El vendedor de patillas!

EL HOMBRE DE LAS PATILLAS.

Por  ALFONSO HAMBURGER

Todos los días, como vuelve la burra al trigo, lo veo tras de su parapeto. Tiene muchos años- allí se volvió viejo- de hacer lo mismo y repetirse en los días caliginosos, lluviosos a veces, y soleados casi siempre.  Son mil formas de repetirse y de repetirnos su existencia, como si ya fuera un  monumento a la esquina de la calle 24 con carrera 17, confundiéndose con la casa vieja de zinc oxidado, que es restaurante y parqueadero a la vez. Más parqueadero que restaurante.  Todos los días va de mañana al mercado sin cambiar su rutina y su forma de vestir y de lucir su cachucha bacana. Nunca lo he visto ni lo vi de otra forma. Ni más nuevo ni más viejo.  En el mercado compra lo mismo desde hace más de treinta años, cuando se vino huyendo de Colosó, debido a la violencia que azotó a ese Municipio. Compra religiosamente las piñas, las mandarinas ( que son las que más cambian de precio), las papayas pintonas y las patillas. En el parapeto las hace en torrejas y las mete en bolsas plásticas, que ya han alcanzado la cifra de 500 pesos cada porción. Y pronto serán a 700 porque el dólar sube todos los días.  Allí mismo arma sus lazos de amor, allí almuerza en cacerolas de hambre y allí mismo cabecea su siesta, hasta las tres de la tarde, cuando se alcanfora como fantasma. A esa hora no le vende ni al papa de Roma ni si aparece en persona, por muy argentino que sea. A esa hora ya acumula los diez mil pesos de ganancia, con los que se vadea. No necesita más. Ya  me saqué el día, dice, y se va. No le interesa cambiar, no le interesa acumular nada más, aunque sabe que su vida vive al filo de la navaja. Y yo, que siempre le mamo gallo diciéndole que si tiene patilla aunque no compre, me pregunto qué diferencia puede haber entre su vida y la mía, cuando somos lo mismo? Todos, en este país, vivimos al filo de la tragedia.

Nadie sabe para quién trabaja, dice mi padre.

Y tiene razón mi viejo, mas ahora cuando la veo a ella

Ese monumento de mujer que se deja llevar por unos brazos foráneos

Y ella se ve feliz, como si la presa se le escapara

En sus 35 años jamás tuvo un novio de este pueblo

Su difunto padre la quiso tanto que la aisló de gavilanes castigadores de patio criollo

Y él no sabía realmente para quien la guardaba

¿De dónde salió ese cachaco que ahora la lleva por la cintura?

¿Qué defectos tendrá el tipo en su tierra cuando se vino a vender lejos de allá? Algo malo debe tener el mozo cuando no hizo barro en su propia tierra, para venir a cargar con ella, bella, ingenua, pero brutica.

Nadie, sabe, sin duda para quien trabaja.

Es tan cierto aquello, que al Ike Gómez no le fiaron un desayuno en tierra lejana porque no lo conocían y en Los Palmitos no se lo fían precisamente porque lo conocen.

¿Entonces, quien entiende este mundo?

Alfonso Hamburger

Celebro la Gaita por que es el principio de la música.

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