Alfonso Ramón Hamburger; periodista y escritor
Y LLEGARON LOS GAITEROS
II Premio Ernesto McCausland Sojo
Es la segunda estatuilla consecutiva del torito que alzo, que más que un reconocimiento a mi labor, es una mirada a esa extensa zona rural de que se nutre el carnaval: mi Sabana.
Por: Alfonso Hamburger
El jurado del premio de periodismo a la mejor crónica del carnaval de Barranquilla (integrado por María Elvira Bonilla, Carlos Ramos Maldonado y Jaime Arroyabe) decidió por unanimidad concederme el primer lugar en la modalidad de internet, con el tema…”Y llegaron los gaiteros”, publicado por el portal Las 2 Orillas.
En mis palabras de agradecimiento dije que el principio de la música es la gaita y que este no era un homenaje para mi primo Ernesto Mc Causland sino un homenaje que Mc Causland le sigue haciendo a la labor de contar historias. Porque Ernesto vivía con pasión el periodismo y disfrutaba el día a día del carnaval, pero trabajando, echando el cuento, tomando fotografías. Y mientras trabajaba gozaba, bailaba, imponía el ritmo. Su trabajo era un disfrute total. Aun lo recuerdo, al primo, de dos metros de altura, sentado a mi lado, en la banca de la derecha de la segunda fila de este teatro (el Amira de la Rosa), donde entregan el premio en su honor cada año. Yo estaba sentado allí desde que Juan Gossaín, que era el gran atractivo, empezó a hablar y a tomar whisky con el muchacho P. Brito. Mi primo llegó encandilado en la oscuridad, al tanteo, y se ubicó a mi lado sin reconocerme. Allí estuvo un largo rato, en actitud intelectual, meditabundo, con una de sus manos en la barbilla, con su cara demacrada y mirando la escena sin ninguna emoción. Me preocupó verlo tan indiferente y cadavérico, pero aun conservando el rictus de belleza cautivante, impactante en la altura, hasta tal punto que estuve a punto de abandonar el lugar sin que él se diera cuenta que era yo quien estaba a su lado. Me sentí ausente, como apenado. Su estatura era un poco incómoda para mí, que solo mido 1.69 metros. Al terminar la función se prendieron las luces. Le toqué la pierna izquierda y se volteó con ese ademán muy suyo de jirafa elegante, y me dijo, con aquella emotividad Caribe:
– ¡Hola primo…! ¿Cómo está el McCauslita de Sucre?
Fue la última vez que nos vimos. Era Febrero de dos mil doce y él murió en noviembre. Algunos contertulios de las redes sociales plantearon que yo era el más indicado para recibir su legado de la crónica y que por eso me decía así ( McCauslita), pero otros advirtieron que no tenían que compararme con nadie, pues cada quien como persona independiente, tiene su estilo y mi estilo es el de la gaita, nada más. Él era un tipo universal. Yo aún sigo en el patio, de donde me pesa salir. Vivo en un hueco y allí me siento feliz. Desde aquí nadie ha sido importante en el periodismo, quizás el maestro Alejo Mieles.
Y como la intención, aquella noche del premio era contar como se había logrado esa instancia, me ubiqué cronológicamente en el veinticuatro de noviembre, día que en Santa Cruz de Lorica, celebran el natalicio de otro amante del carnaval, David Sánchez Juliao, en cuyo honor se convoca el Premio Nacional de literatura Manuel Zapata Olivella, que tuve la oportunidad de ganar hace un año con la novela “Yolanda de Los Vientos”. Para escribir unas palabras de recibimiento busqué y encontré como Manuel Zapata llegó al pueblecito de San Jacinto en busca de los gaiteros, por recomendación de Clemente Manuel Zabala, primer jefe de redacción del periódico El Universal de Cartagena. Estaban borrachos, con las manos embetunadas de barro, porque acababan de enterrar a un compadre. Toño Fernández, el jefe de la tribu, fue un gran cantador de zafra. Al día siguiente, del que ya han transcurrido más de sesenta años, estaban tomando avión para emprender la gira más larga que artista colombiano alguno haya realizado alrededor del mundo: cuatro años. Lo más curioso del cuento es que los gaiteros no le tuvieron miedo a la aventura, ni a la distancia ni a los cambios climáticos, ni al enredado hablado de los gringos. Cuenta Manuel Zapata Olivella, que Juan Lara, el gaitero mayor, a quien habían rescatado en Magangué, donde se dedicaba a empañetar casas, una vez entró al avión le echó una mirada de curiosidad y dijo:
– ¡Jeff, pero yo pensé que esta “pendejadita” era más grande!
Mi relación con Los gaiteros de San Jacinto ha sido desde mi nacimiento. Cuando abrí los ojos lo primero que escuché fueron aquellas voces huracanadas de los hermanos Escobar, que en la vereda Bajo Grande, convertían la fiesta en un maratón interminable. San Jacinto estaba a veintitrés kilómetros más arriba y Toño Fernández quiso integrarlos al grupo que se llevó Zapata Olivella, pero eran hombres que no se movían fácilmente del monte. Solo salieron cuando llegó la violencia y arrasó el pueblo. Todos murieron en el olvido en San Jacinto. Aún pervive Avelino, casi rayando los cien años.
Terminado mi bachillerato en 1979, no tenía muy claro lo qué iba a estudiar, pero un viaje que hice en 1980 a Sucre- Sucre, donde Gabo hizo cosas que yo también hice por primera vez, me aclaró la decisión de matricularme en la carrera de Comunicación Social y Periodismo en Barranquilla, donde me presenté en febrero de 1981. Los 100 aspirantes a periodistas, aquella mañana entramos atropelladamente al primer salón que hallamos aparente, en el cuarto piso de la Universidad Autónoma del Caribe, Bloque D o C, no estoy seguro de la letra. El profesor que nos recibió para la inducción, tan joven como nosotros, estaba sentado como cualquier artista, sobre el espaldar de una silla, en actitud burlona. La primera pregunta para los cien muchachos y muchachas anhelantes de conocimientos fue por qué queríamos ser periodistas, una carrera tan mala que cuando se moría un comunicador había que recogerle para el cajón. Beatriz Naar, Matilde Gómez, Jeannine Delgado Villa y Dorita Bolívar (más tarde alcaldesa de Juan de Acosta) querían ser como Gloria Valencia de Castaño. Miguel García, Fidel Castro, Aquilino Cotes o José Manuel Barrios fingían la voz de Edgar Perea. Jairo Olivera y Rogelio Consuegra amaban a Fabio Poveda. Roberto Sarmiento, Edgardo Olier y Alberto Salcedo, que se sumaron más tarde, ya amagaban ser buenos cronistas. Yo, en cambio, era corroncho y amaba a Andrés Landero a Adolfo Pacheco y a los Gaiteros de San Jacinto. Nada más. Ese era mi mundo. Ellos querían ser buenos presentadores o cronistas. Yo quería cantar como Rafael Orozco o tocar la guacharaca en el conjunto de Andrés Landero.
– ¿Y el Monito, el que está allá como escondiéndose por qué quiere estudiar periodismo? Pregunto el profesor.
Pensé que no era conmigo. En ese momento quería que la tierra me tragara, pero di el frente y con honestidad o más bien con ingenuidad clarividente, respondí:
– Porque soy de un pueblo que ya no es un pueblo, sino un mito, que no tiene agua ni alcantarillado, donde se va la luz cada vez que el cielo lagrimea, de donde son unos gaiteros que le han dado varias vueltas a la bolita del mundo, pero que se están muriendo de hambre y de viejos. Quiero estudiar periodismo para ayudarlos.
El profesor- Gilberto Marenco Better, que así se llama- me interrumpió, ahora menos burlón, para preguntar:
– ¿Aja y tú que puede hacer?
Le dije, muy tímido aun: “Yo puedo divulgar su historia, que se conozcan más”
El profesor, tratando de arreglarse la melena hirsuta con la mano, se tiró del taburete y sentenció, aún más burlón:
– ¡Para eso no tienes que ser periodista, sino político!
Lo Gaiteros de San Jacinto empezaron a morirse en la década de los 80. Pedro Nolasco Mejía, Manuel Cerpa, Manuel Mendoza, Juan Lara y Toño Fernández fueron desfilando ante la ganchuda, todos casi en el abandono, en la pobreza. A Juan Lara le hicieron una recolecta para una casa, pero el acto fue tan desorganizado, que lo doscientos mil pesos que dio el Gobierno seccional (todo un dineral en aquella época), se gastaron en un baile social en el pomposo Club de Leones, con el maestro Lucho Bermúdez. Un político, para remendar la maroma- pues su partido estaba quedando en ridículo- donó diez mil pesos, los que apenas alcanzaron para comprarle al gaitero la última casa del pueblo, en el barrio El lloradero. Era una casita vieja de palma, de dos piezas y una cocina, en un recodo casi impenetrable. Allí fui a visitarlo varias veces con Raúl Gómez Alandete, el Lobo. No tenía hijos, mujer ni quien se condoliera del pobre viejo. Y como no tenía plata empezó a comerse la casa. El tendero de la equina, quien le mandaba para el diario, se pagó la cuenta, quedándose con la casa, una vez Juan murió, en 1984. Había sido el mejor gaitero del mundo, quien dejó una pieza sublime de la composición gaitera: la acabación de Juan Lara, una especie de orgasmo múltiple, que parecía presagiar hasta donde iba a llegar.
José Lara, su hermano el tamborero, de manos finas y buche tenaz, alcanzó a llevar su gracia de monte hasta el año dos mil dos, soltando el alegre para soplar la gaita hembra. Con él y Toño Fernández, que había muerto en 1988, parecía irse la gaita toda. En el Festival de Gaitas de Ovejas, donde empezó a sonar una gaita más briosa, afectada por la influencia del vallenato, los conjuntos tradicionales fueron relegados a los últimos puestos. Entre diez grupos, un año después sucedió que eliminaron a “Las Diosas de la gaita” (unas modelos sucreñas) y a “Los Gaiteros de San Jacinto”. La gaita que iba de carrera salía de las universidades. Ya no tenían callos en las manos, llevaban camisas sin cuello y areticos en las orejas.
Todo aquello que Toño Fernández criticaba en sus versos (Las muchachas de hoy en día usan y cintillo y peineta, la pollerita curtía…) empezó a traslucirse en los nuevos gaiteros. ¡Si él, que era puritano y engreído, se levantara de su tumba, moriría otra vez de infarto al escuchar a los nuevos gaiteros! Alguna vez le presentaron a Roberto Calderón, el de Luna San Juanera y tras echarle una mirada y comprobar su baja estatura, le dijo:
– ¡Jeff, tú no eres ningún Calderón, eres apenas un calderito!
Para Fernández lo más importante fue la gaita. Algunos músicos podían tocar maricaditas como guitarra y piano, pero gaitero no eran.
En esos tiempos en que buscaba cómo ubicarme en el mundo, yo escribía un libro incierto sobre San Jacinto con Juan Carlos Díaz y editábamos la revista Gaita cuando Numas Armando Gil Olivera aparece con el proyecto “Mochuelos Cantores de lo Monte de María la alta”. Desbaratamos nuestro libro para que el filósofo entrara en defensa de los vencidos. La historia habitualmente la escriben los vencedores y a los gaiteros había que ponerlos a vencer con su arte. Posteriormente se suman voluntades como la de Julio Alandete desde del el Sena, Rafael Pérez García, entre otras entidades, como la Armada Nacional, que generan escuelas. Estaban sembrando en una tierra fértil y harinosa donde los vástagos se pegan aun parados sobre la pared del rancho. El hombre San Jacintero nace con predisposición para el arte, especialmente para la música, pero el Coronel de la Armada que se trasladó a Ovejas con sus gaiteros se llevó un chasco: en la ciudad del tabaco no quisieron inscribir al grupo de niños que llevó, aduciendo que en San Jacinto la gaita se había acabado con la muerte de Toño Fernández. Eso fue en el año 2004, cuando la región se debatía en medio de la guerra del paramilitarismo y la guerrilla.
En el 2007, los gaiteros ganan el premio Grammy Latino al mejor Álbum Folclórico de la Academia Lara, posteriormente un Congo de Oro en el carnaval de Barranquilla. Y como si fuera poco Juan Chuchita Fernández Polo, sobrino de Toño, gana el Premio Nacional de Cultura en la modalidad de vida y obra en el 2012. La sospecha de los Ovejeros era infundada, porque la Gaita San Jacintera, había resurgido de las cenizas. O más bien, estaba agazapada en los genes de sus gentes, revestidas de un gracejo natural, para ser como Toño, quien era más que todo el mundo. No estaba muerta, andaba de parranda o más bien estaba asustada por la violencia.
ENCUENTRO DE COLONIAS
En la historia aparece Lucho Betancur Arrieta, un san Jacintero que se desplazó como el viejo Miguel a Barranquilla, buscando consuelo, paz y tranquilidad. De ochenta años, al morir hace dos meses, Betancur llevaba 60 en Barranquilla, donde organizaba parranditas al frente de su casa de la calle 74, aprovechando el parquecito del frente. Los domingos de carnaval eran para ellos. Al aire libre y sin cobrar entradas, más allá de la baca para el sancocho de carne salada y la botella de trago, invitaban a Los gaiteros, a Andrés Landero y Adolfo Pacheco. Durante quince años el encuentro de colonias (pues llegaba gente provinciana de todo el viejo Bolívar Grande) fue como un San Jacinto en el corazón de Barranquilla. Cierta vez, para resguardar a las personalidades que llegaban al lugar, debido a que estaban matando a mucha gente en la región por el conflicto armado, se les ocurrió cercar la parranda y cobraron la entrada. Descubrieron que el negocio era bueno. Vinieron algunas diferencias por el reparto o porque a uno de los organizadores no le dejaron entrar gratis a la novia. La fiesta no sólo se dividió en tres, sino que perdió la esencia sabanera, de tipo cultural, de abrazo social, para convertirse en un acto comercial, en el que por primera vez se invitaron grupos de otras regiones, incluso, algunos vallenatos.
El año pasado (2013) no vine a la fiesta de colonias del carnaval, pero me hice una pregunta para desarrollar una crónica radial desde Sincelejo: ¿Qué se llevaría usted de la sabana al carnaval de Barranquilla? La repuesta fue impresionante. El ochenta por ciento de la expresiones del carnaval provienen del viejo Bolívar Grande: Los gaiteros de san Jacinto, Los Corraleros de Majagual, Totò La Momposina, Las farotas de Talaigua Nuevo, El compae Menejo, El Flecha, El Pachanga, La Banda Juvenil de Chochó, La 19 Marzo de Laguneta, Alfredo Gutiérrez, Lisando Meza, Rodrigo Rodríguez, el Compae Pello, Rodrigo Salgado ( El des compositor de San Jacinto), Reynaldo Ruiz, además de la gastronomía, la artesanía, la danza de los negritos y de los goleros, con el porro, la cumbia, la flauta de millo y el fandango a la cabeza, entre otras expresiones son un arsenal de alegría, que de nuestra región se toma el carnaval. Para narrar la historia nos acompañó Cachán, un personaje dicharachero creado por Carlo Barraza Alandete, mientras estuvo radicado en Nueva York. El personaje todo lo dice en versos. La crónica ganó el Primer Premio de Periodismo Ernesto McCausland Sojo.
Para este año me le pequé literalmente a “Los Auténticos Gaiteros de San Jacinto”, dirigidos por Pascual Castro Fernández y pude palpar de cerca las peripecias que hacen y las situaciones que padecen para llegar a los escenarios del carnaval, pero a la vez pude compartir la alegría de verlos hacer bailar hasta las piedras, sin temor a la aventura como en aquel primer viaje en avión cuando a Juan Lara aquello le pareció una “pendejadita”.
Esta crónica sobre los gaiteros, ganadora del premio a mejor crónica del carnaval de Barranquilla en internet, ratificó que en mi primer día en la universidad no estaba equivocado en mi intención de hacer visible nuestra más cara manifestación cultural: la gaita.
He tenido, gracias a Dios, por lo menos 30 reconocimientos por mis crónicas montaraces, entre ellos algunos internacionales, pero para mí estas dos estatuillas del torito, plateadas, pero que para mí son como cangos de oro, representan, además de un estímulo al trabajo, un valor sentimental, al llevar el elevado nombre de mi primo del alma, el gran Ernestico.
¡Ah, mi querido profesor Marenco, quiero recordarle que gracias a Dios aun no milito en ningún partido político, porque sigo siendo el ayombero eterno de los gaiteros de San Jacinto!.
Barranquilla, Mayo 15 de dos mil catorce.
‘Y llegaron los gaiteros’: la mejor crónica del carnaval de Barranquilla
Se llevó el reconocimiento ‘Ernesto McCausland Sojo’ en la categoría Internet.
Por: Alfonso Hamburger | mayo 15, 2014
‘Y llegaron los gaiteros’: la mejor crónica del carnaval de Barranquilla
“…Y llegaron los gaiteros”’, escrita por el periodista Alfonso Hamburger Fernández, y publicado en Las2orillas.co como Nota Ciudadana el 10 de marzo, ganó el Premio a la Mejor Crónica del Carnaval ‘Ernesto McCausland Sojo’ en la categoría Internet. En el 2013, también ganó este mismo premio en la categoría radio. Es director del programa Vox Populi de Telecaribe, director de Unisucre FM Estéreo.
El jurado en su acta anota que escogieron este trabajo por la sencillez literaria de la narración periodística, el uso adecuado de planos o escenarios simultáneos en la crónica, que después se encuentran para el remate final, y por recordar la historia del Carnaval y la forma de salvaguardarla desde lo rural hacia lo urbano, que es su esencia.
Esta es la crónica completa:
UNO
Mientras en Barranquilla la brisa veranera golpea el edificio inteligente de Telecaribe, azotándolo de tal manera que el sonido simula un aguacero en un platanal, como anunciando el carnaval que se avecina y el set del programa Feliz Día se llena de reinas y artesanos de Santo Tomás con sus máscaras ingeniosas, en las laderas del Cerro de Maco en jurisdicción de San Jacinto, a 200 kilómetros de la capital del atlántico, un hombre trata de arrancar una mata de yuca, dejando escapar una nota de gaitas en su silbido veterano. Sus manos están encallecidas y sus calzados son abarcas tres puntadas. Lleva mochila terciada y sombrero Zenú.
A esa hora, en Sabanalarga, Atlántico, a 40 minutos en automóvil, Fredy Acosta Ariza, cantante de música de acordeón sin mercado, tramita recursos para armar una caseta alternativa y como si estuviera conectado por hilos invisibles con el pasado, piensa en Los Gaiteros de San Jacinto y en Los Corraleros de Majagual, grupos que hacen bailar hasta las piedras. Ambos han ganado Congós de Oro en el pasado, pero en los últimos años divagan por las orillas, arrinconados por la ola Vallenata y los grupos extranjeros. También andan acosados por la vejez. Los gaiteros fueron fundados por Toño Fernández, en 1950 y Los corraleros en 1960, por Antoni Fuentes. La mayoría son músicos que lograron la fama cuando ya habían pasado los 50 años.
Los tres escenarios son distintos y diversos, pero mágicamente se mezclan para ir armando lo que será el disfrute del carnaval que promocionan Las reinas y los artesanos tomasinos en Telecaribe, estrenando sede, con sus máscaras y manualidades.
En Barranquilla, antes de entrar al set de Feliz Díaz, con un rigor de hormiga arriera que se retoca y reacomoda su copete mirándose sus entrelazados ojos en un espejo de bordes dorados, la candidata del barrio Las Delicias, anuncia el rescate de las verbenas, porque son espacios que se han ido acabando. Y en el cerro de Maco, Pascual Castro Fernández, cantante y manager de Los Gaiteros de San Jacinto- machete en mano- sacude los vástagos, corta los tubérculos y los va depositando en un costal. De una manotada se limpia la cara lisa y grasosa. Las gotas de sudor golpean la tierra apesadumbrada. Levanta la vista y mira un sol de verano, lejano, anunciador de destinos inciertos. Sus ojos son de angustia. Debe regresar al pueblo- tabaco y medio más abajo- para poner en venta el producto. Los contratos musicales cada vez son más esquivos. Hace año y medio grabó un CD (Alma Sabanera), que todavía reposa en el estudio. No ha tenido para sacarlo al mercado. Calcula, ahora que vuelve a poner sus manos en los vástagos, que tendrá que arrancar varios quintales del tubérculo y llevarlos al mercado para liberar el CD y promocionarlo en el carnaval por su cuenta y riesgo.
En Sabanalarga, Fredy Acosta Ariza hace contactos para el permiso de la caseta que planea en el sector de la 22, con 40 años de tradición. Los trámites para este tipo de eventos no son fáciles. Le caen al empresario por lo menos siete plagas en forma de impuesto. La competencia es fuerte y los grandes conciertos son monopolios casi impenetrables. Piensa en que tiene poco presupuesto. Sustrae su celular de un maletín de ejecutivo usado en exceso y se conecta con Sincelejo, donde una gama de músicos internacionales sin mercado matan su desesperanza sentados en la oficina más grande de la ciudad, El parque Santander, en espera de una moña. Walter Castro, Nacho Paredes, Demetrio “ Pipe” y Jorge Guarín y Roberto Díaz, quienes han conformado grupos de talla mundial como Los Corraleros de Majagual, Lisandro Meza o Juan Piña, festejan, cuando Pedro Gómez, conocido guachara quero, recibe la llamada. Hacía rato que su celular no sonaba, apagado, huyéndole a las deudas. Gómez, más conocido como el Flui Flù, lleva 30 años tocando la guacharaca, actividad que combina vendiendo electrodomésticos. Es un “free lance” que toca con quien lo busque. Ese día completaba dos semanas sin tocar. Acababa de aparecérsele la virgen. Fredy Acosta Ariza, quien fuera en algún tiempo un gran promotor musical y primer cantante de Héctor Zuleta Díaz, ahora había vuelto por sus fueros. La alternativa, para enfrentar a la gran competencia de los vallenatos y los extranjeros, son los músicos sabaneros, que en algún tiempo estuvieron pegados. Enfrentar “El tsunami”, como se promocionan “los grandes” conciertos, necesita de tácticas rápidas y estrategias a largo plazo. La primera en más viable en estos casos de curaciones a quema ropa. El tiempo apremia y corre. El solo nombre de la competencia, como el de algunos concejales sincelejanos que se hacen llamar “los Magníficos”, asusta. Con la guerra publicitaria en vallas, puentes, postes, muros y emisoras bulliciosas que a duran penas dan la hora, se insinúan como un huracán. Allí el pez grande se traga al chico. Pero el carnaval es creatividad y la comunidad también organiza su fiesta, aunque sea en un callejón.
– Te propongo a Los gaiteros de San Jacinto, Alfonso Hamburger tiene el contacto, le propone, Gómez, frunciendo las cejas para alertar a quienes esperan, atentos.
– Ya está, dame su número. Y listo.
DOS
De mediodía para abajo, después de pasar revista por sus cultivos y aliñar sus cosas, Pascual Castro Fernández empieza a descender la ladera del Cerro de Maco, 820 metros sobre el nivel del mar, a quince kilómetros al noroccidente de San Jacinto, sede de la gaita más ancestral de América. Va montado en su jumento, con bastimentos suficientes para aprovisionar a su familia y vender los excedentes. En ese momento suena su celular, rompiendo el silencio de la naturaleza, acompasado con el tic tac toc del jumento que pisa fuerte sobre el cascajo del camino.
Fredy Acosta Ariza se identifica. Quiere a los gaiteros para el carnaval de Sabanalarga, un pueblo que le dio a la costa en 1970 el último candidato a la presidencia de la República, Evaristo Surdís, y donde decían que la inteligencia era como una peste. Todavía la gente sigue siendo inteligente, pero tan mamagallista como los barranquilleros.
Para Castro, al terminar la conversa, las cabañuelas empiezan a pintar mejor y como si entendiera, el jumento donde va pega una carrerita de felicidad. La brisa que serpentea los caminos refresca la tarde. El carnaval se anuncia con cosas buenas. Y Pascual mira a su pueblo desde lo alto, esa especie de mito, que allá abajo parece una postal andina, en medio de la brisa quieta que aprieta su corazón. Las matas de zarza apenas se ladean con la brisa, lánguidas y amarillas.
TRES
Muertos la mayoría de los veteranos gaiteros de San Jacinto, atrás viene esta generación ( le dicen la quinta o sexta, no hay exactitud en ello), que encarnan los hermanos Rafael y Pascual Castro Fernández. Son catorce hermanos que se han ido forjando a puro pulso en medio de una de las escuelas musicales más fuertes del Caribe. Ellos, como la mayoría de los gaiteros, combinan la afición por la música con el cultivo de la tierra. A eso se debe quizás que por más de cinco generaciones han mantenido su sabor y color musical intachable, no sin tropiezos. Paradójicamente, los momentos de mayor crisis han sido en la abundancia. No ha sido fácil, entonces, en medio de la gran cosecha, identificar cuál es en realidad el grupo más autóctono de los Gaiteros de San Jacinto, especialmente después del premio Grammy Latino de 2007. Hasta los gaiteros de otros pueblos, en Bogotá dijeron alguna vez que eran los de San Jacinto. Y a nivel interno, por lo menos son cinco los grupos que se disputan el nombre, lo que hizo bajar su precio, en medio de la bonanza que generó el premio. Quienes nacieron en San Jacinto heredan el gentilicio, pero la razón Social Gaiteros de San Jacinto, es como una selección Colombia de la gaita, donde han aparecido hombres nacidos en otros pueblos, como Catalino Parra o Gabriel Torregrosa, de grandes aportes al grupo. En crisis, en cambio, los gaiteros son recursivos y despiertos, como la abuela que hace guisados imposibles con pocos recursos. Los gaiteros jamás se asustaron en el primer viaje en avión y su comportamiento siempre es el mismo, ya sea en Bruselas, Nueva York o en el corregimiento de Porquera, donde viajan con frecuencia en Semana Santa a tocar y a comer mote de queso con moncholos ahumados.
Entre los hermanos Castro Fernández, quienes también componen y tocan música de acordeón y donde todos improvisan décimas, sobresalen los gemelos Pascual y Rafael. Parecen dos gotas de agua salpicadas de guarapo de panela. Es difícil diferenciarlos. Cantan en tonalidades altas, siguiendo el estilo del gran Toño Fernández, su máximo referente, aquel que se hizo jefe eterno. Nacieron para eso. Según el filósofo y escritor, Numas Armando Gil, máximo biógrafo de estos mochuelos cantores de Los Montes de María la Alta, lo poco que los diferencia son las mujeres que conquistan cada uno y la duración de la voz. Rafael, quien puso su garganta en el éxito “Un fuego de sangre pura” tema que le dio el título al álbum ganador del Premio Grammy Latino, puede cantar un mes seguido y entre más canta más clara se le pone la voz. En cambio, Pascual, quien lidera el grupo de “Los auténticos gaiteros de San Jacinto”, pierde brillo con el trajín, pero es más avispado y abierto. Pascual le dice que toma la edad de la mujer que conquista. Es líder natural y se atreve a la política. Son pequeños ( 156 centímetros de estatura no más) y rápidos. Además, son enamorados al máximo. Ven un palo de escoba vestido de mujer y les baila el ojo.
Pascual tocó acordeón alguna vez y acaba de grabar un CD combinado titulado “Alma Sabanera” donde alterna la gaita y el acordeón de Carmelo Torres, un plateño que sigue la escuela de Andrés Landero. Ni la política en que anda le ha acompañado para sacar a la luz su sueño. Un ex gobernador le dijo que sí, pero no le cumplió.
Los Castro Fernández son hijos del legendario gaitero Pascual Castro Matera, el primero en firmar un contrato con la folclorista e investigadora Delia Zapata Olivella para una gira mundial, pero solo duraron juntos dos años, porque el viejo era neurasténico y peleaba hasta con su propia sombra. Jamás se entendió con Los hermanos Lara y murió de una rabia peleando con él mismo, a los 62 años.
Los mellos Castro nacieron hace 64 años, precisamente en el mismo año (1950) en que Toño Fernández conformó el famoso grupo, de modo que marchan parejos con la historia. Pascual tiene 12 hijos y Rafael solo 9. Son andariegos y rápidos de mente y de palabra. La diferencia son esos tres hijos y que cada quien lidera su tarea musical por aparte. Rafael anda con un grupo distinto y Pascual con “Los auténticos Gaiteros de San Jacinto”, grupo que registró en 1990, dos años después de la muerte de Toño Fernández.
CUATRO
Hace un año, en un trabajo periodístico sobre el carnaval, partimos de una pregunta: ¿Qué se llevaría usted de la Sabana del Caribe al Carnaval de Barranquilla? Y la respuesta fue asombrosa: el 80 por ciento de las expresiones de esta fiesta provienen de las sabanas del viejo Bolívar Grande. No sólo surgió un arsenal musical con más de 19 aires, sino la tradición oral, la danza, la gastronomía y la artesanía. Son camionadas de gozo, cargamentos de música y folclor.
Esta vez nos fuimos tras los auténticos gaiteros de San Jacinto y Los típicos corraleros de Majagual, invitados por el empresario Fredy Acosta Ariza, a Sabanalarga, muy cerca de Barranquilla. No les perdimos pies ni pisadas. Ni pelamos notas. Hasta saboreamos el caldo humeante de las fondas populares, donde echaron chistes, antes de ponerse sobre tan amable tarea.
Quince días antes de la gran cita, Acosta entró en pánico. Pascual Castro no aparecía vivo ni muerto. El contrato se había firmado desde enero, con 50 por ciento de anticipo, pero la señal de su celular se iba a buzón. Fueron cinco días de silencio, hasta que al fin, al otro lado, apareció la voz ronca de Castro, que iba llegando a San Jacinto con una carga de troncos de banco, una madera de un árbol en vía de extinción de la que se hacen los tambores. El gaitero estaba internado en la espesa montaña, donde no llegan las señales modernas. La ceiba blanca, el roble y el banco, que es mejor porque pesa menos, aun se consiguen para el vaso del tambor.
Los Gaiteros de San Jacinto, al menos el grupo base, está integrado por personas que sueltan la gaita y agarran otros instrumentos. Los hermanos Castro Fernández, herederos cercanos de Toño Fernández, que tienen el privilegio de la garganta, son campesinos y artesanos. El más joven, Heiver Rodríguez, enorme y cachetón, único que no nació en San Jacinto, tiene 26 años y esta trajinando la gaita hembra desde los 9 años. Nació en San Juan Nepomuceno, pero se sabe y siente más sanjacintero que muchos que nacieron en la tierra de la hamaca. Combina la gaita con sus labores como funcionario de la casa de la Cultura de San Juan. Los hermanos, Luis y José, Herrera, de 38 y 45 años, respectivamente, son percusionistas. José es bailarín y camarógrafo. Se inició en el grupo Macumbé y es el de menos tiempo en el grupo: seis años. Su hermano es moto taxista. Miguel Contreras, maraquero y machero, de 27 años, maneja una moto al servicio público y Javier Flórez, 43 años, quien heredó de su padre un taller de desvarar bicicletas, también arregla celulares. Todos son padres de familia y conviven en unión libre.
CINCO
Los Montes de María son como una extensión de los andes que se riegan hasta San Juan Nepomuceno. Incluso se riegan en las goteras de Sincelejo, donde les dicen La Sierra Flor. El puente de Calamar nos pone de vista una vegetación más agreste y en parte desértica, con franjas grisáceas y amarillas, con marcados tonos verdes en ceibas, cactus y pitahayas. La presencia del río Magdalena a lo lejos, cuyo sol arde como una bola de candela mágica sobre el nivel del horizonte, hace contraste con la rama de los trupillos. Las rectas nos ponen rápido en Campo de La Cruz, donde nació Víctor Danilo Pacheco,(Pachequito, el del Junior), después de un lapso grande sin pueblo alguno pronto aparece Puerto Giraldo, un lugar de tránsito a varios destinos: Bolívar, Magdalena y Atlántico. Como en Calamar, aquí convergen los tres departamentos grandes. A la izquierda la embocadura al Atlántico de sabanas, por una carretera bien hecha, perfectamente pintada, pero angosta, sin zona peatonal, sobre haciendas de veraneo bien equipadas y arboles desnudos por el verano que parecen postales subjetivas. Unos simulan viejos que fuman o cabelleras del Pibe Valderrama, secas y desparramadas en su propio tronco. Candelaria, Ponedera, Cascajal (pueblo bonito en la Ye) y pronto Sabanalarga que aparece después de esquivar varios lotes de ganado que surgen en la carretera de variadas curvas prolongadas.
SEIS
Sabanalarga. Aquí dicen que la inteligencia es peste. Es domingo de carnaval y a las diez de la mañana ya las parrandas están armadas en los sardineles. Los capuchones han sido la tónica en los retenes y la música sabanera surge en el ambiente como una impronta de tradición. El primer tema en la brisa suave es “Compa Remanga” de Los corraleros de Majagual y después “la Miseria humana”, de Gabriel Escocia Gravini, en la voz de Lisandro Meza. Pura música clásica antigua, en medio del vallenato de Diomedes Díaz, con el acordeón de Rolando Ochoa. El carnaval es otra cosa, una especie de refresco en medio de la payola (pagar por poner) que enrarece el mercado musical.
A esa hora, Los gaiteros de San Jacinto viajan desde Barranquilla, donde tocaron en una parranda exclusiva el sábado de carnaval. A las tres de la tarde irrumpen con sus tambores en la sede de la Asociación de Profesionales de Sabanalarga en un carro alquilado, un jeep de pueblo. Para algunos asistentes, incluso, para los mismos socios, hay cierto dejo de incredulidad. No asumen que una institución tan conocida como Los Gaiteros de San Jacinto, que recorren el mundo todos los años, estén en ese lugar y a tan bajo precio. ¿Acaso son unos impostores? En medio de los porros de la banda experimental 26 de Enero de Sabanalarga, los gaiteros entran en sus abarcas tres puntas, vestidos de blanco, con camisas guayaberas cuatro puertas, y se van ubicando en una de las mesas bajo un palo de mango. Beben ron blanco y ríen. Fredy Acosta Ariza llega y los repara de pies a cabeza. Es la primera vez que los ve en carne y hueso. Como cacetero viejo, influenciado por el carácter currambero, es desconfiado. Va y regresa, inquieto, como mulo con hormiguillo, entonces se sincera:
– ¿Muchachos, y las golillas rojas?
Como en un pase de ballet, los gaiteros meten sus manos en las mochilas, sacan el trapo rojo cola de gallo y se lo atan cómos quien se pone una corbata. Y listo. Algunos socios habían observado la situación. Ahora sí parecen gaiteros, entonces empieza la sesión de fotos para las redes sociales. Los gaiteros han soltado el machete para manejar sus celulares inteligentes y mostrarse en la Internet. Delia Zapata, dice, fue quien los empezó a identificar con su cola de gallo, en las primeras giras mundiales. La marca está viva.
Después de la tanda de la banda, vino Rodrigo Rodríguez, premio Grammy latino 2012, interpretando clásicos vallenatos con varios cantantes, entre ellos Luis Alberto Crespo( Bebeto), Fredy Solano Serje y Fredy Acosta Ariza. A las seis de la tarde los gaiteros se apoderan del baile. Ellos mismos se presentan. Pascual Castro hace el introito con apartes de la historia y nadie parece prestarle atención. Abre la tanda con el porro “Candelaria” y nadie se para a bailar. Yo, que los representaba esa tarde, me asusté, pensando en un fracaso. Un minuto después dos parejas naufragan en la sala del baile. Y a la segunda canción, con el tema “La maestranza”, la sala del baile se revienta y de allí en adelante los gaiteros muestran todo su repertorio de éxitos, hasta que no queda duda de que se trata de un grupo que hace bailar hasta las piedras. Después no los dejaban ir. Llegaron las fotos, los autógrafos y Pascual, rompiendo el protocolo, invitó a bailar a una encopetada dama que le doblaba en estatura, sin pensar que era la mujer del dueño del baile.
SIETE
Lunes de carnaval. A las ocho de la mañana, en medio de un sol invernizo, Los gaiteros están sentados en un restaurante popular, donde las moscas y la suciedad son visibles. El pescado que le han puesto a Pascual Castro no se entiende. Parece un enrredadita. No se sabe si es pez o conejo. El veterano sabe que un buen pescado se conoce en la textura de sus ojos, digna de resistir una buena tapa de limón sin que le arda. La yuca está mal sancochada y la vista no le cuadra al artista, que decide llamar a la mesera. Pide cambio y es complacido.
– El que no llora no mama, dice José Herrera, que mira el bullicio de sus ojos ansiosos.
Los gaiteros son hombres de tierra. Son sencillos y prácticos. Están acostumbrados a montar en avión y a cantar al lado de los más grandes del mundo. Hoy pueden estar en una fonda de pobres en Sabanalarga, donde se confunden con la gente del pueblo y mañana en el Madison Sguare Garden de Nueva York. El martes ya estarán en San Jacinto, manejando una moto, montando un burro, arreglando un celular o labrando un tambor. Hoy pueden tocar una parranda gratis y mañana un concierto por varios millones, dependiendo el escenario, pero para ellos la dosis de parranda es la misma. Siempre han sido así. Les da lo mismo tener o no tener el bolsillo lleno, mientras en su alma suene una gaita.
Mientras desayunan hablan. Se dan duro unos con los otros. Los une la muerte y la parranda. En esas instancias se expresan cariño, sin ceder espacio, porque cada uno de ellos es el mejor en su puesto. Son recelosos con su arte. Después de los gaiteros de San Jacinto no hay gaita que valga la pena. Así se los enseñó Toño. Los sepelios son tan nutridos como la parranda. En la última el canto es alto y en los entierros es pura gaita corrida, como cuando la chuana era muda. En vida se juegan y se juzgan con dureza y entre chanza y chanza se dicen verdades. Toño García, de 84 años, se caga en las parrandas y Juan Chuchita sufre de incontinencia urinaria, dicen, pero el día que mueran ambos, entonces todos soltarán el llanto, porque en realidad son los últimos de la generación más grande que quedan vivos. Y me corrige Raúl Gómez, es mentira que se meen y se caguen, porque los mitos no hacen necesidades fisiológicas, simplemente existen como lecciones de belleza y de inmortalidad.
El hombre que come al frente de Pascual lo mira y lo remira, quiere comérselo con los ojos, sin disimulo, hasta que el desconocido se revienta:
– Señor, ¿dónde es que yo lo he visto?, pregunta, mientras agarra el vaso de jugo.
Pascual termina de acomodar el último bocado, se quita el sombrero y responde, henchido de orgullo, extendiendo la mano:
– Debe ser en la televisión, soy Pascual Castro, director de los auténticos Gaiteros de San Jacinto, para servirle.
OCHO
El carnaval de Barranquilla tiene muchos matices. El de los clubes es pomposo y distinguido. El que se muestra en la TV es otro. En los barrios populares es distinto al de la Batalla de Flores y La gran Parada. Los intelectuales lo ven mono cuco en el carnaval de las artes. Las colonias sabaneras se disputan un espacio provinciano que se inició como una parranda hace 20 años, liderada por los San Jacinteros, pero hoy ya tiene dos ramales con desmedida comercialización. Un día cercaron la parranda, cobraron las entradas y les gustó. En los pueblos cercanos a Barranquilla, como en Sabanalarga, la caseta “En la 22 te espero”, lleva 40 años de tradición. La gente presta su pedazo de calle, la cercan, ponen una tarima y se dedican al goce colectivo. Aquí, además de Los gaiteros de San Jacinto, que repitieron , aparecieron Los típicos Corraleros de Majagual, con figuras emblemáticas como Nacho Paredes y Leonel Benítez, el que cantó a dúo con Calixto Ochoa “Los sabanales”. Con dos excepciones, la mayoría de estos músicos pasan de 70 años, pero no pierden el brío ni el color de su música, netamente de carnaval. Los acompaña José Vásquez al Acordeón, un joven muy versátil con este instrumento, ganador del festival de la Hamaca Grande en Cartagena.
Ellos, como los gaiteros, Fredy Solano, Carlos Alberto Crespo y Rodrigo Rodríguez, hacen parte de los músicos que la gran ciudad y su carnaval con exceso de comercialización, ha ido desplazando a la periferia.
Fredy Solano Serje, autor del superéxito “Ron Para todo el mundo” (grabado por Dolcey Gutiérrez, Wilfrido Vargas y Diomedes Díaz), habla del desconocimiento a los músicos populares. El carnaval es acaparado por grupos vallenatos de moda y los extranjeros. La vaina empezó a ponerse dura, dice, desde que el vallenato penetró en la radio y en las ciudades de la mano de la bonanza marimbera. Se hizo una especie de mafia. Hoy esa situación está más enrarecida. De esta misma cochada hacen parte Carlos Alberto Crespo, Bebeto, quien grabó en 1989 el único vallenato que no introdujo saludos al lado Andrés “El Turco” Gil. Igual se suma Fredy Acosta Ariza, quien para volver al canto no tuvo más remedio que contratar todo este grupo de artistas famosos, buenos y baratos, para armar su propio carnaval.
El martes por la mañana el sol sigue brumoso, ese día será la muerte de Joselito, pero cuando eso suceda, ya Los gaiteros estarán en San Jacinto, unos rascándose la barriga y otros manejando una moto, montando un burro, rumbo a la montaña para alimentar la roza con su mirada, que dicen es la que engorda el caballo. Mañana será desde cualquier lugar del mundo.
Fecha de publicación original: 10 de marzo de 2014 en Las 2 Orillas.
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