno deberá devolverle Bagatela.

Julio recordó que alguna vez mi abuelo, Wilfrido Hamburger, se encontró con el viejo Argelio Anillo y se pusieron a hablar. Hablaron de todo, de la familia, del ganado. Argelia aquella vez iba en una burra mora y jamás se bajó mientras dialogaron, en la vera del camino. Cuando ya se despedían, Wife le preguntó dónde había adquirido tan bonita muda. Anillo sacó por conclusión que Wife o estaba ciego o ya todo se le olvidaba.
Bajo Grande, sin duda, debe ser reparado por el Gobierno.

Alfonso Hamburger

Celebro la Gaita por que es el principio de la música.

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